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El falso creyente, el teísta inspirado, el ateo imparcial

Por Eduardo Zeind Palafox , 14 febrero, 2016

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Muestra el hombre, cuando incapaz es de periclitar las horribles contradicciones que a su vida aquejan, tres graciosas actitudes, la de falso creyente, la de teísta inspirado y la de ateo imparcial.

El ateo, dando la espalda a las insondables realidades, perogrullesco profiere obviedades que afanan pasar por sabias. El teísta, hablando del que de teológicas lecturas carece, inventa un dios que parece más un genio servil que palia caprichos que una respetable divinidad, por lo que recorre su vida jalándose los cabellos. El creyente, cuando no filosofa, anda por correctos caminos, pero tropezando con lo que no es estorbo, sino escalón.

Diría el docto señor Xavier Zubiri que estos tres bellacos no hallan en Dios un problema, sino una mera supuesta existencia, harto útil para justificar cualquier dislate, ceguera o necia superstición. Imperioso es desunir de la «firmeza de un estado de creencia» teologal (ver «El hombre y Dios»), a decir zubiriano, la auténtica «justificación intelectual» necesaria para vivir coherentes, al teleológico modo.

Dar razones, ir a las fuentes de nuestra inclinación, inexorablemente nos conducirá hasta nuestra «dimensión teologal», según Zubiri, lugar donde la «ultimidad de lo real» halla refugio. Mas no a todos, como dice el Evangelio, les es «concedido conocer» (Mateo 13: 11) la parte teologal que hay en cualquier individuo.

La parábola del sembrador, tan sencilla, discierne las dimensiones que llevan al hombre a Dios. La semilla, leemos (Mateo 13: 18-23), cae en el camino, en pedregal, en abrojos y en buena tierra. Quien anda muchos caminos es casi sordo, sólo oye, por hacerse perenne preguntante para no extraviarse, superfluas descripciones. Quien es inconstante, o cree para no deber y no para ganar, sólo oye iniquidades, abundantes en la humana lengua. Quien para no caminar ni arrostrar desgracias altanero vuela en los lomos de la vanidad asnal, ni oye ni ve y además se marea y confunde, tanto como Sancho al viajar en Clavileño.

Silencio y maldad, sostendría Pascal, son elementos de los abismos, donde sólo una razón moral, trascendental, puede sostenerse. Se crea o no en Dios es importante aceptar, sin remilgos de tolerante, que hay cuestiones no alcanzables para la humana inteligencia. Ya Santo Tomás, para bregar contra incrédulos, ha aconsejado al vanidoso dejarse arrastrar por el espíritu, que nos saca de lo temporal, que por ser mecánica espiral nos mueve a la soberbia, siendo ésta vicio que impide conocer que vale más el polvo de lo perfecto que las arquitecturas de lo imperfecto («Suma contra los gentiles», libro I, cap. V).

El ateo, huyendo de lo «teologal», de sí mismo, se hunde en sí mismo. El creyente, sin razón, transforma a Dios en fuerzas maniqueas y se convierte en tierra de pugnas. Y el teísta, luego de fatigas imaginativas, acaba esclavo de su ficción.

Eduardo Zeind Palafox

 


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