El maldito destino de Edith Giovanna Gassion
Por Víctor F Correas , 19 diciembre, 2014
Hay personas cuya vida está marcada desde el nacimiento. El destino, que así lo quiere.
Va echando dados mientras pasamos por delante de él y cuando aparece una cifra, los coge y elige a su víctima. Con ella se ensañará todo lo que pueda. Y a conciencia. Lo que le pasó a una tal Edith Giovanna Gassion. Más desgraciada, imposible. El padre, un acróbata alcohólico; la madre, una italiana llamada Line Margrant, una cantante de cafés a la que los dolores del parto le vinieron en plena borrachera y completamente drogada. Unos dicen que Edith Giovanna Gassión nació en el patio de la comisaría de barrio de Belleville, de París. Los vecinos encontraron a su madre tirada en el suelo y balbuceante. Un cuadro, vamos. Y para rematar el asunto, sufre el abandono de los padres ―por mor de las giras artísticas. Un trapecista y una cantante de medio pelo. Para verlas.― y queda al cuidado de su abuela Clarissa, que la cría con vino en lugar de hacerlo con agua porque decía que era mala para el cuerpo. Y ahí no queda la cosa: la tía que vivía con ellas era la madame de un burdel. Con semejante panorama, lo raro es que no se tirara al Sena desde uno de sus treinta y cuatro puentes.
Pero Edith Giovanna Gassion sale adelante, y con quince años comienza a ganarse la vida como cantante en cafés y cabarets de París ―igual que su madre―. Con dieciséis años queda embarazada. Nace su hija Marcelle, que muere a los dos años por culpa de una meningitis. Queda marcada, y lo que es peor, no podrá tener más hijos. Pigalle, sus cafés y cuchitriles, son su refugio hasta que en otoño de 1935 la oye cantar en uno de esos tugurios Louis Leplée, dueño del cabaret Gerny’s de los Campos Eliseos. Tan prendado queda de su voz que la bautiza con el nombre de Môme Piaf ―el pequeño gorrión―. Su voz atrae, encandila. Su pose frágil enternece. Se la rifan por verla cantar. Môme Piaf se convierte en Edit Piaf. Graba su primer disco en 1936. Un atisbo de felicidad se asoma a su vida. ¿Lo iba a consentir el destino? Meses después, en un oscuro suceso, Leplée aparece muerto de un disparo. ¿Sospechosa? Ella. Vuelta a los tugurios de Pigalle, una carrera truncada, en brazos de amante en amante; emborrachándose de la vida. Durante la Segunda Guerra Mundial, en un París ocupado, canta canciones como Mon legionnnaire delante de los nazis. Su entonación es sumamente intencionada; la resistencia lo sabe. Es una de las suyas. Y acaba la guerra.
Se cruza en su vida el letrista Raymond Asso, que paradójicamente la enseña a cantar. Canciones de los bajos fondos, de ese ambiente de Pigalle que tan bien conocía; canciones desgarradoras y crueles que llenan auditorios, que golpean a las miles de almas que pagan por verla. Fama, gloria y reconocimiento. Se convierte en la musa de los intelectuales y artistas del París de los años cincuenta. Y dinero, mucho dinero, que derrocha sin miramientos. Y amantes, demasiados amantes: Yves Montand, Charles Aznavour, Georges Moustaki… O el gran amor de su vida, el boxeador Marcel Cercan. A algunos de los anteriores ayudó a conquistar la fama. El último murió en un accidente de avión a los tres años de conocerse. El destino.
Y se hunde. Depresión, drogas y tranquilizantes. La cuesta abajo. Años de dolor en los que su garganta canta temas tan eternos como La vie en rose, Les trois cloches o Milord. Y más amantes. En 1952 se casa con el ciclista Jacques Pills y se separa de él en 1956. Dos años después sufre un accidente de coche que la deja maltrecha y adicta a la morfina. Al siguiente se le detecta un cáncer. La cuesta abajo es imparable. El destino ha ganado la partida. Pero no quiere dejar este mundo sin marcar su huella, una más, antes de dar el último paso. En 1960, arrasada por los dolores, reúne las pocas fuerzas que le quedan para cantar en el teatro Olympia de París. El auditorio se sobrecoge. Canta una canción compuesta para ella por Charles Dumont y Michel Vaucaire. Hombres y mujeres salen impresionados del teatro tras ver cómo el pequeño gorrión no se lamenta de nada. No tiene por qué hacerlo a pesar de la vida vivida. El destino, no obstante, le reservó un palco especial para ver pasar la eternidad. Se lo había ganado.
Tal día como hoy hace 99 años nació Edith Piaf. Poco más que decir.
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