Abajo, el río Somme. Norte de Francia. La carnicería de bajas en tierra traslada la guerra al cielo.
Reconocimiento de las posiciones enemigas, traslado de tropas. Todo se escudriña mejor desde el aire. A la vista, el pueblo de Sailly-Le-Sec. El Fokker ha dejado atrás el suelo, los himnos en honor a sus victorias y toda la parafernalia que lo acompaña. Un día más. Por delante, los que caigan. Aviones enemigos. Ingleses, de la RAF. A cuántos abatirá ese día. Esa es la apuesta. No lo piensa, lo sabe. Unos cuantos más que agrandarán su leyenda. Más números, más restos de fuselaje para su colección particular, esa que construye en casa, avión derribado a avión derribado, con la que recuerda quién es: el orgullo del Kaiser y de todo un pueblo.
La formación sigue su curso. El circo aéreo los han llegado a llamar. A él y a sus compañeros. Y el circo no va a tardar en comenzar su número. Dos aviones de reconocimiento REB. Fáciles. No van a suponer mucho esfuerzo. Un par de ráfagas a discreción, mortales rociadas de balas que los lanzarán al suelo, y listo. Dos más. Los dos aviones de reconocimiento comienzan a dar vueltas y a descender en tirabuzón, girando sin parar, con tal de evitar la caza. En vano. Tiene a uno de ellos. Esquina la sonrisa. Sus ojos brillan. Esa leyenda que no para de crecer, la suya, tan odiado y respetado por los rivales como por los suyos.
Cuando oye un ruido. Mira hacia arriba y avista aviones enemigos. La RAF. Ahí están. Invitados inesperados a una fiesta que va a ser más divertida de lo que presuponía. Y vienen con ganas de jarana. Se gira y ver caer a uno de sus compañeros. Al rato lo harán dos más. Y hasta un cuarto. Demasiados. Es hora de dejar las cosas claras. Toma los mandos de su avión con fuerza y se lanza a por el primer avión que tiene cerca, al que controla a través de la mirilla de sus ametralladoras Spandau. Ratatatata. Ratatatata. El fuselaje, rasgado, pero el avión no ha caído. Intenta escapar. Barrena, gira. La agonía, piensa, antes de la muerte. Porque ese avión no se le va a escapar. El suelo está cada vez más cerca. Si crees que vas a huir así… Busca el momento justo. Va a caer. Uno más. Y eso le pierde. Abre los ojos y levanta la cabeza. Suena un motor detrás de la cola de su avión. Aprieta los dientes. ¡Cómo has podido ser tan tonto! Más de ochenta batallas y acabas de cometer un error de principiante. El sonido de las balas, de la mortífera ráfaga, le hiela la sangre, lo que parecía imposible. Han entrado por la cola. Una, dos, tres. Las siente en su cuerpo, han entrado en la cabina. La luz del día empieza a decaer, y lo que antes era claridad se torna oscuridad. Su avión se inclina. Ya no puede controlarlo. Y cada vez hay más oscuridad. Y el suelo se acerca, se acerca demasiado.
Hoy hace 97 años fue abatido Manfred von Richthofen, el llamado Barón Rojo, cerca de Amiéns (Francia), después de haber derribado cerca de 80 aviones en distintos combates de la Primera Guerra Mundial.
Víctor Fernández Correas nació en Saint Denis (Francia) en 1974. Hijo de la emigración, aunque reside en Getafe (Madrid), se siente extremeño por los cuatro costados. Y, más en concreto, Verato.
Como periodista colabora con distintos medios y consultoras relacionados con las Tecnologías de la Información y el mundo de la pequeña y mediana empresa.
Como escritor comenzó su andadura en el mundo de las letras en el año 2000, fecha en la que obtuvo el Primer Premio de Relato Corto de Valverde de la Vera (Cáceres) en su modalidad local. Galardón que repitió al año siguiente, en 2001, con un relato titulado ‘Epílogo Imperial’. También resultó ganador del Primer Certamen de Relato Corto Princesa Jariza, de Jaraíz de la Vera (Cáceres) en 2001. Siete años después, muy ampliado y desarrollado, ‘Epílogo Imperial’ se convirtió en su primera novela: La conspiración de Yuste, en la que narra los últimos meses de vida del emperador Carlos V. Más tarde, en 2012, publicó su segunda novela, La tribu maldita, en la que recrea la más que posible peripecia de los homínidos cuyos huesos son investigados y analizados cada año por el Equipo Investigador de Atapuerca en la sierra del mismo nombre.
Tiene por delante varios proyectos literarios que pretende desarrollar en los próximos años. Y sigue aspirando a escribir y a divertirse haciéndolo.
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