El odio a las cuentas claras
Por Javier Pérez , 12 abril, 2014
El enemigo….
Es tremendo: cuanto más dice odiar alguna gente la religión, más religiosas se vuelven sus posturas, vendiéndote ética cuando se habla de dinero o irrumpiendo con razonamientos morales en cualquier debate racionalista.
Y tienen razón la mayoría de las veces, pero ese tipo de razonamientos esperaba escucharlos más bien en boca de un cura, o sea de un tipo que cree en el Espíritu Santo y esas cosa, no de personas adscritas al materialismo dialéctico, como me viene sucediendo últimamente.
Por ejemplo:
Decimos que hay que incrementar los ingreso y rebajar los gastos para salir de esta crisis. Decimos que hay que recortar veinticinco mil millones de euros. Hasta ahí, parece que todos estamos de acuerdo. Y te vienen, acto seguido, diciendo que hay que recortar los sueldos de los políticos, quitar los coches oficiales y quitar las pensiones vitalicias a los ministros y otros jerifaltes.
Y sí. De acuerdo al cien por cien. Sin duda. Y de acuerdo en que eso es lo primero de todo. Pero con eso hemos ahorrado trescientos millones (siendo optimistas, que los contables dicen que es menos) ¿De dónde salen los veinticuatro mil setecientos millones restantes?
Pues ahí se jodió la conversación. No basta con decirles que estamos de acuerdo, que eso es una puñetera vergüenza y que hay que arreglarlo. Como intentes preguntar de dónde sale el resto, te dicen que no tienes interés en quitar los privilegios de cuatro chorizos y que lo importante no es la cantidad que se ahorra sino por dónde se empieza. Bla, bla, bla en estado puro.
¿Cómo se le llama a eso? Populismo, cerrazón y mala fe.
Populismo porque se apela a la envidia y a los peores sentimientos del electorado para decir que haciendo justicia se arreglaría el problema, cuando lo cierto es que hay que hacer justicia, en primer lugar, y luego hacer además grandes recortes. La justicia es necesaria, pero no cuadra libros contables.
Populismo porque se trata de no mencionar partida alguna que pueda molestar a un posible elector, limitándose a mencionar lo que todo el mundo sabe y aprueba para que no haya motivos de división o discusión. Los que manejan este discurso saben que si hablan de verdaderos recortes habrá perjudicados y eso quita votos. Por tanto no hablan de nada, tratando de cosechar aplausos sin tragarse los correspondientes abucheos. ¿Hablamos mal de las licencias del taxi? No, que se cabrean los taxistas. ¿Hablamos de los estancos? No, que se cabrean los estanqueros… ¿Hablamos de la ITV? No, que se cabrean los que tienen la concesión…Y así todo.
Cerrazón porque la contabilidad es lo que tiene: si ahorramos trescientos haciendo justicia nos siguen faltando veinticuatro mil setecientos, y nos seguirán faltando hasta que aparezcan, independientemente de esa nueva religión que cree que el Llanero Solitario, además de castigar a los malos, imprime pasta. Os recuerdo que el Conde de Montecristo, antes de hacer justicia y venganza, se hizo rico. Para que encajase la cosa, más que nada. Pero claro: el Conde de Montecristo lo escribió Dumas, un tipo que contaba fantasías, no tonterías.
Mala fe porque nos toma a todos por gilipollas, trasladando el debate de la economía al campo de la ética y evitando las preguntas que conduzcan a cualquier tipo de solución para sustituirlas por catecismos laicos. Hasta un comunista, con su discurso de requisas y expropiaciones (para repartirlo luego entre sus jerifaltes, como es habitual y conocido) me parece más cabal que todos esos tontos del bote que hablan de echar funcionarios, reducir sueldos y quitar coches oficiales como si eso fuese a sumar una parte sustancial de nuestro agujero contable.
Por eso, cuando les hablas de contabilidad te acaban insultando. Porque la contabilidad es codsa de fascistas, parece.
A cascarla, hombre…
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