Ennio Morricone: el adiós del mirlo blanco
Por José Antonio Olmedo López-Amor , 7 julio, 2020
El pasado lunes, seis de julio de 2020, falleció en un hospital de Roma el famoso compositor italiano Ennio Morricone (1928-2020). Decir que el maestro era un compositor de bandas sonoras para cine es quedarse muy corto. Sus setenta y cuatro años de trayectoria profesional y más de quinientas obras musicales en su haber, hicieron que fuese reconocido en vida como una leyenda del séptimo arte. Pero como ocurre con otros grandes personajes de la historia, al morir el ser humano, nace el mito.
El próximo mes de octubre Morricone habría recibido en España, junto a su colega John Williams, el merecido Premio Princesa de Asturias de las Artes. Al siguiente mes, habría cumplido noventa y dos años. Noventa y un años dan para mucho en la vida de cualquier persona. Si tenemos en cuenta la energía y vitalidad que atesoraba Morricone, aun habiendo hecho mucho, siempre queda esa sensación de que todavía faltaba por hacer algo más.
La familia del compositor manifestó a los medios que el motivo de su muerte fueron complicaciones tras una fatal caída en la que se fracturó el fémur. El mundo del cine recibe con desolación esta noticia, pues el trabajo de Morricone ha marcado indeleblemente a varias generaciones con su emoción y buen hacer en películas como: El bueno, el feo y el malo, Érase una vez en América, La misión, Cinema Paradiso o Días del cielo. Una versión animada de El fantasma de Canterville dirigida por Kim Burdon era el proyecto que, de haber vivido, Morricone habría orquestado en la actualidad.
Hombre de poca vanidad y aversión a aparecer delante de las cámaras, Morricone rehuía toda invitación de entrevista, fiesta o cualquier otra cosa que perturbase su tranquilidad y se recluía en su casa. De conocimiento popular es su oposición frontal al tipo de vida estadounidense. Aunque compuso obras para bastantes películas americanas, Morricone rechazó siempre trasladar su residencia a los Estados Unidos, incluso teniendo tentadoras ofertas de productores que se comprometían a sufragar sus gastos y le ofrecían buenas sumas de dinero. Además, no escondía su afiliación al Partido Comunista italiano. Para algunos, esto explica el motivo por el que un artista de su talla no recibió ningún Oscar hasta el año 2006, cuando más por vergüenza y temor al desprestigio que por premiar su talento, la Academia le concedió un Oscar honorífico al conjunto de su carrera.
Aunque su malditismo con respecto a América comenzó en 1984. Dos teorías tratan de justificar el porqué Ennio Morricone no se llevó el Oscar por la partitura de Érase una vez en América: un tecnicismo al no figurar su nombre como autor de la misma al final de los títulos de crédito y la sospecha de que la película fue inscrita como candidata fuera de plazo. En cualquier caso, estos errores trataron de resarcirse más adelante, cuando a sus 87 años, Morricone recibió el Oscar a la mejor banda sonora por su trabajo en Los odiosos ocho, una partitura menor en su filmografía.
El maestro siempre lo tuvo claro. Nunca quiso separarse de Roma, su ciudad natal, y fue allí donde tras iniciarse de niño con la trompeta a los seis años comenzó a escribir sus primeras composiciones musicales. Animado por familiares y amigos a aprovechar ese talento innato, Morricone fue inscrito a los nueve años por su padre, también músico, en la Academia Nacional de Santa Cecilia. A los doce años de edad se matriculó en el conservatorio y terminó en seis meses un curso de armonía que cualquier otro estudiante completaba en cuatro años. Tras diplomarse en trompeta (1946) comenzó a trabajar de manera profesional y participó en La mañana. Una vez graduado (1954) trabajó sin acreditar en muchas producciones en las que arreglaba partituras de compositores reconocidos o incluso componía música para otros. En aquellos años cincuenta su formación tocó techo al ser alumno del gran Goffredo Petrassi, con quien aprendió los secretos del oficio y consiguió importantes reconocimientos académicos.
No tardó mucho tiempo su amigo de la infancia, Sergio Leone, en proponerle orquestar algunas de sus películas del oeste. Juntos, consiguieron revitalizar el género y formaron un sello operístico-visual reconocible que dio frutos como: Hasta que llegó su hora, Por un puñado de dólares o ¡Agáchate, maldito! Fue Leone quien hizo de Morricone un gran compositor, con él encontró la fama y el reconocimiento y a partir de ahí, el mundo entero quiso trabajar con él. Bernardo Bertolucci, Terrence Malik, Pedro Almodóvar, Brian de Palma o Roland Joffé, entre otros, tuvieron la gran suerte de trabajar con él.
Artesano de la vieja escuela, Morricone jamás utilizó ordenador ni sintetizadores para llevar a cabo sus composiciones. El maestro gustaba de escribir sus partituras de manera manuscrita y ofrecía a aquellos cineastas más neófitos en conocimientos de música, hasta tres formas diferentes de orquestar sus trabajos. Su prolífica carrera le llevó a finales de los sesenta a firmar hasta veinte trabajos en un mismo año, algo que repitió más de una vez e incluso superó. Este hecho, según algunos críticos musicales, repercutió en que su filmografía sea heterogénea, pero también, asimétrica en cuanto a calidad.
El propio Morricone nunca comprendió cómo en la 59 º ceremonia de los Oscar, celebrada en 1987, su nominación a la mejor banda sonora por La misión —reconocida a posteriori como una de las partituras más influyentes del siglo XX— no se alzó con la estatuilla. En su lugar, Herbie Hancock fue premiado por Alrededor de la noche, una recopilación de once canciones, la mayoría de los años sesenta, en la que Hancock solo compuso dos breves piezas y participó en otra junto a Steve Wonder.
Si con Sergio Leone el maestro solía componer la música incluso antes de tener material visual, con La misión ocurrió justo lo contrario: tuvo que hacerlo con la película montada. Este hecho hizo que uno de los temas principales, el dedicado al padre Gabriel, fuese condicionado por la forma en la que Jeremy Irons había sido grabado pulsando los orificios de su oboe. Morricone ajustó sus acordes a los soplidos y pulsaciones del actor y huelga decir que el resultado es algo majestuoso.
Uno de los motivos por los que Morricone tardó en ponerse a componer la partitura de La misión fue la profunda investigación que llevó a cabo sobre las músicas e instrumentos tradicionales que los guaraníes retratados en la película utilizaron durante siglos. La espera valió la pena, consiguió mezclar la tradición europea y guaraní, toda su belleza y espiritualidad, en una suerte de comunión entre el coro y el instrumento de cuerda de gran fuerza y dramatismo.
Para quien firma este artículo, la música compuesta para La leyenda del pianista del océano (1998) es una de las últimas obras maestras de Morricone. La grandeza y universalidad de su música trasciende fronteras e ideologías para unir a varias generaciones de personas que aman la música y el cine. ¿Quién no se ha emocionado con el final de Cinema Paradiso y esa antológica escena de besos censurados que no hubiera sido lo mismo sin su música? Los intocables de Elliot Ness, La cosa, El clan de los irlandeses. El legado de Ennio Morricone es imperecedero, pero también su filosofía: «La música de una película tiene que ser aquello que no se dice, ni se ve», afirmó creer más en el trabajo duro que en la inspiración.
«A ella es mi más doloroso adiós» escribió Ennio Morricone en una carta dirigida a María Travia, quien fue su esposa durante los últimos sesenta años, una última carta en la que comenzó diciendo: «Yo, Ennio Morricone, he muerto», como anticipando el acercamiento de su propia muerte. En esa misiva aprovechó para despedirse de sus familiares y algunos amigos, como el cineasta Giuseppe Tornatore, a quien solía dirigirse de manera cariñosa como `Pepuccio´. Fiel a su estilo de vida discreto, Morricone pidió tener un funeral privado lejos de algarabías y focos mediáticos.
Descansa en paz, maestro. Y gracias por tanto.
Ennio Morricone
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