En un lugar de La Alcarria…
Por Víctor F Correas , 29 septiembre, 2015
Día gordo el de hoy, que ya iba siendo hora. De esas fechas repletas de hechos, acontecimientos, de cosas que contar; de esas jornadas cargadas de historia, llenas de sucesos que se ganan la eternidad para bien y para mal; de esos días que asisten al nacimiento y defunción de personas que vinieron para dejar una profunda huella o se marcharon tras imprimirla. Este veintinueve de septiembre es uno de esos días. Y a fe que se disfruta recordándolo.
Miguel de Cervantes.
Sin ir más lejos, hace cuatrocientos sesenta y ocho años este país vio nacer a un tipo que fue el sexto vástago del matrimonio compuesto por Rodrigo y Leonor y que, por el oficio del padre –cirujano barbero- pasó su infancia peregrinando por las más populosas ciudades castellanas; que después de un turbio asunto en Madrid dio con sus huesos en Italia provisto de un certificado de cristiano viejo y alistado como soldado en la compañía de Diego de Urbina; que participó en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, zurrándose de lo lindo con el enemigo turco; que sufrió largo cautiverio en Argel, del que fue liberado tras pagar unos frailes una alta cantidad de dinero –tanto, que empobreció a su familia-; que, de vuelta a España y antes de casarse, comenzó a pergeñar algunas letras a las que, tras un éxito inicial y después de contraer matrimonio, le siguieron algunas comedias que escribió a sabiendas de que no podía competir con autores de la época como un tal Lope, dueño absoluto de la escena; que trabajó más tarde como comisario real de abastos para la Felicísima Armada –experiencia que le dio para algún que otro enfrentamiento, especialmente con la Iglesia- y como recaudador de impuestos, ocupación que le llevó a prisión durante cinco meses en Sevilla por quebrar el banquero al que entregó importantes sumas de dinero; y que, en medio de una total carestía, y tras abandonar el presidio sevillano, decidió narrar las aventuras de un hidalgo al que los libros de caballería sorbieron el seso por completo. Obra que el tiempo ha convertido en la más universal de las letras españolas, y posiblemente, de las lenguas habidas y por haber. La que escribió ese tipo que nació hoy hace cuatrocientos sesenta y ocho años y que respondía al nombre de Miguel Cervantes Saavedra.
Y no acaba aquí la cosa. Tal que hoy hace ciento cincuenta y un años, nació otra gloria de las letras hispanas, Miguel de Unamuno, perteneciente a la llamada ‘generación del 98’ y uno de los pensadores más destacados de la época moderna. El mismo que, a los gritos de un militar pidiendo la muerte de los intelectuales, respondió que la fuerza bruta con la que vencería en caso de conflicto –el que ya se barruntaba. El que enfrentó a padres con hijos y hermanos contra hermanos-, nunca iría acompañada del convencimiento por falta de razón y derecho en la lucha. De lo que siempre carece la fuerza bruta.
Y hoy hace quinientos seis años también nació en un pueblecito de Huesca un médico y teólogo que descubrió la circulación pulmonar de la sangre, pero que por meterse en cuestiones de religión acabó ardiendo en la hoguera. Quién le mandaría a Miguel Servet.
De las defunciones, una en especial: la del rey Fernando VII. La mayor calamidad que haya ceñido nunca la corona de este reino se fue a criar malvas hoy hace ciento ochenta y dos años. Su recuerdo es tan prescindible como su reinado. A fin de cuentas, manchas en el camino de la historia de un país hay muchas, y la suya es una de las que emborronan el de esta tierra todavía llamada España.
Luego quedan hechos como el nombramiento del General Franco como Jefe de Gobierno y de Estado y Generalísimo de todos los ejércitos por parte de los sublevados tal que hoy hace setenta y nueve años –dos meses y medio después de comenzada la Guerra Civil-; el control de Palestina por parte de Gran Bretaña hace noventa y dos, tal y como le había encomendado la Sociedad de Naciones tras el fin de la Primera Guerra Mundial; la fundación de la ciudad de Charcas –actual Sucre, una de las más antiguas de América del Sur- hoy hace cuatrocientos setenta y siete años a cargo de Pedro de Anzúrez y por mandato de Francisco Pizarro; y la batalla de Salamina, por la que los griegos detuvieron el avance de Jerjes I en las aguas de la isla del mismo nombre tal que hoy hace dos mil cuatrocientos noventa y cinco años. El resultado de la batalla: doscientos navíos persas hundidos por cuarenta griegos perdidos y las tropas persas desembarcas en el islote de Psitalea, aniquiladas por Arístides.
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