Elecciones e ingobernabilidad
Por Carlos Almira , 22 mayo, 2015
En general, los Medios de Comunicación y una parte de la clase política, están relacionando las previsibles dificultades para formar mayorías en ayuntamientos y comunidades autónomas por los distintos partidos políticos, que pueden resultar de las elecciones del 24 de mayo, con una supuesta parálisis de las administraciones públicas. Pienso que de una forma interesada o ingenua.
Fíjense ustedes en Andalucía, parecen decir. Sin un gobierno acordado por el parlamento, semanas después de celebrarse las elecciones. He ahí la anarquía, el desorden, el caos al que pueden conducirnos los partidos emergentes. Tal es el mensaje implícito que parece querer trasladarse a los votantes, por si estuvieran tentados aún de retirar su voto a los partidos tradicionales. La vieja contraposición que tan buenos réditos les ha dado siempre en el Estado de Partidos, a los llamados “Partidos de Gobierno”, entre la utopía de los otros, y la eficacia que representaban ellos. “Con las cosas de comer no se juega”, que decía el insigne ex-presidente don Felipe González.
¿No se han dado cuenta, aún, del atolladero al que nos encaminamos con estas ansias nuevas, locas, de democracia y de participación? El Estado de Partidos no puede permitirse sino un nivel muy reducido y epidérmico de democracia. ¿Qué pasaría si ningún partido lograse una mayoría mínima, propia o prestada, para gobernar en ningún ayuntamiento, en ninguna comunidad autónoma, y, en noviembre, en el Estado central?
Cuando en este régimen liberal, no democrático, un partido accede al gobierno, el Estado (la Administración) sigue funcionando, en lo esencial, como siempre: pues no son los políticos, sino los técnicos, los funcionarios, y los empleados públicos, quienes mantienen en funcionamiento la Administración. Ahora bien: desde ese momento, entran en juego los viejos mecanismos de la política de partidos oligárquicos:
En primer lugar, la clientela. Hace unas semanas, se publicó la noticia de que determinados círculos empresariales estaban presionando en Andalucía al PP y a Ciudadanos, para que facilitasen la investidura de la señora Susana Díaz. ¿Por qué? ¿Es que les preocupaba que los hospitales, las escuelas, los Servicios Sociales, la Administración de Justicia en Andalucía, se colapsasen si no había investidura pronto? No lo creo. Todos estos servicios siguen funcionando perfectamente sin la famosa investidura. Lo que a estos empresarios, como a otros sectores sociales, les preocupa, es no tener un interlocutor con una mínima estabilidad, que promueva sus intereses en y desde la Administración. A esto se reduce el terrible fantasma de la ingobernabilidad en España, en la actual situación política.
La gestión de los recursos públicos, como la elaboración de las normas, que debería ser un asunto de todos, es aquí un asunto de los Partidos Políticos que obtienen, cada cuatro años, un cheque en blanco de los votantes (que no necesariamente ciudadanos). Precisamente se trata de eso: de la gobernabilidad. ¿Qué será de estos intereses privados, pero profundamente imbricados en esos “Partidos de Gobierno”, si a la gente de pronto, le da por participar en la toma de decisiones, en el sentido fuerte de la palabra, en la política? ¿Adónde nos puede conducir la democracia en este contexto (de poder privado superpuesto a la Administración), sino a la famosa ingobernabilidad?
El 15 M era muy bonito, romántico, en las plazas, en la Puerta del Sol. En las instituciones es el fin del Estado liberal, tal y como lo conocemos. Los disidentes son simpáticos y hasta necesarios, siempre que se mantengan en el estricto terreno de la utopía y no pretendan competir con los políticos serios, los expertos, los gestores con pedigrí y experiencia constatada; los “Partidos de Gobierno”. Recuerdo que incluso en una cadena de televisión ya desaparecida, nada sospechosa de revolucionaria, Intereconomía, el 15 M fue recibido, muy al principio, con cierta simpatía, lo que no tiene nada de extraño ni particular. Al liberal no-demócrata le gusta la diferencia, siempre que no suponga una amenaza real para el status-quo.
Tiene razón el señor Felipe González cuando dice que “con las cosas de comer no se juega” (para referirse también a las críticas desmedidas contra la Monarquía española). Con las cosas de comer no se juega: con la organización del Partido; con la clientela empresarial; con los Medios de Comunicación; con las instituciones, en una palabra, entendidas no como el lugar de participación, como el ágora, el espacio público de la polis, sino como el punto de enlace entre lo que Gramsci llamaba la sociedad política y la sociedad civil, y que en román paladino otros han llamado (quizás, pero sólo quizás, un tanto desmesuradamente), la casta y sus amigos.
Pero además de interpretarse esta gobernabilidad en clave de nepotismo, oligarquía y corrupción sistémica, también puede verse en un sentido más general, como la única forma que, en la situación actual, puede garantizar la permanencia de un estado de cosas determinado, de un orden general, que afecta e incluye tanto a los que se benefician de él como a la inmensa mayoría que lo sufre, y que vota para mantenerlo, gobierne quien gobierne.
Pues además de verme perjudicado por la gobernabilidad en el Estado de Partidos, vivo dentro de ella: una parte de mi “seguridad” (jurídica, física), del “orden” (el orden público, ¿se acuerdan?), dependen de que este pequeño teatro de la gobernabilidad siga funcionando, aunque sea como un pequeño infierno (o un pequeño paraíso artificial, por su in-autenticidad profunda, sus flagrantes injusticias, etcétera). ¿Qué hubiera sido del esclavo en la antigua Roma si el orden de la esclavitud hubiese sido subvertido, abolido de pronto por un Espartaco furibundo? Incluso quienes no tienen nada que perder, tienen un mundo (aunque sea un pequeño infierno o “paraíso”) que perder. De pronto las viejas certidumbres se tambalean. Ya no hay amos. La mula mira de pronto a su grupa y la ve vacía, y ya no sabe qué hacer ni adónde ir. La ingobernabilidad.
Nuestros partidos políticos de gobierno deberían re-fundarse para acoger esas ansias de participación y democracia de la gente, y no pensar tanto en el momento en que, por fin, podrán ocupar el cargo y gestionar la administración para sus clientelas, sino en administrar para todos los ciudadanos (ya no meros votantes). Quizás entonces ya no les preocupe, ni a ellos ni a ciertos medios de comunicación, tanto la ingobernabilidad de NUESTRAS instituciones. La fragmentación política sólo expresa un cierto pluralismo de la sociedad, no una vocación por la ingobernabilidad.
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