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El mito histórico

Por Francisco Collado , 11 marzo, 2020

 

La génesis del mito histórico está siempre basada en sucesos reales. A diferencia de la mentira histórica, los hechos sucedieron. Son mensurables y rastreables. El mito surge cuando alguna determinada tendencia abraza la realidad y la reinterpreta o la transforma en beneficio del imaginario particular de su ideología, sin detenerse en certezas históricas o datos verificados. En nuestro país el mito histórico convive con la Historia con mayúsculas, como  un hermano bastardo que, nace de padre desconocido, y es alimentado a golpe de subvención y estímulo administrativo. El mito histórico es reinvención, recreación y desvirtuación. Todo en uno. Acompañado de falta de rigor y desmesura crónica. Lo visceral somete a lo analítico y los hechos son reinterpretados en claves reduccionistas o propagandistas. Cuando el mito histórico es elevado a los altares de mito fundacional por una determinada ideología, se transmuta en algo intocable. Un exabrupto irracional, condicionado por el propio credo, frente a la racionalidad analítica del historiador independiente y no subvencionado. La manipulación histórica puede alcanzar límites tan absurdos como esa realidad alternativa que se practicaba en la docencia la asignatura histórica durante el franquismo. Dislate que llegaba a niveles de manipulación ideológica, que rozaban lo grotesco en la descripción de hechos y personajes. Un cajón de sastre donde el esperpento y la sinrazón señoreaban la realidad de la Historia.

El propagador del mito histórico tiene la desmesura por bandera. Habita en un mundo opaco, de matices nebulosos, donde  no tiene cabida otra realidad que la procesada por el cerebro límbico. La verdad le importa, mayormente, un cuesco lobuno, enfangado en su sectarismo. A aquel maestro de la manipulación que fue Goebbels se atribuye (sin certeza) la frase: Una mentira repetida mil veces se convierte en realidad. A día de hoy no nos afecta demasiado que quien esta enterrado en Santiago sea en realidad el hereje Prisciliano o que Isabel la Católica no empeñase las joyas para apoyar el viaje de Colón. Mucho más espinoso es la aceptación de determinados datos, cifras y situaciones contemporáneas por parte de la sociedad, escapando a la capacidad racional, al criterio y a la propia capacidad de investigación. Causa estupefacción escuchar a los tertulianos de distintos programas, pontificar sobre hechos que desconocen, acerca de realidades que no han investigado y sobre las que no tienen el menor conocimiento. Salvo la cadena de errores elaborada a lo largo de los años. Su falta de respeto al espectador les lleva a dar por ciertas situaciones en que la misma desmesura de los hechos escapa a la racionalidad.

Es el imperio de la desmemoria, de la memoria filtrada, de la memoria sesgada a golpe de talonario ideológico. Transformar la realidad al gusto de cada bandería, no la va a cambiar. Tan sólo demuestra el nivel de analfabetismo histórico de la sociedad y la falta de interés en aprender. Crear mitos intocables, basados en la irreflexión y no en lo real o constreñidos por la ideología, le hacen un flaco favor a sus hacedores. La historia no debe ser campo para subvenciones o recreaciones de los credos particulares. La historia se compone de datos fríos, asépticos, de testimonios comprobados y fechas certeras. No de los interese particulares, de las fobias y las filas de cada adscrito a una ideología. De las necedades de cada estigmatizado por un dogma. Eso no es historia, eso es analfabetismo vocacional. Con consentimiento y complacencia.

 

 

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