El genuino sabor de Mercedes Cebrián, la vacilación del objeto
Por Anna María Iglesia , 15 julio, 2014
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
“Lo nacional rige nuestras vidas”, decía hace algunos días Mercedes Cebrián, a lo largo de la entrevista que le realizaba Nuria Azancot para El Cultural; de inmediato, la poeta y narradora, matizaba: “quizá sea un problema mío de percepción el pensar que está tan visible y presente”. Puede que fuera un exceso de prudencia el que lleva a Cebrián a matizar una afirmación que, sin embargo, difícilmente puede ser rebatida. “Lo nacional rige nuestras vidas” y no se trata sólo de la in crescendo confrontación territorial y nacional de la que somos testigos día tras día, confrontación que, dicho sea de paso, no es nueva ni meramente circunstancial, basta con leer el brillantes epistolario entre Miguel de Unamuno y Joan Maragall o repasar los lúcidos ensayos periodísticos de Gaziel. Lo nacional se ha convertido en un concepto regidor desde el momento – ¿y cuándo no fue así?- en que ha sido utilizado como categoría definitoria del individuo: cuando el “di de dónde eres y te diré quién eres” devino un lema aceptado, la individualidad empezó a borrarse en aras de una categorización previa e impuesta: en la actualidad, convertido el origen geográfico en marca exportable, ser –y sentirse- de un determinado lugar significa ser y sentirse aquello que el mercado y el poder dicen. Y es, en parte, ante esta imposición de definición a la que se enfrenta Mercedes Cebrián en su primera novela El genuino sabor (Random House), una narración en la que lo extranjero es tanto el lugar del extrañamiento como el lugar que, precisamente por ser ese lugar otro, permite a Almudena reconstruir su propia identidad.
Los objetos, los suvenires que Almudena va acumulando en sus distintas estancias en el extranjero, los sabores y la comida se convierten en piezas dispersas de un puzle que la protagonista comenzará a montar y reestructurar en Londres, ciudad no aleatoria, sino extremadamente apropiada por su cosmopolitismo, capaz de desbaratar todo esquema y tópico nacional, y por su idioma. Tras años viviendo en Hispanoamérica, Almudena se enfrenta con el inglés, una lengua que no termina de dominar, una lengua que por su parcial incomprensión impone una distancia, un extrañamiento. Lo interesante de El genuino sabor es que esta sensación de extrañamiento suscitada por la metrópolis londinense termina por revertirse en la propia Almudena que, en el momento de tener que decorar desde la nada su nuevo apartamento, comienza a sentir ese mismo sentimiento de extrañamiento hacia su propia identidad. Tras años trabajando alejada de Madrid, la ciudad donde realizó sus estudios universitarios, donde comenzó su carrera laboral y donde decidió asentarse, tras años definiéndose y siendo definida como española, Almudena parece no encajar más en esa categoría y así como, tiempo atrás, se lo preguntaban Unamuno y Maragall, la protagonista de El genuino sabor comienza a cuestionarse qué quiere decir ser española. “Ese “nosotros somos así” siempre me ha fascinado”, le comentaba Cebrián a Azancot, “cualquier sensación de extrañeza me sirve como motor de lo literario, de ahí que a lo largo del proceso de escritura intente sacarle partido a las numerosas veces en que esto sucede en lo que llamamos la vida real”. Y es precisamente esta vida real, alejada de los tópicos y de las imágenes pre-construidas y aleatoriamente impuestas, la que intenta aprehender Cebrián a través de su novela.
La ficción, decía Vila-Matas, sirve para acercarse a la realidad compleja, inaprehensible en su totalidad; en el caso de Cebrián, la ficción es el modo de desenmascarar la propia ficción que envuelve la realidad y que configura nuestra propia identidad; la autora deconstruye los relatos escritos por otros y, en cierta medida, asumidos cuan lectores pasivos. Cebrián consigue realizar el desenmascaramiento a través de la mirada sobre los objetos y sobre la comida, es decir, sobre las pequeñas cosas que, al rodearnos y conformar tanto nuestro ambiente como nuestra rutina y costumbres, devienen reflejo metafórico de aquello que somos o de aquello que aspiramos ser: en El genuino sabor las pequeñas cosas cotidianas –ejemplo claro son los objetos decorativos del apartamento de Almudena- funciona casi como el correlato objetivo teorizado por T. S. Eliot, en ellos se objetiviza –en la doble acepción del término- la subjetividad de la protagonista. Frente a su nuevo piso de Londres, ya decorado, Almudena se da cuenta que “podría vivir rodeada de ese gran pleonasmo de cosas que no hacían sino insistirle, recordarle que estaba en Inglaterra”, pero ¿es necesario? Como le señala su amigo Isidro, “tanta memorabilia británica sería el equivalente a tener en su casa de Madrid flamencas de plástico sobre la tele” y, sin embargo, “en España la gente poseía objetos españoles como un plato vueltatortillas”. La vacilación ante la decoración, ante los objetos que decoraran el pequeño apartamento, es el vacilación de Almudena ante ella misma, ante la idea de convertirse en una londinense; ella nunca sería inglesa y, sin embargo, tras años fuera, parece ya no pertenece a su ciudad, a Madrid: “Eres una esnob, sólo te gusta lo extranjero”, le dicen, durante una breve visita a Madrid, los amigos a Almudena, aparentemente condenada a permanecer en un no-lugar.
Con El genuino sabor, Mercedes Cebrián no busca una respuesta, no busca encerrar a su protagonista en una única definición, al contrario, la vacilación inicial pierde su connotación negativa, deja de implicar duda e incomprensión hacia sí mismo y hacia el otro, para ser el rasgo más adecuado y más libre para Almudena: la línea –en un doble juego que no desvelaremos metafórico y topográfico- termina siendo el lugar de la protagonista. La línea, el margen, la zona indefinida, el lugar, como bien muestra Claudio Magris en sus ensayos, de confluencia y de diálogo, donde los conceptos son sobrepasados por sus propios significados y donde la cultura y la identidad nacional se convierte en múltiple, diversa y, a la vez e inevitablemente, individual. “A mí me gusta la idea de que los objetos hablan de nosotros”, le decía Mercedes Cebrián a Patricio Pron durante una entrevista hace ya algunos años, “me gusta ver el diálogo entre los productos y las personas”. A aquellos objetos que configuraban el universo narrativo de El malestar al alcance de todos, hoy se han añadido los lugares habitados, recordados, vividos, aquellos lugares, concebidos como narraciones polifónicas, sobre los que Cebrián ya había inscrito los relatos de La nueva taxidermia. Con El genuino sabor, Mercedes Cebrián prosigue con el sólido recorrido narrativo que, a través de sus relatos, ha ido trazando y que, sin lugar a dudas, todavía tiene mucha distancia por recorrer.
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