El jardín de las delicias: Inmigrantes, los rostros de la desesperación
Por Pedro Luis Ibáñez Lérida , 16 febrero, 2014
El oscurantismo de las expulsiones irregulares en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, es un hecho gravísimo que pone en entredicho al estado como garante de los derechos humanos.
Los cadáveres son regurgitados por el seno marino. Es la expresión última del drama de la inmigración: seres humanos que tratan de regatear a la muerte. Es el signo mortal de las fronteras. El delicadísimo equilibrio donde los derechos humanos suelen llevar la peor parte, la definitiva. La dramática y luctuosa consecuencia no requerirá de aquéllos. El óbito prescinde de exigencias. El suceso acaecido en el espigón de la valla fronteriza de Ceuta y, como una marejada, los posteriores en Melilla, reactualizan la situación extrema de este polvorín fronterizo, cuya mecha no deja de arder y periódicamente explota en las dos ciudades autónomas.
Las declaraciones gubernamentales enrocan y evidencian la impotencia frente a este fenómeno de resolución europea. La llamada al cierre de filas entonando las dificultades del trabajo de la Guardia Civil como reproche ante la denuncias de las organizaciones humanitarias y de derechos humanos que trabajan en la zona, son alegatos accesorios que reducen la controversia al anecdotario y no a la causa mayor.
El ministro de Interior reconoció hace escasos días que podían haber existido casos puntuales en los que la Guardia Civil vulnerara la ley de extranjería. Se trataría de inmigrantes que logran salvar las vallas de las dos ciudades fronterizas, no sin antes recibir el lacerante tajo de las concertinas. El artilugio con el que se pretende disuadir el asalto. Una vez en suelo español deben ser identificados en la comisaría y tienen derecho a asistencia jurídica y de intérprete. Estas declaraciones no provienen de la autocrítica y conocimiento de la realidad. Más bien a contrapelo. Las imágenes tomadas en vídeo por la ONG Prodein ha cogido in fraganti a los agentes de la Benemérita expulsando a los inmigrantes a Marruecos, que incluso rechaza a alguno de ellos. Lo más curioso es que la puerta elegida para estas operaciones es el único lugar de la valla en el que no existen cámaras de vigilancia. Una especie de puerta falsa por la que la impunidad es un hecho y que admite lacónicamente el propio ministro que estudiará una posible instalación.
El pueblo que se resigna está acabado, manifiesta el escritor siciliano Andrea Camilleri, que se define como “empleado de la escritura” y acaba de recibir el Premio Pepe Carvalho. Si a la reflexión del creador del comisario Montalbano adicionamos la ausencia de memoria, estaremos asistiendo a la irreversible degeneración. José Saramago aludía a la responsabilidad y a la memoria para evitar el proceso de descomposición ética, “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad, quizás no merezcamos existir”
Desde los montes del país vecino miles de inmigrantes atisban un horizonte de futuro incierto. No tiene otra salida, salvo la de encarar las vallas y dar el salto. Es la huida hacia delante de los que nada tienen que perder, salvo la vida. Y ésta pende de la desesperación, que se transforma, cada cierto tiempo, en una fuerza incontrolable y contagiosa que empuja a estas masas humanas a despreciar la muerte.
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