El jardín de las delicias: No sabe, no recuerda, no contesta
Por Pedro Luis Ibáñez Lérida , 12 febrero, 2014
La cosa no iba con ella. Era evidente que sus respuestas fueron las que se esperaban: artificio legal y aprendido. Como aquellos pájaros que logran modular e imitar la voz humana tras cansinas y repetitivas frases. La declaración de la infanta Cristina contiene ese soniquete veraniego con estribillo estridente y pegadizo. Las imágenes robadas, a pesar de los estrictos controles de seguridad derivados de la estipulación del juez de prohibir cualquier dispositivo con esa intención, nos muestran las indolentes e instruidas respuestas. A pesar de la lúcida e inteligente -aunque, en cierta manera, tardía e inevitable- estrategia de los abogados de no rehuir la comparecencia, a la que, hasta ahora, había evitado como gato al agua. La impresión es que no quedaba otra opción, salvo la del enfrentamiento con la causa en la que se le imputa. Lo que ya no logrará la hija del rey es frenar el descenso a los infiernos de la institución a la que pertenece y representa. La declaración muestra la debilidad de los argumentos de la defensa. Días antes los abogados aducían la falta de conocimiento de los tejemanejes de su esposo por el amor incondicional que le profesa. La ciega pasión que le impidió ver las cantidades que aquél desvió irregularmente por un valor de 1.200.000 euros.
“La poesía está para recordarnos que todas las palabras, incluidas las que usamos automáticamente, o tanto que parecen gastadas y poco relevantes, son las responsables de la realidad”. El poeta y ensayista Yves Bonnefoy incorpora el vestigio de la palabra poética como rastro inherente a la propia existencia, “la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”. De ahí que libere desde el pensamiento la necesidad que la palabra tome el espacio natural al que pertenece, “La palabra, las palabras, están en el centro de todo. Son el embrión que no solo describe y señala y nombra el mundo sino que lo ordena y puede salvarlo, reordenarlo”. El autor galo entorna la puerta para invitarnos a valorar y comprender la perspectiva de la palabra, desde la condición primera, la que emerge de la realidad que se designa, interioriza y expresa.
La toxicidad de las preferentes llegó a afectar a 300.000 personas en el ámbito financiero en el que Blesa trajinaba. La palabra era maliciosamente inoculada para convencer de la gracia y el donaire de tan peculiar oferta bancaria. Eran palabras de tahúr, a sabiendas del engaño. Caja Madrid emitió 3.000 millones. Las palabras se convertían en lengua bífida. Niños, ancianos, personas con discapacidad mental o analfabetos eran presa propicia. Luego vino la nacionalización para evitar la quiebra de los defraudadores, a los que amparó el estado. Ya que mientras éste inyectaba dinero público, las emisiones perdieron entre el 38 y el 68 por ciento de su valor. Las mismas palabras que utilizaba su presidente, con tono y talante desinhibido, regodeándose de tamaña hazaña, en los correos electrónicos que sin reparo intercambiaba.
La poesía debe decir: Existe una Realidad, el autor de El territorio interior afirma con sus reflexiones sobre la palabra poética, la existencia de esa Realidad de exigencia ante el mundo. Exigencia que, precisamente, diferencia a las que ordenan el mundo, de las que lo derivan al caos. Palabras que mascullan la deshonra del lenguaje y lo degradan porque están faltas de pensamiento y rehúsan del sentimiento. Palabras que se pronuncian con la boca pequeña, con el medio labio: no sé, no recuerdo, no contesto.
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