EL VIEJO DE LA ARMÓNICA Y OTROS COMPLEMENTOS
Por Octavi Franch , 8 enero, 2016
Y para acabar esta triste (por los protagonistas) trilogía sobre los profesionales liberales no autónomos que viven mucho mejor que todos nosotros, hoy os hablaré de otro fenómeno ferroviario. Seguro que todos vosotros habéis coincidido en algún trayecto en tren entre Sant Vicenç de Calders y Barcelona y/o Granollers-Canovelles-Etcétera.
Dentro de la mafia rumana que tiene casi la exclusiva de las licitaciones para poder trabajar sin cotizar ni pagar impuestos en el tren de cercanías, y al mismo tiempo el de media distancia, existe un tipo más singular que el resto. En primer lugar por su edad: los 70 ya los debe de tener aunque con los gitanos (mi madre lo era y buena parte de mi familia materna también; no es ningún insulto, sólo es una apreciación étnica) nunca se sabe porque han tenido una vida tan rápida y curtida en mil y una batallas civiles y familiares que no tienes muy claro si ya son padres o aún no han hecho la comunión. Yo mismo aparento entre 10 y 15 años menos de los que tengo, y eso que siempre me encuentro mal y sufro un montón de enfermedades de todo tipo.
Este anciano nos deleita con un solo de armónica en el vagón en cuestión, siempre acompañado de un repique de pies que pretende ser la base rítmica de su concierto. Evidentemente que la armónica la toca bien, al menos la única canción que interpreta, la cual todavía no he acabado de descubrir si es obra propia o bien alguna versión de uno de los clásicos de finales del siglo XIX en el Far West. Pero como la gran mayoría de músicos alternativos rumanos, de muy pequeños ya aprenden a interpretar los hits de la historia de la música con algún instrumento: guitarra, violín, acordeón, saxofón, etc.
En este caso, aparte del doble ejercicio de armonía y metronismo, el entrañable viejo a veces muda su rol de pedigüeño profesional y deja su faceta de músico por la de enfermo crónico. ¿Os habéis fijado? La primera vez que se lo vi hacer fue en Gavà. Mi inocente mujer se emocionó al verlo. Pero un servidor, como casi siempre, me di cuenta de la trampa mucho rato antes de que nuestro protagonista pusiera en marcha su macabro engaño. Pues resulta que se instaló un tubo de plástico transparente en la bragueta, el cual iba a parar a una bolsa de plástico. Vamos, como si fuera sondado. Primero que el grosor del tubo era imposible, a menos que hayas nacido en Senegal o periferia. Y luego que si tú mismo, con las manos sucias, te pones y te sacas continuamente un artilugio médico de éstos, ya te digo yo que te morirías de una infección de orina galopante.
A mí me parece muy bien que nos amenice el viaje con su ancestral música y con su buena voluntad. Pero es totalmente inaceptable que nos haga creer (o que lo intente, que para mí es lo mismo, porque hay una voluntad diáfana de manipular nuestros sentimientos) que está muy enfermo y que necesita el dinero que pide para sobrevivir un día más. Esto no. Por ahí no paso.
Y suerte que ha dejado de tocar los cataplines en los primeros trenes de la mañana. Lo hizo hasta que un día salió el propio maquinista de su habitáculo y le dijo que se callara y/o que bajara. Uf, qué descanso…
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