El Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson
Por José Luis Muñoz , 8 mayo, 2014
Hay películas diseñadas para causar placer visual al espectador mientras las ve, por lo que cuentan y cómo lo cuentan—al modo de las fábulas infantiles clásicas que relataban los padres a sus hijos para que se durmieran, tocan esa fibra sensible—, como si en cada imagen hubiera una buena dosis de endorfinas. Amelie de Jean Pierre Jeunet sería un ejemplo cercano de ello; otro, El Gran Hotel Budapest del joven texano Wes Anderson (Ladrón que roba a otro ladrón, Academia Rushmore, Los Tenembauns, una familia de genios, Vida acuática, Fantástico señor Fox, Moonrose Kingdom), producida y escrita por él, inspirada en textos de Stephan Zweig, cine con magia intrínseca, que se ve como quien abre una deliciosa caja de bombones y los va degustando todos sin poder parar.
La historia gira alrededor del Gran Hotel Budapest, ubicado en un idílico lugar de montaña de un imaginario país alpino de Centroeuropa, Zubrowka—nombre que recuerda a los que abundaban en las películas de los Hermanos Marx—, en el que recala un joven escritor (Jude Law) seducido por el libro que un autor (Tom Wilkinson) ha escrito sobre los avatares del legendario establecimiento hotelero. Allí localiza al extraño propietario de ese hotel, antaño esplendoroso y ahora decadente y a punto de cerrar, Zero Mustafá (F. Murray Abraham) que, a lo largo de una cena, le cuenta cómo un modesto mozo de puerta, él mismo cuando tenía apenas 16 años (Tony Revolori), trabó amistad con el encargado del hotel, el estirado y culto Gustave H. (Ralph Fiennes) que hereda de Madame D. (Tilda Swinton), una rica y anciana huésped del hotel con la que mantuvo una apasionada y larga relación sentimental, un cuadro valiosísimo, Muchacho con la manzana, y su inmensa fortuna en un posterior testamento que revoca el anterior, lo que da pie a un enfrentamiento a muerte, tras la lectura de las últimas voluntades por parte del abogado de la familia Deputy Kovacs (Jeff Goldblum) con la siniestra familia de la finada encabezada por el daliniano hijo Dmitri Desgoffe und Taxis (Adrian Brody) y el siniestro J.G. Jopling (Willem Dafoe), que parecen salidos del lápiz de un dibujante de cómic; la ayuda del fiel criado de la finada Serge X (Mathieu Amalric) y la persecución del torpe policía Henkele (Edwar Norton), y todo ello con el trasfondo de las convulsiones políticas y militares que sacuden la Europa de los años 30—la llegada de un nazismo de opereta que le debe mucho a El gran dictador de Charles Chaplin—y el tema de la inmigración subyacente—Zero Mustafá es un refugiado político.
Historia dentro de otra historia en la que hay un sinfín de pequeñas historias—el encarcelamiento y fuga de Gustave H con la ayuda de Ludwig (Harvey Keitel); la hermandad de los conserjes de los grandes hoteles encabezada por Ivan (Bill Murray) que se prestan ayuda como si se tratara de una logia masónica; la historia de los monjes cuando Zero y Gustave se refugian en el convento alpino, entre muchos ejemplos—, El gran hotel Budapest es una exquisita matrioska que contiene en su interior una sucesión inacabable de sorpresas.
Fundamental para llevar a buen puerto esta original película, que le debe mucho a los clásicos del cine mudo—Hermanos Marx, Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd…— y también a la humorada de Roman Polanski El baile de los vampiros—la persecución por la nieve del villano J.G. Jopling interpretado por Willem Dafoe, uno de los personajes más logrados, de Gustave H y Zero Mustafá, por ejemplo, es calcada a la que sufren el profesor Abronsius (Jack McGowran) y su discípulo Alfred (Roman Polanski) por Koukol (Terry Downes)—es su ritmo endemoniado, una imaginación desbordante, esperpénticos personajes, que lo son hasta en sus nombres, Dmitri Desgoffe und Taxis, y un diseño de producción artesanal más que tecnológico, mediante cuidadosas maquetas, que se sirve del formato 3×4, últimamente muy en uso (Ida de Pawell Pawlikowski; Fausto deAlexander Sokurov) al que Wes Anderson le saca un extraordinario partido. Si a todo esto le añadimos una fotografía de delirio cromático, extraordinaria, que abusa, a conciencia, de los colores fuertes, rojos, azules, verdes, y puros, la manufacturación del producto resulta perfecta.
El gran hotel Budapest, premio de jurado del último Festival de Berlín, es una película sorprendentemente divertida, exuberante y excéntrica cuyo ritmo frenético no decae en ningún momento y en la que aparece un plantel de actores sencillamente espectacular: están todos con los que Wes Anderson ha trabajado en sus trabajos anteriores, en papeles que nunca son episódicos.
Una película deliciosa de principio a fin, trepidante y divertida, con una bonita historia sentimental de por medio, la que une al modesto mozo de puerta Zero Mustafá con la pastelera Agatha (Saoirse Ronan), la joven que tiene una mancha de nacimiento en la mejilla con la forma de México, y sutiles críticas a los totalitarismos que quizá queden sepultados por el derroche de imaginación pirotécnica que despliega su brillante director, que resulta apabullante.
Magia cinematográfica en estado puro y sobredosis de endorfinas. El espectador sale del cine cegado por los fuegos artificiales de Anderson.
Título original: The Grand Budapest Hotel
País: EE.UU
Año de producción: 2014
Duración: 100 minutos
Director: Wes Anderson
Estreno en España: 21/3/2014
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