Entre todos
Por José Luis Muñoz , 6 julio, 2014
No veo mucha televisión. Acostumbro ver los informativos de la primera cadena y los debates políticos de la Sexta, además de las películas sin cortes que me interesan, pero un día que comí tarde, tras el telediario, irrumpió en la pantalla un programa que se llama Entre todos. Me quedé estupefacto enseguida por lo que oía y veía. Por un momento creí que el televisor me había jugado una mala pasada y él solito se había ido de TVE1 a Telecinco, y estuve buscando el logo de la cadena berlusconiana en la esquina de la pantalla.
Seamos claros en el adjetivo: Entre todos es telebasura, y por eso indigna encontrarse un programa de ese tipo en una cadena de titularidad pública. Bajo la excusa de recabar ayuda para los muy necesitados que allí acuden, y que algunos, también hay que decirlo, consiguen, lo que hace Toñi Moreno, la conductora de este reality que paseó con éxito de audiencia anteriormente por Canal Sur—varapalo al PSOE como comadrona de este engendro—, es montar un espectáculo con la miseria—el programa hurga en la intimidad de los invitados necesitados, pasea su cámara por sus viviendas precarias, muestra sus penosas condiciones de vida—para así provocar la caridad de los televidentes que le compran alguna cosa que produce, lo alojan en una casa vacía o le proporcionan un empleo. Toñi Moreno traslada a la televisión pública la imagen del mendigo que pide limosna en las esquinas, el que con carteles nos indica que hace años perdió su trabajo, tiene una enfermedad en las piernas (y la exhibe), cinco hijos que mantener y pasa hambre. Lo deleznable del programa de Toñi Moreno es que los que acuden a él en busca de caridad deben vender sus miserias al público, encima con gracejo—una de las víctimas del programa, después de que quedara clara su mala relación con su suegra que, seguramente por venganza, fue la que lo vendió a Entre todos, fue reprendido públicamente porque no sonreía: pobre pero simpático—, su intimidad y su dignidad, y si puede ser con algo de llanto mejor, porque las lágrimas cotizan en esa franja horaria de la primera cadena y pueden traducirse en un empleo o en las cuatro paredes de una vivienda. Nada que objetar, todos somos libres de vendernos en un momento determinado, si no se hiciera en una cadena pública.
Este programa casposo responde muy bien a lo que entiende el PP por política social. El Estado está para salvar a la banca con el dinero de sus ciudadanos, pero no para salvar a estos. Los bancos no caen, pero sí los ciudadanos desesperados, incluso desde las azoteas. Los que se hunden en esa sima del desempleo, el desahucio y la miseria absoluta que se las apañen como puedan—Qué es eso de que el papá estado esté para esas cosas con la de tareas importantes que tiene que hacer, suelen decir los neoliberales— o que recurran a la caridad cristiana, sea en las esquinas de las ciudades o en las del programa de Toñi Moreno. Que no se me malinterprete, porque esos sí están haciendo una labor inestimable y extraordinaria: los comedores sociales y los bancos de alimentos, sostenidos por la solidaridad de los ciudadanos, son la consecuencia de la dejación del estado en materia social. Con los impuestos que pagamos tendría que haber suficiente dinero, si no se despilfarrara en el sumidero de la inadmisible corrupción cuyos actores no acaban de entrar en la cárcel ni devolver el dinero público que sustrajeron, para hacerse cargo de esos bancos de alimentos y esos comedores sociales fruto de la iniciativa ciudadana y cuya existencia debería sonrojar a nuestros gobernantes. A lo máximo que llega la solidaridad del PP es a contratar programas como el que conduce Toñi Moreno.
La fiscalía ha denunciado a RTVE y al programa por utilizar a un menor discapacitado en uno de sus sonrojantes realitys. El ente público tiene una buena ocasión para retirar Entre todos de su parrilla pues una cadena pública, como bien dice su nombre, es de todos y se sufraga con nuestros impuestos, y sustituirla, por qué no, seamos utópicos, por un programa de libros, que tanta falta hace, aunque cultura y partido en el gobierno anden tan reñidos, sean como agua en aceite hirviendo.
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