El desafío (The Walk). Un enigma llamado Zemeckis.
Por Emilio Calle , 22 diciembre, 2015
Es complicado determinar cómo Robert Zemeckis, que regresa a las pantallas con “El Desafío”, no goza actualmente del prestigio hacia el que parecía dirigirse con pasos agigantados. Cineasta de una excelencia narrativa insólita, Zemeckis encadenó una serie de películas míticas (la trilogía de “Regreso al futuro” o “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”) que culminaron con el éxito de “Forrest Gump”, proyecto donde se entrecruzaban sus dos grandes obsesiones: el rigor visual y una obsesión tiránica por la mejora de las técnicas fílmicas (porque oculta en esa blanda fábula había verdaderos alardes en materia de efectos especiales). Y sin embargo, las proezas se enturbiaron. Tras el fracaso de “Contac” (un empeño que nadie ponía en pie porque era bien sabido que la novela de Sagan era inadaptable), su carrera ha dejado de propiciar títulos tan excelentes como los mencionados, y aunque la taquilla y la crítica a veces le devuelvan la sonrisa (como en el caso de “Naufrago”, otra prueba de habilidad para demostrar que era capaz de mantener al espectador pegado a su butaca sin otro asilo que Tom Hanks adelgazando en una isla desierta y una pelota pintada), su frenética búsqueda de la perfección técnica ha ido lastrando cada vez más cada uno de sus proyectos, muy en la línea de Cameron, ahora más preocupado de vender el juguete (ahora mismo dueño y señor de la tecnología más avanzada a la hora de rodar en cuantas dimensiones se les ocurran que existen) que en divertirse con el juego. Su último film hasta este momento, “El vuelo”, ahondaba más en esa escisión. Con un arranque brutal, un verdadero desafío visual que te dejaba sin habla, Zemeckis rodaba con escepticismo casi académico el resto del metraje, que sólo se sostenía gracias a que Denzel Washington a veces es brillante incluso sin guión al que aferrarse, o en manos de un director que no sabe cómo componer un personaje. Zemeckis necesita de esa exploración más allá de lo posible, o de lo contrario el proyecto deja de tener tensión.
“El desafío”, película que hoy se estrena, es, ya desde su germen, una empresa bastante descabellada. En primer lugar porque en 2008 se estrenó “Mano on the wire”, un extraordinario documental (Oscar en esa categoría) que sacaba a la luz con todo tipo de material humano y gráfico la locura del funambulista francés Philippe Petit, quien en 1974, saltándose todas las leyes (en especial la de la gravedad) logró caminar sobre un cable tendido entre las torres gemelas del World Trade Center, pocos días antes de que estas quedasen inauguradas, justo cuando la primera luz del sol desenfundase los rascacielos. Y en segundo, porque la complejidad técnica de dramatizar esos acontecimientos queda a años luz de los pobres logros visuales de los que hoy se hace tanto falso alarde. Porque una cosa es abarrotar Nueva York de extraterrestres, monstruos y naves espaciales que desmoronan todo a su paso, y otra muy distinta permitir al espectador sentir el vértigo de ese paseo, recorrer por lugares inverosímiles una construcción tan mítica (y desde su base hasta su punto más alto y expuesto), y ser capaz de narrar con fidelidad de espejo lo que ocurrió, lo mucho que ocurrió, durante esos pocos minutos en los que los que un artista permaneció sobre el alambre, lejos ya de toda atadura. Y claro, es Zemeckis. Fidelidad garantizada hasta el paroxismo. Ardid publicitario o no, el caso es que se cuenta que muchos de los espectadores que la vieron en su formato IMAX fueron incapaces de soportar la altura que el director consigue filmar y abandonaron la sala (personalmente, no lo dudo). No muchos autores se pueden permitir una definición visual tan precisa de lo que supone estar suspendido sobre un abismo. Y Zemeckis asombra, se arriesga pero sin estridencias ni planos absurdos, se recrea, y como el protagonista mismo se entrega al deleite suicida de alguien que lucha de un modo absurdo pero al mismo inapreciable por lo que él considera que es el arte. Pero para cuando se llega a ese cenit, la película dejó de interesar mucho antes. Bien narrada, sólidamente interpretada (aunque hay otros personajes, en la práctica es un ejercicio de equilibrios para un solo actor) por Joseph Gordon-Levitt, e incluso con un planteamiento formal que puede llegar a ser muy seductor, uno no deja de sentir esa misma frialdad que recubren los últimos trabajos de Zemeckis, el cual permite que predomine su intención última, perfeccionar la técnica del asombro a cualquier coste. Y se olvida de asombrar, por lo que el resultado final adquiere tintes artificiales, justo lo que trataba de eludir, anulando las propuestas que se pusieron en pie al principio (tiene algo de film de suspense, aires de comedia, incluso alguna mota de profunda oscuridad).
Pero más allá de ese torpe desequilibrio, la historia sigue siendo uno de esos relatos sobre los que uno no se cansa de saber más. Lo increíble sucedió. Ahora Zemeckis lo filma de un modo admirable y más que notable y nos lo sirve a 400 metros de altura. El tramo final es escalofriante.
Un episodio de oro en la historia de las desobediencias.
Aunque se siga echando de menos al Zemeckis de “La muerte os sienta tan bien”.
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