El planeta de los simios
Por Oscar M. Prieto , 22 junio, 2015
Hace muchos años que vi aquella película en la que Charlton Heston era perseguido en un mundo dominado por los simios. “El planeta de los simios” se titulaba. No recuerdo nada de la trama pero sí el impacto que me provoco aquella inversión de papeles, en el que los seres humanos eran tratados como animales y los animales eran quienes mandaba. En la imaginación de un niño tal situación era una mezcla cautivadora y horrorosa a la vez, pero siendo de niño la imaginación, además era posible.
Siempre me pregunté qué había sucedido para llegar a tal extremo, cuál había sido el detonante para acabar siendo esclavos de unos monos que hablaban y portaban armas, dónde estuvo el error que había llevado a la especie humana a terminar así, después de haber sido dueña y señora del planeta Tierra, reyes de la creación. Supongo que en las películas de la saga se resuelve este enigma acongojante, pero yo no las he visto.
Aún sin verlas, apostaría a que todo comenzó cuando Luis Cobos le puso ritmo de batería a Mozart, para que la música clásica “llegara” a más gente. Una vez encendida la mecha, sin duda ayudaron las sucesivas y nefastas leyes educativas del país y el punto de no retorno tuvo lugar cuando las palabras fueron sustituidas por emoticones. Lo que había comenzado siendo una cara amarilla con una sonrisa, demostró ser un enemigo tenaz de las palabras y por extensión de la inteligencia. Las palabras fueron desterradas de los mensajes de wasap, que desde entonces eran una sucesión de dibujitos, sevillanas bailando, gorros de fiesta, manos aplaudiendo, copas, labios, coches, truenos, etc.
Más cómodo, dicen. Devastador, digo yo. Resulta que los monos reconocen las palabras escritas y nosotros dejamos de usarlas. No quiero ser apocalíptico, pero me temo que este camino nos conduce inexorablemente a la sumisión por suspensión del juicio, por incapacidad para articular razonamientos complejos, por paludismo intelectual que diría Don Miguel. Por favor, escriban las palabras, no olviden que son sus mejores y más fieles compañeras para andar por el mundo.
Salud
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