El demonio ideológico
Por Jesús Cotta , 15 febrero, 2014
Leyendo Lisístrata con mis alumnos de segundo de bachillerato, me di cuenta de que el gran Aristófanes pinta del modo más humano y simpático a los espartanos, y eso que compuso la obra en medio de la terrible y cruel guerra de desgaste entre atenienses y espartanos que fue la Guerra del Peloponeso. También Homero, siendo aqueo, es amable con los troyanos, los enemigos. En los romances españoles, el moro perdedor y la mora cautiva gozan de la simpatía del cantor y del oyente. Y en La Araucana de nuestro Alonso de Ercilla el protagonista, enemigo de los españoles, el gran y fuerte Caupolicán, es presentado como un héroe.
Esa simpatía, consistente en ver en el otro siempre un congénere por muy del otro bando que sea, empezó a perderse con la aparición de las ideologías totalitarias, herederas de la Ilustración, monstruos de la razón, que, para instaurar su sueño, nombran verdadero hombre al correligionario y subhumano al oponente y así convierten su sueño en pesadilla. Precisamente, para eso sirven las ideologías: para reducir al adversario a inhumano y para elevar al correligionario a sobrehumano. En su deseo utópico y total de crear un nuevo hombre y un nuevo mundo, desprecian todo lo anterior y al hombre común.
Todo eso explica lo moralmente hiperlegitimados para actuar fuera de la moral tradicional y de la ley que se han sentido siempre los fascistas y comunistas, autores de los crímenes más inhumanos y masivos de la historia. Para ellos, el otro es «escoria fascista» o «canalla roja». ¿Alguien se imagina a un escritor fascista presentándonos en su obra con tanta simpatía a un personaje marxista o viceversa? Si Agamenón hubiese acusado a Aquiles de ser un fascista, ya habría estado justificado matarlo y quien se hubiera opuesto habría sido también sospechoso de serlo.
Las ideologías sustituyen los lazos familiares y tradicionales por los del partido y los principios morales y religiosos por los ideológicos. El nazi, si era realmente nazi, tenía que delatar a sus amigos judíos, si es que los tenía. Pero Sancho Panza, que era tan solo y ni más ni menos que buena persona, abraza entre lágrimas a su buen amigo el morisco Ricote.
Por desgracia, esa facilidad para deshumanizar al oponente no es exclusiva de las ideologías marxistas y fascistas, sino también de otras tan totalitarias como ellas y que inexplicablemente cuentan con muchos simpatizantes: los nacionalismos xenófobos y victimistas y ciertos radicalismos feministoides, que no dudan en despreciar olímpicamente la ley, el buen gusto, la tradición, la moral común y las normas democráticas cuando se trata de imponer sus ideas.
Y lo peor de todo es que Europa, heredera de lo bueno y lo malo de la Ilustración, cuando ve que los políticos no arreglan los problemas sino que los agravan, se inclina de una manera u otra por los radicalismos ideológicos neomarxistas y neofascistas. No hay más que ver cómo, igual que ocurre en el cuadro de Blake, el dragón ideológico de extrema derecha y extrema izquierda recorre Europa cada vez con más fuego.
O matamos a las ideologías o ellas nos matarán a nosotros. Y lo único que las mata es regresar a la conciencia, la intuición, la certeza, el sentimiento (elija usted) de ser todos miembros de la gran familia humana, de ser, en fin, todos hermanos, de eliminar la descafeinada solidaridad por aquello que la originó: la fraternidad.
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