El rey James aparca su abdicación y conduce a los Miami Heat a un triunfo clave ante San Antonio Spurs (96-98)
Por Gonzalo Roy , 9 junio, 2014
LeBron James anotó 35 puntos y capturó 10 rebotes
Los grandes jugadores, aquellos cuyo nombre permanecerá en la memoria colectiva cuando los focos de las canchas en las que despliegan todo su talento se apaguen, lo demuestran en los grandes enfrentamientos, lo demuestran cuando su equipo les necesita ante una situación difícil y, lo más importante, lo demuestran en los momentos clave del partido. En este exclusivo grupo está Rafa Nadal, Michael Jordan, Diego armando Maradona o Joe Montana, por citar a algunos y olvidar injustamente a muchos otros. LeBron James es uno más de ellos.
En la pasada madrugada, con la temperatura del AT&T Center correcta tras subsanar los problemas del aire acondicionado del primer día, recuperó su mejor versión y, con 35 puntos, 10 rebotes, 3 asistencias y 2 robos dio todo un recital para que su equipo, los Miami Heat, doblegaran a San Antonio Spurs (96-98) y empataran la final de la NBA a una victoria para cada equipo justo antes de viajar a Miami para jugar los dos siguientes partidos.
Pero más allá de las cifras, espectaculares sin duda, está el momento y la forma en cómo dominó el partido, en cómo lideró a su equipo en los momentos clave y asumió su liderazgo dentro y fuera de la pista, diciéndoles a sus compañeros en cada pase, en cada rebote, en cada canasta, “estoy aquí para lo que necesitéis, seguidme y os conduciré a la gloria”. James empezó el partido mal, con tres fallos y una sola canasta en el primer cuarto, cuando San Antonio soñó con la victoria tras situarse a 11 puntos (30-19) y sentirse muy cómodo con la defensa que Kawhi Leonard estaba aplicando sobre el astro de los visitantes.
Pero poco a poco, minuto a minuto, LeBron James se fue recuperando, olvidó sus problemas físicos que le impidieron terminar el primer partido y se centró en obtener un triunfo vital que puede marcar el futuro de la serie. Fue tras el descanso y, sobre todo, en el último cuarto cuando el alero del equipo de Erik Spoeltra asumió el bastón de mando con furia y golpeó el parqué para amedrentar a los aspirantes a su trono. Al mismo tiempo que James crecía Duncan, Parker y Ginóbili, que habían empezado el partido bastante bien, se desvanecían y, con ellos, su equipo.
Y para demostrar lo dicho, baste recuperar un hecho muy significativo. En el último cuarto los árbitros penalizaron un codazo de Mario Chalmers a Tony Parker como falta flagrante del tipo uno. Dos tiros libres para San Antonio con 87-85 en el marcador que el base francés desaprovechó. E instantes después, fue Duncan quien marró otros dos tiros libres. A partir de ahí, Lebron James sacó toda la casta, anotó 5 puntos consecutivos, dejó el marcador 87-90 a falta de 6:30 para el final y la sensación en todos los asistentes al pabellón que el rey no había abdicado, al contrario, ejercía un poder absolutista.
Pero apareció Boris Diaw –desaparecido hasta entonces- y empató el choque a 90 con un triple y a renglón seguido le imitó Parker para poner por delante a su equipo 93-92 tras un fallo defensivo de Mario Chalmers, muy espeso toda la noche. Entonces el rey volvió a tomar el mando, ‘destituyó’ a su base y promocionó a Chris Bosh, quien sí le secundó espléndidamente. Primero, James taponó un intento de triple de Parker y, tras un fallo de Manu Ginóbili, asistió a Bosh para que anotara un triple que dejaba a Miami un punto por delante (93-95).
A continuación, Tim Duncan perdió el balón y James, otra vez James, anotó un tiro libre (93-96) a falta de 41 segundos para el final. Y aún tuvo otro fallo Manu Ginóbili a falta de 9 segundos para el final. La puntilla fue magistral. Lebron James, consciente de que era el objetivo a defender de todo el equipo de San Antonio, rechazó el protagonismo del balón y se llevó a todos los defensas para dejar completamente solo a Dwayne Wade, que no falló.
La serie viaja ahora a Miami, donde en la madrugada del martes al miércoles se vivirá el tercer enfrentamiento de una final apasionante donde el rey quiere demostrar que es un digno merecedor de la corona que porta con orgullo, sin un ápice de intención de abdicar. Los herederos, en Norteamérica por lo menos, deberán esperar.
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