El sexo que nos devuelve a la vida real
Por Mario S. Arsenal , 20 agosto, 2014
La realidad es una. Se acaba el verano, las vacaciones, la playa, la montaña, los desayunos de una hora y media, el pachorreo múltiple del dolce far niente, las terrazas, las juergas de diario, en definitiva, se acaba lo bueno y empieza el trasiego de septiembre. Vislumbramos ya las oscuras luces del estrés, los madrugones intempestivos, las legañas, el zumo y la tostada apresurada, o el café ardiendo en vaso de cristal. Se acabó el verbo procastinar y comienza el trabajo. Para los que no han podido disfrutar de toda esa glosa de bendiciones estivales, retomar el ritmo habitual de trabajo es mucho más sencillo, pero para los que sí gozaron de los dones del tiempo, septiembre puede presentarse como el demonio mismo. Evidentemente. Ya se sabe que las resacas no perdonan y que el cuerpo, a día de hoy, es el órgano vital que más memoria es capaz de retener.
Y si les hablara de sexo, ¿creen que la cosa cambiaría? Aquí ni tiempo ni espacio entran en contradicción. ¿Acaso sabe el sexo de vacaciones, de horarios laborales o de informes entregados a primera hora de la mañana? ¿Y de arena fina, rocas escarpadas o resorts ibicencos? El sexo es un continuum, una extraña y a la vez previsible forma de sobrellevar los días, las horas, las estaciones, y para algunos incluso los años. El sexo, sin ningún género de dudas, es una de las válvulas de escape más eficiente desde que el mundo es mundo. Lástima que por raro que pueda parecer, todavía haya países en los que el sexo es un estigma, una tortura, una crucifixión.
España, al igual que todos los países embebidos de mediterráneo, ya saben: sol cálido del Mediodía, estable amabilidad climática, lejos ya de las frías virtudes del Septentrión, España es, como les decía, un país en el que prolifera una forma de vida que tiende a lo corporal en detrimento exceptis excipiendis de lo cerebral. Ese es el objeto del libro del que quiero hablarles sin entretenerme ni un segundo más.
Su autora es Lucía Martín y ella, enemiga de las etiquetas, es una mujer híbrida. Representa ese tipo de periodismo freelance que todos conocemos en mayor o menor grado y que estos tiempos pedregosos nos han obligado a conocer más de lo que debiéramos. Es economista y ha hecho de todo: dirigido una sección en Capital, colaborado para El Mundo, Forbes, Squire, Interviú; escrito varias guías de viaje infantiles para la prestigiosa Langenscheidt y un largo etcétera. Un reportaje económico sobre el dinero y el volumen de capital que mueve el sexo en el mundo, la llevaron de camino a su primer libro, El negocio del sexo (Almuzara, 2008). Después llegaría su blog ‘El sexo de Lucía’ (alojado en FronteraD desde hace algunos años), con un enfoque diverso del periodismo de información. He aquí sus beneficios.
En realidad la idea es bastante sencilla. Como en todo sexo seguro, aquí las complicaciones no existen. El sexo lo mueve todo. O casi todo. Por eso Lucía decide sacarle punta. Y nunca mejor dicho. Es como un cuaderno de bitácora erótico-festivo que, para que me entiendan, es capaz de asemejar el bosón de Higgs a un bolso gigante de Chanel e identificarlo con un vulvón de tres pares de cojones, o de definir el sadomaso como la práctica más democrática que existe, o de lanzar a los políticos -que no nos oiga Ana Mato, que no tiene varón- algunos puyazos (cuidado la vocal) desternillantes. También queda hueco para las sorpresas y si creían que lo sabían o lo habían visto todo, posiblemente encuentren algún que otro inquietante suceso que les deje absolutamente perplejos.
En la presentación hace unos meses en el Café Comercial de Madrid se le lanzó una pregunta desde el público: “¿No hay homosexualidad?” En efecto, no hay homosexualidad. Hubiera sido divertido, es cierto, pero Lucía se ha ceñido a los márgenes de su circunstancia personal. Javier Granda, su editor, nos decía que es un libro en el que los hombres salen escaldados pero se aprende de ello. No estoy en absoluto de acuerdo. Con los errores de los hombres sólo nos reímos. Es conocido en todo el orbe que el hombre es un animal sin solución, cura o remisión. Nunca podría aprender nada de la parte animal del hombre. Eso sí, con las mujeres, como suele suceder a menudo, y también en este libro, sí se aprenden cosas. En este caso, el misterio pasa por la forma tan ridícula en la que a veces concebimos el sexo, las formas encastradas y conceptuadas de practicarlo; también, por qué no decirlo, la excesiva frivolidad con que lo magnificamos o restamos importancia, pero sobre todo, y digo sobre todo porque es la sensación que tengo en la boca después de haberlo leído, lo importante que se presenta llevar una vida sexual saludable para no adolecer de problemas temperamentales de amplia propagación.
Asimismo, el prólogo de Manuel Jabois florece una edición para la que los chicos de Popum Books han puesto todo su afán, sumando las ilustraciones que corren a cargo de Ricardo Cavolo y bueno, en general, qué decirles de una editorial en la que sólo hay y se fomentan las autoras. Personalmente me encanta como está enfocada su labor: fresca, sin costuras, sin tabúes, interesante en suma. Ahora, el libro de Lucía es de lo mejorcito que pueden encontrar en su género; de hecho no sé si existe un género para este tipo de libro; más bien, entraría dentro de lo que entendemos por cuaderno de notas, diario o libro de memorias. Porque en serio les digo -yo pensaba que era una treta editorial de mal gusto- que se lee de un tirón. ¡Y es verdad! Pero no por lo bien escrito que está, sino porque la hilaridad es una virtud que despeja los humores y el embotamiento mental. El sexo, tal como lo entiende Lucía, no es más que una buhardilla más (o un sótano, quién sabe) de la vida y, lo más importante, que sus posibilidades son infinitas. Resumiendo: lo leerán y se reirán, follarán entre sus páginas y se reirán, practicarán sadomaso y se descojonarán; en definitiva, un lienzo divertido y disparatado que les recomiendo leer si están agotados de tanta lectura cargada de materia gris.
Mario S. Arsenal
@Mario_Colleoni
www.arsenaldeletras.com
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