El legado de Rivelino
Por Jordi Junca , 10 febrero, 2015
Rivelino no ganó muchos mundiales, tampoco grandes galardones individuales, ni siquiera demasiados títulos. Jugó siempre en Brasil, en una época donde no era tan habitual dar el salto a Europa. Compartió vestuario con leyendas como Pelé, Tostao o Zico y, tal vez por eso, a veces cueste acordarse de él. Famoso por su bigote y esa melena desordenada, era un jugador diferente, zurdo, cómo no, además de preciso y elegante. Algunos dicen que faltó ambición, quizás suerte, para ascender hasta lo más alto del Olimpo. Desde allí, sin embargo, un tal Maradona reconocía que su ídolo no fue argentino, sino “brasileiro”. Al parecer, se refería a un tipo que había jugado con la selección brasileña durante los años 70, alzándose con la copa del mundo en el primer mundial que se celebró en México. Decía que su técnica era exquisita, tanto en el regate, como en el pase y el golpeo. No era muy rápido, un “potrero” al estilo Riquelme de los que no quedan. Y sí, se llamaba Rivelino.
Su nombre se convertiría con el tiempo en sinónimo de espectáculo. No por sus goles o pases al hueco, que también, sino por un regate que pasaría a formar parte del repertorio de los grandes jugadores que estaban por venir. Con el exterior de su pierna izquierda, por supuesto, arrastraba la pelota unos centímetros. El defensa se desplazaba en esa dirección, convencido de que la jugada se decantaba hacia su lado derecho. No obstante, Rivelino cambiaba el sentido de la acción sin dejar de estar en contacto con el balón, arrastrándolo de nuevo pero esta vez en dirección contraria. La pelota se deslizaba por el césped tal vez uno o dos metros, lejos del alcance de un rival contrariado, ahora dirigiéndose hacia la pierna derecha del atacante. Hablamos de lo que hoy se conoce como la elástica, en efecto, seguramente la mayor aportación del jugador brasileño a este arte que es el fútbol.
Una vez Rivelino se hubo retirado, uno podría pensar que la elástica moriría con él. Parecía un regate único e irrepetible, es cierto. Pero entonces, durante los años ochenta apareció un personaje tan espectacular en el campo como polémico fuera de él. Mágico González, salvadoreño de nacimiento y gaditano de adopción, dejó una huella imborrable en la ciudad andaluza, donde ofreció tardes de fútbol que, por desgracia, quedarían empañadas por otras actividades menos gloriosas. El propio jugador reconocía que sus salidas por la noche eran innegociables, e incluso, dicen los lugareños, se convirtió en una persona influyente dentro de la noche gaditana. Sea como fuere, llegó a España para jugar en el Cádiz, pero con el tiempo sus salidas de tono se volvieron insostenibles. Así que fichó por el Barcelona, donde pensaron que podrían controlar esa faceta menos brillante. Lejos de conseguirlo, lo traspasaron al Valladolid para que, finalmente, acabara por volver a la ciudad de sus amores. Su segunda etapa en el Cádiz fue, contra todo pronóstico, la de su explosión. Feliz en la ciudad que él se hizo suya, cuajó grandes actuaciones y marcó goles importantes contra los grandes.
El Mágico destacaba por su cambio de ritmo, que combinaba con una serie de recursos técnicos al alcance de muy pocos. Entre ellos, efectivamente, aquel regate en el que el balón parecía destinado a perderse hacia un lado, para terminar dirigiéndose a toda velocidad hacia el opuesto. De nuevo, Maradona aparecía en escena y aseguraba que él no era el mejor jugador del mundo porque había uno por delante; se refería al Mágico, claro. Habían jugado juntos en Argentinos Juniors y en el Barcelona, aunque en la capital catalana coincidieron poco tiempo. Quién sabe qué hubiese ocurrido si el salvadoreño hubiese tenido una relación diferente con la noche. Ya nadie podrá saberlo.
Sea como fuere, y al igual que Rivelino, el salvadoreño se quedó sin ganar grandes títulos individuales. De hecho, sus continuas fechorías nocturnas demostraron que, en realidad, el fútbol no le interesaba. No quería la gloria ni tampoco el dinero. Se trataba, en suma, de un tipo que se distanciaba de lo que uno estaba acostumbrado a ver en el mundo del fútbol. Tal vez por todo ello, por esa gran diferencia, todavía hoy se lo recuerda en la ciudad gaditana. Por sus fiestas y, cuidado, también por su elástica. Veinte años más tarde, el regate que un día inventara Rivelino, volvería a los pies de un brasileño. Y así, después del Mágico, en los noventa vino Ronaldo.
Un joven que apenas había superado la adolescencia aterrizaba en Holanda, para jugar en un PSV que ya había sido testigo de la eclosión del gran Romario. Tuvieron que pasar dos años para que uno de los grandes de Europa se fijara en él. En su primera y última temporada en Barcelona, marcó la friolera de 47 goles en una sola campaña. Tanto en el Barça como los equipos que vendrían después, Ronaldo fue potencia, eficacia y profesionalidad. No obstante, a todas esas cualidades habría que añadirle ese punto de magia o, usando un término brasileño, la ginga (algo así como el dios del fútbol para los brasileños). Ello significa que, el que fuera también jugador del Real Madrid, era capaz de marcar un gran número de goles sin perder el sentido del espectáculo. Así pues, fue célebre por sus quiebros y los cambios de ritmo, pero al mismo tiempo por una ejecución nunca antes vista de la elástica. Si bien a Rivelino y al Mágico la pelota les quedaba algo alejada una vez realizado el regate, ésta seguía pegada al pie cuando se trataba de Ronaldo. El crack brasileño había logrado, en definitiva, combinar esa potencia con una técnica privilegiada que en ocasiones le permitió sortear hasta dos rivales con solo un gesto. Además, la elástica había hecho un paso hacia adelante.
Y al fin, como si de su heredero más directo se tratara, apareció su homónimo Ronaldinho. Todavía en activo, fue uno de los mejores de la historia mientras quiso. En ese sentido, y dejando de lado su evidente decadencia, toda descripción sobra. Para muchos ha sido la evolución última de ese regate que venía desarrollándose desde los setenta, otorgándole una plasticidad y dinamismo que no consiguieron sus predecesores. Ronaldinho fue la magia, pero sobre todo la alegría. Famoso por sus frivolidades, logró que éstas sirvieran a un objetivo práctico además de artístico. Y, a propósito de esta afirmación, surge la pregunta: ¿es la elástica una humillación o un recurso?
Tal vez Neymar tenga la respuesta.
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