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El Diario de Ana Frank, testimonio de la sinrazón

Por Sandra Ferrer , 12 marzo, 2014

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El 12 de marzo de 1945, una niña más, una persona más, una judía más, fallecía de fiebres tifoideas en el campo de exterminio de Bergen-Belsen después de haber vivido casi un año en Auschwitz. Su vida, como la de millones de personas que cayeron víctimas de la sinrazón del nazismo, habría permanecido en el recuerdo de su familia y poco más si no hubiera sido por un pequeño diario que dejó escondido en «La casa de atrás», el refugio en el que permaneció dos años con su familia antes de ser deportada.

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Portada de la primera edición

El Diario de Ana Frank no es más que un pequeño librito con tapas acolchadas y estampado con cuadros rojos y blancos que su familia regaló a la pequeña Ana al cumplir los doce años. La niña decidió entonces iniciar un relato en el que explicaría a una amiga imaginaria, a la que puso de nombre Kitty, todos sus sueños, sus esperanzas, sus vivencias. A lo largo de las páginas del diario, Ana mezcló anécdotas de su vida cotidiana, del colegio, de sus padres, de sus amigos con las experiencias que un mundo en constante conflicto y plagado de odio la obligarían a vivir. Al ser trasladada a un refugio en el que su familia y otras personas permanecieron escondidas, Ana creció y se convirtió en una adolescente mientras captaba con sus ojos de muchacha la preocupación que asfixiaba el ambiente. Ana, además de relatar lo que sucedía en la Casa de Atrás, transcribió los mensajes que se oían desde una pequeña radio que informaba de los acontecimientos en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.

Ana Frank dejó de escribir el 1 de agosto de 1944. Nada más pudo seguir volcando en aquel preciado cuaderno. Poco después, unos delatores informaban de su refugio a la policía. La vida de Ana y su diario, sería sesgada cruelmente.

Su padre, superviviente de la barbarie del holocausto, pudo recuperar el diario de su hija que fue publicado dos años después de su muerte, aquel triste 12 de marzo de 1945, fecha en la que se supone que murió, pues nadie en el campo se preocupó de aquella vida que se apagaba, como la de otros miles de seres humanos víctimas del holocausto. Han pasado sesenta y nueve años de la muerte de Ana Frank, pero su corta existencia sigue viva en la multitud de ediciones que se han hecho de su diario a lo largo y ancho del planeta.

En el aniversario de su muerte os invitamos a recuperar o a descubrir las palabras de aquella niña que, sin quererlo, se convirtieron en testimonio de primera mano de uno de los conflictos armados más crueles de la historia.

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