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El Populismo en España

Por Carlos Almira , 12 noviembre, 2016

Parece evidente, a estas alturas, que hay millones de personas, en todo occidente y en todas las clases sociales, que ya no se reconocen en sus élites. Más aún: parece extenderse, de un tiempo a esta parte, un rechazo cada vez más frontal y visceral hacia estas élites (no sólo políticas, sino económicas, culturales, mediáticas), que recorre todo el espectro social e ideológico, en lo que hasta hace no mucho, se llamara el Primer Mundo. Si me lo permiten mis lectores, y para que se me entienda en un lenguaje más castizo, parece que al fin, estamos hasta los cojones de «nuestras»élites. Y que este hartazgo (en cuyas causas y evolución no quiero ni puedo entrar en este artículo), está empezando a traducirse en una orientación pluridireccional del voto popular, cuyo denominador común es este rechazo. Y esto parece ser así hasta el extremo siguiente: cualquier personaje o cualquier movimiento que hoy consiga aparecer ante la opinión pública, no sólo como contrario a estas élites odiadas, sino como despreciado y perseguido por ellas, tiene de pronto, y por esa sola razón, muchas oportunidades de conquistar la simpatía, o incluso el apoyo popular. Y a la inversa. Pues bien, esta es una de las características del famoso «populismo».

 La pregunta, el gran misterio que me gustaría si no resolver, por lo menos plantear aquí, es el siguiente: si el populismo es un movimiento reactivo, que va de abajo a arriba, de un «pueblo» que ya no se identifica (como hacía erróneamente la izquierda marxista y anarquista, pero no el jacobinismo), con la clase trabajadora, y que sustituye el conflicto patronos/obreros por el conflicto, a su juicio anterior y más fundamental, entre élites/pueblo, si el populismo es esto, ¿cómo es posible que el Partido Popular siga ganando las elecciones en España? Y no sólo eso. ¿Cómo es posible que, hasta la fecha, haya logrado lo que ninguna de las élites de occidente ha conseguido, a saber, la cuadratura del círculo que consiste en deslegitimar el populismo, como un radicalismo de izquierdas, contrario en esencia al «pueblo», es decir, como un movimiento elitista y anti-popular? Es algo que me llena de asombro.

Antes de que, en las primeras décadas del siglo XIX, el que empezó entonces a llamarse «movimiento obrero» se volviera contra el liberalismo económico, y se hiciese internacionalista, los términos nación y pueblo, al menos en las primeras revoluciones liberales, eran casi intercambiables. Yo creo que, como en España las revoluciones liberales se hicieron malamente y, finalmente, se cerraron desde arriba, es decir, desde las élites, la fusión entre nación y pueblo, nunca dejó de funcionar en el imaginario popular, fuera precisamente de esas «élites» de izquierdas, que ya no identificaban el pueblo con la nación, sino con la clase trabajadora.

Así, a diferencia de lo que ocurría en otros países de nuestro entorno, las élites económicas y sociales en España consiguieron que una parte importante de la población, precisamente el «pueblo», se identificase no frente a ellas ni contra ellas, como querían los intelectuales (élites) de izquierdas, sino junto con ellas, como el «auténtico» pueblo español, como la nación española. Y cuando surgieron y tomaron fuerza los otros nacionalismos, los periféricos, estas élites (al menos desde la Restauración), lograron separar en una parte del imaginario colectivo, el sano pueblo español, de todos aquellos grupúsculos, demagogos y elitistas, que pretendían revolverlo contra ellas simplemente como los trabajadores y los parias explotados.

Yo no sé si más o menos conscientemente, se creó la imagen del intelectual de izquierdas, pedante y anti-español, y se le opuso, con éxito, en esta parte de nuestro imaginario colectivo, al gobernante, al técnico, al profesional que trabaja codo con codo por España, es decir, con el verdadero pueblo. ¡Al Rey! Esa España castiza, en que desde el Rey hasta el último aldeano, desde el cacique político y el banquero hasta el último albañil o el chupatintas, se sienten próximos entre sí como españoles, frente a los separatistas «catalanes», los «rojos», y los agitadores atiborrados de utopías, o peor aún, conspiradores apoyados por países o partidos extranjeros. Así, los votantes del PP (¿y los del PSOE post-Suresnes?), son capaces de imaginarse un día, jugando al dominó con don Mariano, o compartiendo unas cañas con la señora Susana Díaz en un Ferial. En cambio, al «coletas» (¡ah, el espíritu popular, satírico, impagable creador de caricaturas y motes!), lo perciben como un agitador intelectual, como un profesor universitario, un sabelotodo pedante con quien no podrían tomarse ni una horchata, sin sentirse inmediatamente mal consigo mismos. En el fondo quizás lo que hay es una cultura de la adulación, triunfante desde el siglo XIX (salvo raros islotes, «accidentes históricos», como la Segunda República), que ha funcionado y sigue funcionando muy bien hasta la fecha, y que ha conseguido que los de abajo se sientan bien aunque no lean (o precisamente, porque no leen), y que así se identifiquen con quienes les mandan y les explotan, pero no les juzgan, sino todo lo contrario, les halagan sutilmente, por preferir un buen partido de fútbol o una corrida de toros, a una conferencia, un libro o una obra de teatro de Ibsen. ¿Cómo no sentirse incómodo entonces con esos sabelotodos, cuya sola presencia te recuerda que has desperdiciado, quizás, tu vida, por cosas tan banales como Sálvame o la final de la Champion, en lugar de atiborrarte de poesía o de Filosofía, que además «no sirven para nada» más que para calentarte la cabeza? ¿Cómo pretenden que los «buenos españoles» les voten (con la excepción de los jovenzuelos, que ya aprenderán cuando crezcan y maduren, a reconocer lo que les conviene, ¡ah, la juventud, divino tesoro!)?

Aunque se hundieran las pensiones, los salarios, la sanidad y la escuela públicas, y hasta si me apuran, el mundo, los buenos españoles nunca confundirán a don Mariano ni a doña Susana, con una «panda de intelectuales», que para ellos son la verdadera élite, esas gentes insufribles y pretenciosas, que pretenden darnos lecciones de economía y de historia, y hablarnos de igual a igual, a nosotros, que trabajamos. Es verdad que hay robos y corrupción, pero como hay ricos y pobres, desde que el mundo es mundo. Así que todo se justifica. Yo robo, tú robas, el roba; nosotros robamos, vosotros robáis, ellos roban. ¡Hay algo más castizo y verdadero que esto, y es que hay que saber que es la conjugación del presente de indicativo del verbo robar, para entenderlo como un hombre sencillo, de bien!

Así que, si esto fuera así, en España estamos viviendo una ruptura del pueblo con sus élites completamente trastocada y distinta a la del resto del mundo occidental. ¡Viva España! Pues para «nosotros» las élites no son quienes nos explotan, nos roban, nos mienten y nos ningunean todos los días y a todas horas, sino esos niñatos que no entienden una mierda, ni de fútbol ni de nada, y que además ahora, por si fuera poco, quieren levantar un muro en los Pirineos, que va a dejar la famosa valla de Melilla a la altura de zapatos, como los Lego, además por supuesto, de romper España en mil pedazos. ¡Viva don Mariano, viva doña Susana, viva España! Y que Dios nos coja confesados a todos, pues aquí no hacen falta ni Donald Trump ni Jeane Marie Le Pen.


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