El pasado, de Asghar Farhadi
Por José Luis Muñoz , 1 mayo, 2014
No se le han subido a la cabeza los humos de la gloria al director iraní Asghar Farhadi (Khomeyni Shahr, 1972) con el merecido oscar a la mejor película extranjera que obtuvo con Nader y Simin, una separación, y sigue en el mismo tono que la anterior con esta espléndida El pasado, con su apuesta minimalista y el foco puesto en sus personajes—es graduado en teatro el director y tiene un master en dirección—y en sus dramas sentimentales, sin aspavientos, en los que todos podemos reconocernos.
Se traslada en El pasado, su sexto largometraje y título muy ilustrativo que también hace referencia a la importancia determinante que tiene éste sobre el futuro, del Teherán de su anterior película a los suburbios de París, y lo hace haciendo pivotar su impecable narración cinematográfica sobre un trío formado por Marie (la bellísima actriz franco-argentina Bérénice Bejo, descubierta en la silente The Artist), el iraní Ahmad (Ali Mosaffa) y Samir (Tahar Rahim), sin que en ningún momento, a pesar del origen de sus protagonistas masculinos, se expliciten problemas étnicos, religiosos o de integración social en un relato cinematográfico universal.
Ahmad viaja de Teherán a París para firmar los papeles de divorcio que le separan definitivamente de Marie, con la que vivió cuatro años. Marie lo aloja en su modesta casa de un suburbio parisino junto a la vía del tren. Allí Ahmad se encuentra con las hijas de su expareja Lucie (Pauline Burlet), una adolescente que no ve con buenos ojos la actual deriva sentimental de su madre, y Lea (Jeanne Jestin), a los que considera como propias, y a Fouad (Elyes Aguis), el hijo de Samir, la actual pareja de su exesposa y de quien ésta espera un hijo. A lo largo de los breves días de estancia de Ahmad en casa de su exmujer y en contacto con su rival Samir y los hijos frutos de varias relaciones, irán aflorando las tensiones sentimentales y emocionales de todo tipo, derivadas de una relación no completamente cerrada por parte de Marie a la que le mueve un oculto deseo de venganza hacia su expareja sentimental al hacerlo venir a París. En el transcurso de esa convivencia forzosa brotan sentimientos de culpa dispares porque, aunque no haya un evidente causa efecto con la relación sentimental de Marie con Samir, Celine, la esposa de éste, se ha intentado suicidar y permanece en estado de coma en un hospital de la capital.
De nuevo Asghar Farhadi indaga en las consecuencias devastadoras de las rupturas sentimentales, en la agonía de los sentimientos cuando los vínculos se rompen, en los rescoldos de esas pasiones apagadas que pasan factura, en las consecuencias dramáticas que las acciones de los adultos causan en sus vástagos frutos de esas relaciones que no acaban de encajar en el nuevo conjunto, y lo hace centrándose en un dibujo minucioso de sus personajes y atento a sus más mínimas reacciones. Si Marie parece todavía aferrada a su pasado, resentida porque Ahmad, en un momento de crisis personal y sentimental, la abandonó para regresar a Irán, y Samir parece estar dudando en la viabilidad de su relación con Marie que ya ha dejado su primera víctima física en la persona de la suicida esposa Celine, es Ahmad quien impone en ese caos de sentimientos encontrados y contradictorios un poco de sentido común a pesar de ser un elemento ajeno, metido con calzador en el presente, y lo hace porque esa forma de actuar forma parte de su carácter conciliador. Poco sabemos de Ahmad, al contrario de Marie, que trabaja como dependienta en una farmacia, o Samir, que regenta una tintorería, pero el iraní se convierte en el personaje fundamental de la trama, en la persona capaz de empatizar con todos y cada uno de los elementos del drama y ayudarlos en su confusión, precisamente porque esa situación que vive forma parte del pasado que ya ha superado sin rencor.
Farhadi mueve a sus actores entre los muros de esa casa de los suburbios en obras, una imagen de forzada renovación, y construye un denso drama cuya máxima virtud es la contención que dimana de su personaje principal y el poder de sugerencia que nace de los gestos, las miradas y los silencios de los protagonistas. Todos los actores, incluidos los infantiles— sobrecogedora la explosión del pequeño Fouad en el metro cuando le reprocha a su padre el estado de coma de su madre—, o la adolescente Pauline Burlet, que borda su papel de Lucie enfrentada visceralmente a la nueva pareja de su madre porque añora la protección de Ahmad y se refugia en el restaurante de Shahriyar (Babak Karimi) para no estar bajo el mismo techo de su madre y su amante, están perfectos en esta película minimalista y llena de matices enriquecedores cuyo tema central son los sentimientos que colean, y lo seguirán haciendo, cuando se produce la ruptura sentimental definitiva, el divorcio, que cierra una etapa y abre otra llena de inseguridad y zozobra. El director iraní consigue mantener la tensión de su historia sin que nada destacable suceda más allá del mundo interior de sus personajes y demuestra ser un gran conocedor del alma humana. Lástima que en la parte final de la película, con la forzada intrusión en la historia de un nuevo elemento, Naima (Sabrina Ouazani), la empleada de la tintorería enamorada de Samir, el hilo narrativo se diluya y el interés de la cinta decaiga.
De nuevo el director iraní de Nader y Simin, una separación nos conmueve con la humanidad de sus personajes y se reafirma en que otro cine es posible, el centrado en la complejidad sentimental del ser humano y en sus contradicciones evidentes, y lo hace con una frescura y naturalidad herederas del neorrealismo pero sin la carga social que llevaba en sí implícito el movimiento cinematográfico italiano.
Título original: Le passé
País: Francia
Año de producción: 2013
Duración: 130 minutos
Director: Asghar Farhadi
Estreno en España: 16/4/2014
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