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En nombre de Dios

Por José Luis Muñoz , 14 noviembre, 2015

ATENTADO PARÍS
En nombre de Dios se ha matado siempre. En nombre del petróleo, también. En París unos desalmados psicópatas que no tienen respeto por su propia vida, y en eso los europeos estamos en desventaja, han cometido la peor masacre en suelo galo. Charlie Hebdo multiplicado por cien. El ISIS se ha apuntado un tanto mediático y acaba de declarar la guerra al mundo civilizado. La retórica de esos desalmados habla de cruzados muertos e idólatras castigados. Los bárbaros nos acechan. Y el caballo de Troya está dentro. Franceses, más extranjeros, que matan a franceses. Franceses que el sistema, y eso es de una complejidad enorme, no ha sabido integrar y se han integrado en esa armada de asesinos que crece al otro lado del Mediterráneo en países que han dejado de existir y viven en una espiral de violencia perpetúa.

Es la hora de la venganza. La sangre pide sangre. Pero ninguna medida se puede tomar en caliente. Nadie duda de que Francia se va a sumar, con más entusiasmo, si cabe, a los bombardeos de Siria contra los territorios controlados por el ISIS y que, de resultas de esos bombardeos, morirán inocentes que servirán para retroalimentar este terrorismo enloquecido que convierte nuestro mundo en inseguro. Así podemos estar decenios, con golpes allí y contragolpes en el seno de nuestras capitales. Nadie duda de que el terrorismo yihadista tiene capacidad para golpear en donde le venga en gana y que con su estrategia paralizante del terror busca hacernos intolerantes y liberticidas como ellos.

Tiene que haber un enemigo. Y si no lo hay, se fabrica. Durante decenios el enemigo era el bloque soviético, el Telón de Acero, y cuando cayó el muro, para levantarse cien muros en su lugar, las industrias armamentísticas y de seguridad vieron peligrar sus intereses. Así es que se buscó, y potenció, un enemigo que se había propiciado, precisamente, en Afganistán contra los soviéticos. Allí nació el yihadismo y en este pantanoso territorio formado por Irak, Siria y Libia se ha multiplicado gracias a una criminal gestión (no creo en la ineptitud) de Occidente, principalmente Estados Unidos,  derribando regímenes laicos que eran tapones al integrismo como los de los sátrapas sanguinarios Sadam Hussein o Gadafi y a un paso de hacerlo con Al Assad en Siria. La esperanzadora primavera árabe se ha vuelto en contra de sus impulsores y ha terminado siendo caldo de cultivo de lo más reaccionario y anacrónico del mundo musulmán.

El partido lo ganan los bárbaros, que no saben quién mueve sus hilos, y los que mueven los hilos y sospechamos quiénes son. Mientras los psicópatas rebanan cuellos de occidentales o se hacen estallar en discotecas creyendo que van directos al paraíso, alguien se frota las manos en alguna de las corporaciones que ya dominan el mundo tras el declive de las soberanías nacionales. Mueren inocentes, aquí, y mueren inocentes, allí. Se ha llegado a una situación que no tiene arreglo porque el caballo de Troya lo tenemos dentro de nuestra muralla y el siguiente paso que se espera, y que el brutal atentado de París busca, es que se alimente la xenofobia, la intolerancia y el fascismo.

Hoy Francia, Europa y el mundo civilizado llora sus muertos y la banda de asesinos, y los que la crearon, que quizá estén en nuestras capitales, se frotan las manos. El mundo es cada vez más inseguro y de eso se trata. Ese es el negocio. Los que creen asesinar por Dios no saben que son un eslabón de Spectra, como diría el gran Manuel Vázquez Montalbán de vivir para llorar en un día como hoy.

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