El fascismo que nos vino
Por José Luis Muñoz , 21 diciembre, 2025
Desengañémonos, el fascismo de nuevo cuño ya está aquí, lo tenemos enquistado. Quizá sea el vaivén de la historia, ese movimiento pendular que se produce cada equis años y bascula entre derecha e izquierda. No sé. O que los que tenemos un pensamiento progresista no hemos sabido argumentar, ni convencer, ni ilusionar durante todos estos años y hemos bajado la guardia hasta que ha sido demasiado tarde y todo lo que conquistamos se ha venido abajo como un castillo de naipes y ha triunfado la barbarie sobre la razón. Lo que está claro es que la masa, aquí (Europa) y allá (Latinoamérica), quiere el fascismo, que los ciudadanos votan democráticamente tener autarquías que les cercenen sus derechos, los exploten y decidan por ellos. El sistema democrático mundial, con todos sus defectos, está en crisis. El estado de bienestar va siendo sustituido por el sálvese quien pueda. El paradigma de la empatía, fundamental para toda relación amistosa entre ciudadanos y pueblos, ha sido sustituida por la psicopatía, su contrario: se crean enemigos sobre los que descargar la ira y la frustración. Cosa de locos, se podrá pensar, es votar contra tus propios intereses como lo están haciendo millones de ciudadanos en todo el mundo. Pues todos estamos locos, entonces, y el que personajes desequilibrados, verdaderos psicópatas de manual y podridos de dinero, estén rigiendo los destinos de la humanidad, es una razón más para encerrar al planeta en un frenopático.
En realidad no es nada nuevo lo que está pasando a nivel mundial, ya lo alertaba Carlos Marx: El lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria, sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida, está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras. El caso de Estados Unidos es el paradigma más claro de la afirmación marxista: la llamada White Trash, la basura blanca antisistema, los pobres de esa Norteamérica profundo de la que los políticos elitistas de Washington jamás se ocuparon, es uno de los componentes sociales que han aupado a Donald Trump a la presidencia de su país. Miserables que no tienen donde caerse muerto votando a un multimillonario y su corte de empresarios tecnológicos. El tecnofeudalismo del que habla Yanis Varoufakis.
Repasemos el panorama desolador de Latinoamérica y como los gobiernos de izquierda, uno a uno, han sucumbido ante la derecha o la extrema derecha. En Chile, tras un corto gobierno progresista de Gabriel Boric, que no era un personaje político que suscitara mucho entusiasmo, y eso también hay que decirlo, su población ha elegido a José Antonio Kast, un ultraderechista que reivindica el legado del dictador Pinochet, el que dio un golpe de estado sangriento, el que aplastó la democracia en su país y asesinó a sus compatriotas. Y no es desmemoria, sino que en Chile, como en España pasa con Franco, Pinochet sigue muy vivo. En Bolivia, con una izquierda totalmente fragmentada y fratricida (eso me suena a España), tras muchos años de gobiernos progresistas del MAS, tienen ahora un presidente de centroderecha: Rodrigo Paz del Partido Demócrata Cristiano. Lo de Nayib Armando Bukele, del partido Nuevas Ideas, en El Salvador ya es algo más serio: empresario y dictadorzuelo que conculca todos los derechos humanos y ofrece su sistema carcelario al amo del norte, el precio que han pagado los salvadoreños por haber acabado con las maras y haber instalado un sistema de terror estatal. También es empresario el ecuatoriano-estadounidense Daniel Noboa que gobierna Ecuador, un país antes tranquilo asolado ahora por el narco. Lo de Argentina es de frenopático y ni siquiera el cacareado sistema ultraliberal que pregonaba el loco de la motosierra a costa de recortes drásticos en todas las políticas sociales funciona (Milei ha tenido que pedir pasta a su amigo Trump). México resiste, a pesar de su peligroso vecino del norte que le robó la mitad de su territorio (California, Nevada, Utah, Nuevo México, Arizona, partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma) en el siglo XIX. Nicaragua es un desastre autárquico que daría vergüenza al verdadero sandinismo por sus niveles de corrupción del clan de los Ortega. Y Venezuela, con un clown como presidente que carece del carisma de Hugo Chávez, tiene la mala suerte de estar inundada en petróleo que Donald Trump, como el tiburón con al sangre, ha olfateado.
En esta ley de la selva en la que vivimos estamos normalizando lo inasumible. Hemos normalizado el genocidio que Israel ha perpetrado, y sigue perpetrando, en Gaza, del que ya nadie habla, pero los gazatíes siguen muriendo de hambre, de frío, de enfermedades y por los disparos de sus asesinos. Hemos normalizado que un patán maleducado y medio analfabeto obligue a rendir pleitesía a sus vasallos europeos en una de las escenas más humillantes que recuerda uno haber visto y que ese mismo individuo asesine sin pestañear a más de ochenta personas en el Caribe, por simples sospechas, bloquee un país soberano que es Venezuela, le reclame su petróleo y planee invadirlo o asesinar a su presidente sin que nadie diga nada, se le cuestione siquiera. Matonismo de patio de escuela.
Llevamos muchos años normalizando semejantes aberraciones sistémicas y sistemáticas. No juzgamos al infame Trío de las Azores en ningún tribunal internacional por el desaguisado de Irak. No pidió cuentas Barak Obama a George W. Bush y los suyos por Guantánamo y Abu Graib sino que se persiguió a Julian Assange. El fascismo ya no se pone la careta, solo le falta que se coloque la esvástica en el antebrazo (Elon Musk saludando a la romana y diciendo que la empatía es una debilidad) y lo asumiríamos. La telaraña de redes sociales y medios de información comprados, o desinformación, los aluviones de fake news que se propagan a la velocidad de la luz y son un virus mental, hacen que el trabajo de la ultraderecha sea más fácil y caiga sobre un terreno abonado: el de la ignorancia absoluta. La explicación a todo este fenómeno universal es que se está fabricando una sociedad de ignorantes acríticos y totalmente manipulables que no leen más allá de los titulares de lo que quieren leer, que no contrastan información, que siguen las consignas de los odiadores profesionales y bailan, por ejemplo, al ritmo de Pedro Sánchez, hijo de puta en nuestro país.
Podemos pensar que la humanidad enloqueció, que quizá todo esto que está pasando no sea más que el preludio de una gran guerra tan devastadora como las dos que asolaron suelo europeo en el siglo pasado (el inefable pelota de Trump, Mark Rutte, ya ha avisado de ello, toca el tambor, imagino que pagado por su amo y a comisión de él) y de las que no hemos aprendido absolutamente nada, pero no podemos eludir nuestras responsabilidades al haber permanecido durante todos estos años adormilados, no haber reaccionado desde el primer momento, no haber puesto sobre la mesa alternativas ilusionantes, no haber ganado el relato a la ultraderecha que se hace con el mundo como una hidra mientras discutimos sobre el sexo de los ángeles.
Las leyes internacionales, el derecho humanitario y la democracia están saltando por los aires e impera, más fuerte que nunca, la ley de la selva. Las distopias se hacen realidad a la velocidad de la luz. El patán norteamericano alardea de su racismo, persiguiendo a los de piel oscura en su país, de su machismo, que no lo aleja del voto femenino, envía al ejército a las ciudades que no le parecen de su cuerda y solo respeta a las grandes potencias militares como China y Rusia que tienen armamento nuclear disuasorio. Trump admira en lo más profundo a Putin y es su modelo a imitar. La única virtud del emperador naranja es que habla claro, no esconde sus intenciones, y el mundo inclina su cabeza. Europa se creó para joder a Estados Unidos, afirma. Y Estados Unidos ha estado jodiendo a Europa desde el principio.
El panorama mundial está para bajarse de este mundo en marcha. Me pregunto si hay futuro y si lo veré. Tiempos para revisar Cabaret de Bob Fosse. La serpiente ya salió de su huevo.
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