El coste de las malformaciones para la sociedad y la necesidad imperiosa de hablar claro
Por Javier Pérez , 10 marzo, 2014
Siguiendo procedimientos lógicos…
La agenda política genera extrañas prioridades: en otros tiempos, si hablabas de esto, eras un nazi. Ahora, si no hablas de ello, o tratas de restarle importancia, eres un pepero o un opusiano que apoya a Gallardón. La vida da muchas vueltas, a lo que parece, y el péndulo no se detiene, por más que algunos crean que siempre estará de su lado de la mesa..
Quizás, visto lo visto, lo mejor sea intentar abordar el asunto con objetividad, sin tintes ideológicos, o al menos sin tintes partidistas. Quizás lo mejor, y lo más conveniente, sea tratar de aproximarse al asunto con la mirada de un algoritmo.
Estar embarazada y enterarte de que el niño padece una malformación es una desgracia. Y una desgracia importante. Yo creo que eso no lo niega nadie, por más que luego se trate de endulzar con distintos sucedáneos de la resignación. Y con el nuevo debate, la pregunta que en realidad se nos plantea (descontada la palabrería habitual) es si se puede obligar a alguien a cargar con una desgracia para toda la vida o se le debe permitir poner los medios para deshacerse de ella. Podemos pintarlo de rosa, pero es así de crudo y así de fácil, sin edulcorantes ni suavizantes.
Y lo que molesta del asunto, al menos a mí, es que la respuesta nunca es clara, ni por el lado de izquierda ni por la derecha. No hay nadie que se atreva a responder a esa simple, simplísima pregunta. ¿Tienes que cargar con la desgracia de la malformación o tienen que ayudarte a eliminarla?
Por el lado de la izquierda, y con muy buenas razones, se nos dice que la decisión debe ser de la madre, y que negarse a soportar esa carga es perfectamente legítimo. Y seguramente tienen razón. ¿Pero lo es también cuando la carga sobreviene más tarde? Porque a mí lo que no me convence es lo de los plazos. Y no por ideología, sino por lógica.
¿Tienes unos padres la obligación de cargar con ese trabajo para siempre? La respuesta es sí o no, pero tanto si la malformación se detecta antes de que el niño nazca como si se detecta después. Lo demás son hipocresías y tachuelas para sujetar malamente un cartel que no hay manera de pegar. ¿Pueden decir los padres que ya están hartos, que no lo soportan más, y que entregan el niño a una institución? Respondamos claramente y listos. Cada uno en conciencia según sus valores. Para mí, toda respuesta es buena, pero sin milongas, por favor.
Desde la derecha, en cambio, nos dicen que hay que apechugar, que hay que aguantarse y cargar con lo que venga. Muy bien, pero resulta que los recursos son escasos y que lo que gastemos ahí lo tendremos que quitar de tratamientos para los demás. ¿Estamos de acuerdo?
Una persona con una malformación grave tiene un coste enorme para la sociedad, para sí mismo y para su entorno: dependencia, tratamientos, atención, educación especializada, coste psicológico en el entorno, etc. ¿Tenemos todos, como sociedad, la obligación de sobrellevar esa carga? Es fácil: sí o no. Sólo hay que atreverse y responder. Y responder claramente, sin bobadas ni catecismos.
Hay que aclararse: o somos como los espartanos, que tiraban a los “defectuosos” por un precipicio, o no lo somos. Si no lo somos, hay que actuar en consecuencia; y si lo somos, hay que tener claro que detrás de los niños pueden ir los viejos, los inválidos y todos los que supongan una “desgracia” para alguien.
Y si seguimos el hilo de la lógica la decisión la toma, por supuesto, el que carga con el coste. En el caso del aborto, la madre. En el caso del viejo, el que lo cuida. Y si va a cargar con el mochuelo el Estado, que decida el Estado. Lo único que no se puede permitir es que uno tome la decisión y otro asuma el coste. Si el Estado obliga a tener un niño con problemas, que lo cuide y se ocupe de él. Si te avisan y lo quieres tener, te ocupas tú. Facilito todo. Cristalino, oigan.
El que decide, paga y se responsabiliza. ¿El Estado? Pues el Estado. ¿La madre? Pues la madre.
Sin tonterías: ¿queremos eso o no? Ya está bien de marear la perdiz.
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