El otro Steve McQueen
Por Inmaculada Durán , 29 marzo, 2014
No cabe duda de que el Oscar a la mejor película para “12 años de esclavitud” ha posicionado a Steve McQueen en la lista de los directores de cine más valorados. Desde luego, sus anteriores trabajos, Hunger (2008) y Shame (2012), fueron reconocidos como una bocanada de de aire fresco y de talento dentro del mundo cinematográfico, pero cuando se mencionaba su nombre, eran muchos los que tenían en mente al otro McQueen, el actor. Y, entonces, la conversación iba precedida de alguna frase aclaratoria, tipo “Este es otro McQueen (…) No, no tiene nada que ver con el actor, este es negro…”, como si con la cuestión de la raza diésemos por zanjado cualquier tipo de parentesco.
Hoy cuando se habla de Steve McQuenn lo más probable sea que nos estemos refiriendo al director de “12 años de esclavitud”, lo que ya de por sí es un mérito para valorar. Es como si se le hubiese dado la vuelta a la tortilla. Y precisamente, por ello, como si tuviera algo que ver conmigo y me doliera el olvido, recuerdo al otro McQueen, al irresistible actor de mirada cautivadora que murió con solo 50 años, agrandando su mito. Del McQueen amante de los coches y motos de carrera, hasta el punto de plantearse ser piloto profesional; del que rechazó ser protagonista de “Encuentros en la tercera fase”, porque según le dijo a Spielberg, pensaba que era “incapaz de llorar en una película”, como solo podría decir el icono de la masculinidad que fue.
Hijo de una prostituta a la que abandonó su padre, pocos meses después de nacer, fue a vivir a una granja que tenía su tío en Misuri, debido a los problemas con el alcohol de su madre. Cuando esta volvió a casarse (él tenía ocho años) se lo llevó, y con solo nueve años, tuvo que escaparse de casa a consecuencia de las palizas que le daba su padrastro. Vivió en la calle durante un tiempo, hasta que volvió a la granja, primero, y después, de nuevo con su madre cuando se casó por tercera vez. Los maltratos de su segundo padrastro provocaran que se marchara de casa, convirtiéndose a los catorce años casi en un delincuente juvenil. Fue entonces cuando su madre lo internó en un reformatorio. De aquí, después de probar varios trabajos, al ejército. Es en esa época cuando se plantea estudiar arte dramático. Le surgen algunos papeles en el teatro e inmediatamente destaca por su talento. Steve McQueen llegó a convertirse en el actor mejor pagado de Hollywood.
No se merecía, después de tanta lucha, una derrota tan temprana. Poco tiempo después de conocerse que padecía un cáncer, McQueen murió de un ataque cardiaco, en Juárez (México), con solo 50 años y abrazado a la fe católica. Treinta y cuatro años después de su muerte continúa siendo una de las grandes estrellas, de esas que nunca se apagan.
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