El mayor acto terrorista de la historia de la humanidad
Por José Luis Muñoz , 6 agosto, 2015
Si leemos las tres acepciones de la RAE sobre la palabra terrorismo (1/ Dominación por el terror; 2/ Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror; 3/ Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social) vemos que las dos primeras se adaptan perfectamente a dos actos ignominiosos cometidos el 6 y el 9 de agosto de 1945.
Hoy se cumplen cincuenta años del mayor acto terrorista de la historia de la humanidad y lo cometió, precisamente, el país que se llena la boca condenando el terrorismo y hablando de derechos humanos, libertades y democracia: Estados Unidos. El presidente Harry Truman terminó de esa forma brutal el enfrentamiento de su país con Japón borrando del mapa la ciudad de Hiroshima y haciendo lo mismo, tres días más tarde, con la de Nagasaki. En dos segundos se asesinaron a 246.000 personas de dos ciudades que no figuraban como objetivos militares: hombres, mujeres, ancianos y niños borrados de una forma despiadada. Con ese sentido del humor, algo dudoso, que caracteriza al pueblo norteamericano, los artefactos asesinos tenían nombre: Little Boy y Fat Man. Little Boy viajaba a bordo del B29 Enola Gay, otra muestra de humor negro. Fat Man, en el Bockscar. En segundos se alcanzó en ambas ciudades la temperatura del infierno: un millón de grados. Las víctimas, literalmente, se fundieron, pasaron a ser sombras.
En los años sucesivos, en las dos ciudades castigadas, se produjo un reguero de muertes directamente relacionadas con las explosiones atómicas y nacieron niños con malformaciones atroces. El crimen, como muchos otros de lesa humanidad, quedó impune porque lo cometieron los vencedores en el conflicto y quien dio la orden de perpetrar esa masacre murió en su lecho y seguramente con la conciencia bien tranquila por haber terminado de un plumazo una guerra que se preveía todavía larga, por la defensa numantina de los japoneses, y haber ahorrado a su país un sinfín de muertes militares. La verdad oculta es que Estados Unidos estaba ansioso por probar su juguete letal y Japón fue su banco de pruebas. Con ese acto de terrorismo brutal, con ese asesinato en masa de civiles, Estados Unidos garantizaba su supremacía militar incuestionable. Y se enterraba la ética. Pero, después de Auschwitz, ¿de qué ética estamos hablando?
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