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El método marxista*

Por Eduardo Zeind Palafox , 2 julio, 2014

Philosopher Louis Althusser Reading

 

Es imposible conocer la verdad a través del habla de hombres que no quieren saberla o que no quieren proferirla. Entre el mundo y nosotros, además de palabras (política), hay objetos (economía). Los objetos sirven para trabajar, para darnos placer o para darnos seguridad. Los objetos que fabricamos y que no usamos, destinados a ser intercambiados o vendidos (pues tienen valor, es decir, son idea o palabra hecha materia), se llaman «mercancías». Decía Marx que la «mercancía», síntesis material e histórica de la economía y de la política, es la «célula económica» que nos permite conocer la estructura o el cuerpo de la sociedad burguesa, que es capitalista. 
 
Nos damos los placeres que nos dicen que son placenteros; nos cuidamos de enemigos vecinos, a los que no elegimos; producimos nuestro sustento acordes a nuestras necesidades biológicas, pero también de clase. Si el vecino nos vence nos someterá, nos quitará nuestras tierras y nos cobrará una renta; si no nos regalamos placeres terminaremos siendo mercancías, meros instrumentos de trabajo; y si no creamos lo que requerimos para el sustento perecemos o nos veremos obligados a importar nuestras vituallas.  La historia, luego, la hacen las masas, que son las que guerrean, producen e inventan diversiones asequibles para todos. 
 
Marx no acabó su gran obra, no escribió un tratado de «lógica» que explicara cómo su obra cumbre, «El Capital», desbrozó las raigambres del sistema capitalista, sistema acumulativo, intrincado. Pero cuidado, que la palabra «sistema» no nos lleve a pensar que el capitalismo es un modo de vida eterno, y menos rígido o inmutable (lo es hasta que los desposeídos se deciden a tomar lo que es suyo, dice Marx). 
 
Los objetos que necesitamos para trabajar cambian (¿qué somos y qué hacemos?), así como nuestros gustos (¿para qué vivimos?) y enemigos (¿qué expectativas tenemos?). Sin embargo, aunque ya no peleemos con piedras y lo hagamos con balas, un sentimiento primitivo es el que nos impulsa a la acción; y tal sentimiento (o las «furias del interés privado») es objeto de estudio de la teoría política. Sí, la teoría política es el arte de conocer cómo una sociedad usa sus creencias para justificar sus obras. Y tales obras, es claro, son el motor de la economía. Y la economía es tema de nuestro interés. 
 
¿Por qué estudiar el hilo de la camisa y no la camisa misma? ¿Por qué escrutar la «célula» de la «mercancía» y no la «mercancía» misma? ¿Por qué averiguar las creencias y no conformarnos con las obras que éstas incitan? Porque estudiar el hilo, o la «célula», o la creencia, nos obligará a hacer una abstracción, mientras que la camisa o la «mercancía» o la filosofía hecha nos moverá a hacer un simple acercamiento. ¿Qué diferencia hay entre ambos actos? Una muy simple, pero que el lenguaje escamotea: que mientras la abstracción es un acto mental (ilación, armazón, cosmovisión), el acercamiento es un acto corporal (textura, forma, ideología). ¿Qué podemos ver al acercarnos a la camisa? Detalles, nada más detalles, botones, costuras, colores. ¿Qué vemos cuando estudiamos el hilo? Un proceso o lógica de «producción». 
 
¿De dónde salió la materia para hacer el hilo? ¿Quién tejió y para qué los hilos que forman la camisa? ¿Cuánto ganó el tejedor? La primera pregunta nos hará cuestionarnos por la tierra, por la propiedad de ésta; la segunda azuzará nuestras dudas sobre la psicología y la cultura del tejedor, y finalmente la tercera nos llevará a indagar sobre la alimentación del artesano u obrero que elaboró la «mercancía». Luego, tenemos tres tipos de preguntas: una jurídica, una etnológica y una psicológica. 
 
El hombre, así las cosas, es más el receptor de un «mundo» que el creador de uno. Se hereda una posición política, es decir, se nace dueño, ciudadano o esclavo, etc.; se hereda un modo de pensar, unos hábitos mentales; y se heredan, al fin y al cabo, ciertas costumbres. Pero los tres tipos de herencia son simples vestes o revestimientos de, como hemos dicho, sentimientos primitivos e históricos. Marx, en el «Prólogo a la primera edición» de su fundamental obra «El Capital», apunta: «Quien como yo concibe el «desarrollo de la formación económica de la sociedad» como un «proceso histórico-cultural», no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas». ¿Qué hace el hombre para tenerse por cosa superior a la historia y a la cultura? Crea nombres, se dice «capataz», «cacique», «empresario», «industrial», «corregidor», «presidente», «papa», etcétera. Los nombres, decía Marx, no representan a individuos, sino posturas políticas, que son jerarquías económicas.  
 
¿Por qué usar tal o cual materia para hacer el hilo con que se fabrican camisas? ¿Qué costumbres dictaminan que hay que usar camisa y no otra cosa? Ninguna respuesta obtendremos acercándonos a las personas, cuestionándolas, pues antes creerán que son «creadoras» («de medio arriba, romanos», según verso de Lope) que «criaturas» (romeros) de un «sistema de producción». ¿Qué estamos haciendo? Analizando someramente el proceso de «circulación del capital», como lo hizo Marx en el segundo tomo de «El Capital». 
 
Marx recomendaba estudiar los casos clásicos de las problemáticas económicas,  pues en los tales es más fácil hacer abstracciones. Marx estudió a Inglaterra, y merced a ésta pudo encontrar leyes de la economía política útiles para interpretar lo que acaecía en Alemania y en cualquier país capitalista. ¿Qué nombres portan las personas que controlan la producción de camisas? ¿Qué leyes protegen al productor y al manufacturero? ¿Qué estamos haciendo? Mirando el «sistema» de «producción» y de «circulación» capitalista, y todo para determinar su grado de evolución. Leyes más finas, agudas, retóricas, delatan un sistema de producción avanzado, viejo, tenido por «eterno», pues permite, según Marx, la corrupción. Fácilmente se corrompe el dueño de la tierra, pues la ganó a fuerza de mitologías y leyes inventadas «desde arriba», desde la divinidad, y no «desde abajo», desde la necesidad. Sus posesiones no son legítimas, y para retenerlas echa mano de la fuerza y de la subordinación (policía, soldados, traidores, diría Lenin). 
 
En toda sociedad burguesa hay propietarios, y por eso el análisis de Marx (analiza abstrayendo, sacando substancia de las formas), según dice Etienne Balibar en su texto «Acerca de los conceptos fundamentales del materialismo histórico», es «independiente en su principio de los ejemplos históricos nacionales que recubre», esto es, «independiente de la extensión de las relaciones que analiza; es el estudio de las propiedades de todo sistema económico posible, que constituye un mercado sometido a una estructura de producción capitalista». Abstraigamos lo que hay en el interior de dicha «estructura de producción capitalista». ¿Qué es una «estructura»? Es una substancia con forma bien definida (hay burocracia porque hay burócratas, no al revés). 
 
El Derecho Romano, afirma Louis Althusser en su «Lire le Capital», es la «teoría de la práctica teórica», un sistema de ideas que todavía rige a la sociedad burguesa. ¿Qué se necesitaba hace un siglo para ser «gente decente», como se le decía en la era revolucionaria de Latinoamérica al «dueño»? Tener apellidos nobles, ser de sangre española, no tener antepasados en la servidumbre y no haber padecido «capitis deminutio», esto es, ni injurias ni agravios. Los mestizos luchaban encarnizadamente por parecerse a los españoles, a los nobles; luego, acercarnos a ellos para conocer su «estirpe», sus «células», de nada hubiera servido. ¿Qué hacer? Abstraer, pero abstraer de la «célula económica», de los hilos del pensamiento, que son las creencias (a coro decían los españoles «Ego sum qui sum», como Jesucristo, pues se sentían eternos, o dueños eternos de las tierras). 
 
Mires, en su libro «La rebelión permanente», abstrae, diciendo: «Pero en el caso de México, la independencia había surgido en contra de la revolución. ¿Es una paradoja? Probablemente. Pero antes que nada es una tragedia». Nobles y dueños criollos querían deslindarse de la corona, pero también seguir siendo nobles y dueños, por lo que combatieron no sólo contra la corona de Fernando VII, sino también contra los indios, negros, mulatos y mestizos de México, que sólo querían no ser explotados. 
 
Concluyamos señalando que la proposición «el todo es más que las partes» es sólo comprensible, como enseña Kant, haciendo una abstracción, un esfuerzo mental, una síntesis (el capital tiene poder porque está acumulado, y nada más). México, aunque en menor grado está hecho de españoles, espiritualmente está hecho de gentes que se creen nobles, dueñas, creadoras de una nación, cuando son realmente criaturas de una ideología extraña, europea. Mucho se le debe a Marx, pues creó una nueva lógica para una ciencia nueva, la sociología, estibada sobre la economía en primer término y sobre la política en última instancia. 
 
Profesor Eduardo Zeind Palafox 
http://donpalafox.blogspot.mx/

*Lección 4 del curso «Arte, semiología, lingüística y filosofía», impartido por el profesor Edvard Zeind en la Universidad Madero. 


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