El triunfo de la provocación
Por José Antonio Olmedo López-Amor , 25 diciembre, 2015
“El que quiere interesar a los demás tiene que provocarlos.
Salvador Dalí
Si yo, paciente lector, comenzase este artículo utilizando afirmaciones tales como: probablemente el que suscribe estas palabras sea el mejor literato de su generación o si está leyendo usted estas palabras es que ha decidido, por fin, abandonar su miserable y aburrida vida en pos de un entretenimiento inteligente, más allá de la incredulidad de quién lo lee, o más allá de si es cierto o falso aquello que se revela, estaría utilizando una herramienta tan peligrosa como poderosa del conocimiento humano, la provocación.
Y es que la provocación, en su estricto y natural significado, está siempre ligada a la inteligencia y al propósito. Al recibir cualquier lector las contundentes afirmaciones que dan comienzo a este texto, las reacciones son tan variadas como evidentes, algunos desestimarán la recomendación por creerla una fanfarronada, otros la creerán a ciencia cierta y sin dilaciones, mientras que un buen número de inseguros o despreocupados sentirán cómo la duda se ha instalado en sus parcelas. Y es que en un acto de provocación siempre hay cierto grado de victoria, la seguridad y firmeza del provocador hacen posible en los demás la credulidad y con ella la consumación de su particular triunfo.
Sin embargo, no es fácil discernir la línea divisoria entre provocar y ser maleducado, se puede ser irreverente sin ser provocador, pero nunca se podrá ser provocador sin ser irreverente. Si hacemos un pequeño repaso de la historia encontraremos muchos casos donde la provocación ha sido exitosa a nivel social o artístico y ha proporcionado a sus discípulos fama y reconocimiento.
El 2 de Junio de 1740 en París, nació Donatien Alphonse Françoise de Sade, un filósofo y escritor francés más conocido por el título nobiliario que ostentaba, «Marqués de Sade». Sobradamente conocidas son las excentricidades del autor de Los crímenes de amor, por ejemplo: su participación en orgías, sus devaneos con prostitutas o su encarcelamiento, mucho se ha hablado de lo que para muchos, fue la atribulada vida de un espíritu verdaderamente libre. En sus obras, fueron muy característicos los antihéroes, seres capaces de las más aberrantes violaciones y disertaciones a las que trataban de justificar cínicamente mediante sofismas. Ateísmo, parafilias, un conceptualismo radical, actos de violencia extrema, son sólo algunos de los temas más recurrentes en sus textos, historias donde triunfa el vicio sobre la virtud, algo que le garantizó una perpetuidad en la memoria colectiva, una popularidad sin parangón para su época que trascendió los siglos.
Dos siglos después, en el año 1916 y en plena guerra mundial, nació en Zúrich (Suiza) lo que sería denominado como «movimiento dadaísta». Siendo Zúrich un bastión neutral en medio de la hecatombe militar, no era de extrañar que fuese destino para muchos de los exiliados intelectuales, aquello motivó la proliferación de círculos de artistas en lugares como el “Café Voltaire” cuna y patria del dadaísmo. Los poetas: Tristán Tzara y Marcel Janco junto al pintor Hans Arp y Hugo Bali fueron los fundadores de tal movimiento para gloria de sus seguidores. El estallido de la guerra provocó una crisis de valores a nivel internacional, crisis que alcanzó a todos los estamentos, incluido el arte. Los dadaístas, que rechazaron de plano el belicismo, utilizaron la incoherencia y el absurdo como arma reaccionaria ante la destrucción y el caos. Encabezaron multitud de manifestaciones, desordenadas, agresivas, representaron musical y teatralmente la caricatura de una sociedad quebrada que buscaba un nuevo horizonte. Llegó un punto en que al dadaísmo ya no le importaba el orden o la expresión, la actitud destructiva que alcanzaba todas las esferas de la actividad humana tenía por objeto destruir el mito de la obra de arte.
Tan rápido como la propagación de un virus, y merced a la aparición de guetos culturalistas, digamos, en rebeldía con el sistema, se formaron vínculos entre París y Nueva York, vínculos que propiciarían la expansión del dadaísmo a ciudades como: Berlín, Colonia, Tokio, Roma o Barcelona. Buena culpa de esto tuvieron: Francis Picabia, Man Ray y sobre todo Marcel Duchamp.
En las manos de Duchamp se fraguó uno de los “artefactos” más notables del arte dadá, el ready-made. Dicha invención era una desmitificadora percepción conceptual del arte, o lo que es lo mismo, dicho en otras palabras, lo que resulta (por ejemplo) de colocar un urinario (ligeramente modificado o no) en un museo. En palabras del mismo Duchamp, los ready-made eran: objetos usuales ascendidos a la dignidad de objeto artístico por una mera decisión del autor. Aquella osadía vanguardista motivó océanos de tinta. De un momento a otro, el arte pasaba a ser de un procedimiento técnico a un acto mental.
Extraer un objeto meramente práctico de su contexto habitual y convertirlo en un hecho estético abrió muchas miras a la sociedad de aquella época, y los ready-made fueron desarrollándose desde en pinturas, hasta esculturas, pasando por un sinfín de modalidades de expresión. Una modalidad del ready-made fue rectificar un motivo pictórico de popularidad mundial de manera que con la pincelada del autor se redefiniera el significado de la misma obra, un buen ejemplo de ello fue la escandalosa ocurrencia de Duchamp de reproducir una Mona Lisa y añadirle un bigote.
La huída sistemática o ruptura del cliché, la aversión a los lugares comunes, son orden del día en la preceptiva del escritor actual. Parece clara una demanda de renovación en los modos y argumentos del escritor por parte de la comunidad lectora, un colectivo al que cada vez es más difícil engañar y al que ya es casi imposible sorprender. La mezcla de géneros, los giros o la potenciación de la violencia, el sexo y una amplia gama de conductas que se venden como modélicas, pero en verdad no son más que un desencadenamiento del instinto más atávico, véase Juego de tronos, hacen que la escritura conceptual, alambicada, metafísica, sea un terreno vedado a la gran mayoría, una concepción de la escritura que —debemos pensar— tendrá su momento de gloria cuando “alguien” decida que pueda ganarse dinero a través de ella.
Otro caso ejemplar de una vida dedicada a la provocación dentro del arte se encarna en el artista plástico León Ferrari. Según el prestigioso diario New York Times, León Ferrari es uno de los cinco artistas plásticos más provocadores e importantes del mundo. Los pilares temáticos más utilizados en su obra son tres: las guerras sufridas por la humanidad, toda forma posible de intolerancia o vejación de los Derechos Humanos y sobre todo la supremacía simbólica de la religión. León nació en Buenos Aires en el año 1920 y su pasión por el arte polémico se inició en 1954, en Italia, con unas esculturas de cerámica. Ya en 1955 se diversificaron los materiales a utilizar y empleó: yeso, madera, cemento o alambres de acero inoxidable. En el año 1965 presentó su trabajo La Civilización Occidental y Cristiana a concurso en el premio Di Tella, una obra que representaba un Cristo crucificado en un bombardero estadounidense. La obra no fue exhibida por la polémica suscitada, aunque sí se expusieron las tres cajas que complementaban el trabajo y que trataban por tanto de la misma temática, una temática que manifestaba la relación entre violencia y religión en Occidente. La exhibición de estas cajas provocó la oposición pública de un afamado crítico del diario “La Prensa” que fue contestada por el artista en forma de carta, también publicada en otro medio, la revista “Propósitos”.
Por razones políticas León Ferrari tuvo que abandonar el país y se afincó en Sao Paulo (Brasil), donde retomó la creación de esculturas metálicas y se aventuró a realizar experiencias plásticas con diversos materiales y técnicas: fotocopia, heliografía, micro-ficha, videotexto, arte postal o libro de artista. Sería en Octubre del año 2007, a la edad de 87 años, cuando fue galardonado con el León de oro en la 52º edición de la Bienal Internacional de Arte de Venecia, fue elegido mejor artista plástico y encumbrado por la crítica. Siempre quedará para la hemeroteca la obra que le otorgó tal reconocimiento, sus polémicas series de Infiernos representadas mediante: dibujos, esculturas de alambre, objetos, incluyendo collages sobre religión, política y erotismo.
También tuvo su momento de gloria, en lo que ha consecuencias de la provocación se refiere, el icónico pintor del barroco por antonomasia, Michelangelo Merisi Caravaggio. Al principio, las obras del maestro italiano representaban en su mayoría imágenes religiosas, dada la condición eclesiástica de la mayoría de sus contratantes. Sin embargo, siempre hubieron dos reproches que repetían sus contemporáneos a lo largo de su recorrido como autor, el primero, que el realismo de sus figuras rozaba el naturalismo temprano, y el segundo, que escogía a sus modelos entre la gente de más baja condición. Por ejemplo, para su cuadro titulado La flagelación ideó una coreografía de cuerpos en claroscuro con un Cristo animado en condiciones paupérrimas. Para la composición de Juan el bautista con el carnero utilizó a un jovenzuelo de mirada provocativa y posición lasciva. En su primera versión de su San Mateo y el Ángel obtuvo el rechazo del demandante de la obra, ya no por la sensualidad del Ángel, si no por la suciedad de los pies del santo, suciedad que poseía el modelo original y que Caravaggio no desdeñó, como nunca desestimaba retratar las imperfecciones de sus colaboradores, cuando posaban para él, tratando de encontrar aún más una cercanía fiel a la realidad más insultante. Pero la pintura de Caravaggio que más controversia instauró consiguiendo enfurecer a la propia Iglesia, fue sin duda La muerte de la Virgen. Consiguió una representación del cuerpo de la Virgen hiperrealista, con el vientre hinchado, que además fue aderezada por rumores de lo más pervertidos, como por ejemplo, que utilizó de modelo para inmortalizar a la Virgen el cadáver de una prostituta embarazada, que había fallecido por ahogamiento en el Tíber.
Sin duda, Caravaggio fue un personaje singular, un bohemio que fue perseguido por la justicia tras asesinar a un hombre en una reyerta, habiéndose mezclado en varias trifulcas periódicamente. Hombre de carácter y siempre dispuesto a pelear a puñetazo limpio. Nunca renunció a su estilo fidedigno, la transgresión en claroscuros, una sinceridad que le llevó a morir sumido en una depresión provocada por el asedio de sus múltiples y poderosos enemigos.
La fotografía tampoco ha sido ajena al imperio de la provocación, ahí tenemos el ejemplo de Spencer Tunic, popular en el mundo entero por retratar el mayor número de cuerpos desnudos reunidos en lugares públicos.
En el mundo de la música actual, el reinado de Madonna en el género del pop, ha sido conseguido gracias a una buena gestión de la provocación que después han imitado otros muchos artistas; Lady Gaga o Miley Cyrus son buen ejemplo de ello.
La televisión contemporánea en España está inundada de contenidos —cuando menos— indecentes y me atrevería a asegurar que más del sesenta por ciento de la audiencia diaria se consigue gracias a saber dosificar ese morbo que demandan las masas, los mismos que llevan a encumbrar en las listas de venta de best sellers literarios a obras como: Los hombres que no amaban a las mujeres o Cincuenta sombras de Grey son los que alimentan la proliferación de los programas llamados reality-show, e idolatran a ídolos de latón tomándolos por oro. Hoy en día, ser polemista es casi equivalente a haberse doctorado en alguna carrera universitaria. La mayoría de los iconos mediáticos, están ahí porque prefieren pedir disculpas a pedir permiso, flagrantes son los ejemplos de Boris Izaguirre, quien ahora escribe, pero empezó mostrando sus partes íntimas en televisión, o Risto Mejide.
Provocar es abofetear la cara del que atiende; empujar, desarbolar. Provocar es abrir vetas en maderas anquilosadas, no permitir el tedio, la rutina, es invitar al derrumbe. Toda mente, todo sistema, todo pensamiento, todo arte debe exponerse —y está expuesto— a la provocación; enfrentarse a ella pone a prueba los cimientos, resistirse a ella es resistirse a vivir; su persistentes ataques ponen en peligro la consolidación del conservadurismo.
Un abril negro para el mundo del cine español fue el del año 2013, ya que sufrió la irreparable pérdida de dos iconoclastas del séptimo arte como: Jesús Franco y Bigas Luna. Franco llegó a ser ayudante de dirección del gran Orson Welles en Campanadas a medianoche, algo que muy pocos pueden decir y Luna ha podido presumir de haber descubierto a tres de las estrellas más internacionales de nuestro cine como son: Jordi Mollá, Javier Bardem y Penélope Cruz. En sus filmografías, además de una extravagancia y osadía congénitas, reside un denominador común para ambos que tiene mucho que ver con el tema de este artículo, ¿saben ustedes cual es?
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