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El Giro de Italia se rinde a Contador y las montañas a Mikel Landa

Por Fermín Caballero Bojart , 26 mayo, 2015
Steven Kruijswijk, Alberto Contador y Mikel Landa. ANSA/AULETTA - PENTAPHOTO - POOL

Steven Kruijswijk, Alberto Contador y Mikel Landa. ANSA/AULETTA – PENTAPHOTO – POOL

Las grandes vueltas se deciden en las montañas, bajo la lluvia. Donde los jefes dan paso a sus escuderos cuando los estribos no encajan. Cuando las bielas se derriten bajos las espuelas de los ciclistas, de los atletas de gemelos partidos y piernas labradas al son del galope. De la escalada sin final. Allá donde los hombres levantan el peso de su armadura sin más ayuda que el del miedo a la humillación. Así nacían las etapas de leyenda y así se ha vivido la 16ª etapa del Giro de Italia entre Pinzolo y Aprica, bajo la estirpe del dios Mortirolo.

Un coloso de 1852 metros, con permiso de Fausto Coppi, se ha llevado el protagonismo en honor del mítico Marco Pantani, el escalador italiano más rápido conocido hasta el momento. Y entre colosos y leyendas, Contador guardó en el maillot la calculadora y tras sufrir el pinchazo de su vida, decidió desenfundar el verdadero arma que tenía preparada desde hace tiempo: el coraje. Y hasta que no vio que sus cadavéricos rivales se agachaban al ser adelantados, no dejó de pedalear. Aru claudicó y Landa, por fin, tomó el relevo, y se dio cuenta que era el momento de marcar una nueva época.

Los dos españoles tenían el Giro en sus manos, como un muñeco, tratando de medir sus fuerzas tras la jornada de descanso y mirando hacia la cima, desde la que les esperaban 23 kms para meta, en Aprica. Curvas, riesgo y los recuerdos del pirata despegándose de la élite del ciclismo mundial reunida en un solo apellido navarro. Los espectadores sabían que Alberto podía llegar, lo impulsaban, pero Aru no era capaz de aguantar el ritmo del alavés. Landa, esta vez sí, se lanzó a por la tendida senda que llamaba al triunfo. A Contador solo le aguantó su equipo para dejarle a 50 segundos de distancia de los Astana. Un mundo hacia arriba. Entonces hizo valer su piñón de 30 dientes y su estilo. Cazó a sus rivales y guardó lo que le sobró para subir el jueves la cima Coppi. Volvió a sacar la calculadora etapa para Landa, Giro para mí.

Emocionado, en línea de meta, no supo leer el derroche de Landa por entrar en el libro de los inmortales y se le escapó un “gracias Steven” porque gracias a él, a Kruijswijk, el nuevo rey azul de la montaña y tercer hombre que acompañaba a los españoles en cabeza de carrera, la maglia rosa creyó haber vuelto a la vida.

El resto es historia, Landa se une a los ocho nombres que grabaron su apellido en la meta de Aprica: Adorni (1962), Sierra (1990), Chioccioli (1991), Pantani (1994), Gotti (1996), Heras (1999), Basso (2006) y Scarponi (2010). Y abre una brecha generacional, rompe un fantasma; hay futuro. Hoy ha dejado claro que los de su tierra pueden dominar montañas, porque en definitiva, como dice Indurain, el ciclismo consiste en subir y bajar puertos dando pedales.


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