El fascismo que viene
Por Carlos Almira , 1 febrero, 2014
El Congreso de los Diputados, Madrid.
¿Estamos hoy en España, en Italia, en Grecia, en Francia, en la antesala de un nuevo fascismo? Todo depende de cómo interpretemos lo que está pasando (algunos se sonreirán y se preguntarán, ¿es que está pasando algo que no haya pasado ya?), y de lo entendamos por fascismo. Vayamos prudentemente por partes:
1º Es verdad que la Historia nunca se repite. En este sentido pueril, podemos estar seguros de que el fenómeno destructivo del fascismo y el nazismo (y en el otro lado, del comunismo totalitario) que azotó el Mundo de Entreguerras, cuyas raíces culturales se remontan al menos a la segunda mitad del siglo XIX, no va a volver. Aunque se cumplieran los peores augurios, no habrá nunca más una Primera Guerra Mundial, ni una Revolución Rusa, ni una República de Weimar. No volverán los Sorel, ni los Maurras, ni los D´Annunzio, ni los Jose Antonio. La Historia no se repite.
2º Sin embargo, ¿estamos hoy inmunizados por esta obviedad contra los gérmenes del totalitarismo, de la violencia política, o de la represión como fórmula de Estado? Dicho de otro modo: los sistemas parlamentarios, los estados de partido cimentados tras la Segunda Guerra Mundial, ¿son realmente incompatibles con el fascismo?
Se me ocurre, a bote pronto, que hay al menos dos situaciones políticas donde el fascismo no puede prosperar sin destruir las instituciones desde fuera: el Estado sin Partidos (tal y como existía por ejemplo, en Europa bajo el Antiguo Régimen, antes de la Revolución Industrial); y el Estado Democrático. Por cierto, si se observa la historia del fascismo, se advierte que éste nunca ha triunfado sin acceder primero a las instituciones parlamentarias, tal y como fueron constituidas en la Europa Liberal del siglo XIX. El fascismo (y por ende, el nazismo y el comunismo totalitario) es un movimiento de Partido, aun cuando enseguida se muestre incompatible con el sistema parlamentario, pues precisa (a diferencia de los viejos partidos liberales y conservadores burgueses) de las masas para abrirse paso hacia el poder. Sólo, una vez tomado el poder, establece su régimen de Partido Único, pero nunca un Estado sin Partidos.
No ocurre lo mismo con una verdadera Democracia. En un Estado Democrático al fascismo y sus análogos, no le queda otra opción que destruir desde fuera las instituciones y al propio Estado para acceder al poder. Frente a una Democracia, fascismo y compañía no tienen más opción que fundar, por la fuerza, desde cero todas las instituciones del Estado. Si esto es así, el fascismo es uno de los resultados destructivos de la degradación del sistema parlamentario. El fascismo no surge por la destrucción de la Democracia, sino por la incapacidad del propio Sistema de Partidos de establecer la Democracia.
¿Cómo es esto? ¿Es que el Sistema Parlamentario no es ya la Democracia? Pues depende de lo que entendamos por Democracia, o mejor aún, de lo que entendamos por Poder Público frente a Poder Privado. Si definimos el primero como aquel que no establece nunca una distinción a priori entre los conocidos y los extraños, a la hora de producir sus normas y planificar y prestar los servicios del Estado, y el Poder Privado como aquel que sí establece, sistemáticamente, esta distinción, entonces el Sistema Parlamentario es un régimen de Poder Privado como lo son, sin duda, los regímenes totalitarios, pero la Democracia sólo puede ser un régimen de Poder Público. Por eso, entre otras cosas, es posible la transición desde un pluralismo parlamentario a un sistema de bipartidismo o de partido único (y a la inversa), puesto que se trata de la forma última, más o menos cruenta, que adoptará esta administración privada del Estado. En rigor, la Democracia es el único Régimen Político propiamente Público.
Adoptado este punto de vista, el fascismo y sus análogos pueden definirse como movimientos políticos de masas que aspiran a sustituir el sistema de Poder Privado de Partidos por el sistema de Poder Privado de un solo Partido. Las circunstancias históricas en que esto es posible, ciertamente no pueden repetirse, pero el fondo de la cuestión es el mismo, hoy como en el mundo de entreguerras.
Ni siquiera es necesario entonces, que un partido o un movimiento totalitario alcance el poder. Dentro del Estado Parlamentario Privado son posibles un tipo de medidas políticas y normativas idénticas a las que adoptaría, si estuviese en el poder, un partido fascista. No es necesaria una nueva Marcha sobre Roma, ni una nueva claudicación de Hindemburg para que la pesadilla (que no la Historia), se repita una vez más.
El Estado Parlamentario puede, en cambio, evolucionar hacia un Estado Público, esto es, hacia una Democracia, y conjurar así sus propios demonios. Puede que el fascismo nunca vuelva porque ya esté aquí, porque lo haya estado desde siempre, en germen, en sus propias posibilidades de legislar y ejecutar en base a la exclusión, el miedo, la violencia legal, la mentira. En tal caso, los ciudadanos tenemos la responsabilidad moral, la urgencia de empujar al Estado Parlamentario Privado hacia la Democracia. Eso o abandonarnos a “nuestro destino”.
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