Entrevista a Antonio Prima
Por David Acebes , 5 diciembre, 2015
Antonio Prima (Cabañal-Valencia, 1936). Escritor y poeta comprometido con los Derechos Humanos y de una gran producción literaria en diversos géneros. Tiene publicados cinco libros de poesía: Retazos de juventud, Cual suspiros, Desde el amor, la vida y la esperanza, Versos a una mujer y Desde el mundo sin ira. Uno de narrativa: Cuentos a Marc. Y uno de ensayo: Soliloquio del alma. Pertenece a diversas asociaciones literarias y escribe en varias revistas y periódicos. Poemas suyos aparecen en veinte antologías.
D.A.- Unamuno habló de la «intrahistoria», esa historia invisible de la gente que no sale en los periódicos… Yo suelo hablar de los poetas «intrahistóricos», esos poetas como tú, como tantos, que no tienen una gran difusión pública, pero que tienen mucho que decir…
A.P.- Tristemente es así, pero como siempre ha ocurrido, hay ciertos estamentos muy cerrados a los que muy pocos tienen acceso, al margen de su probada valía.
Los que como yo, no pertenecemos a esa generación de los “novísimos”, surgidos al amparo de la Universidad, porque nuestro cometido en esos tiempos fue trabajar duro para sacar del atolladero, del letargo y de la penuria a la España del siglo XX, nos hemos alimentado intelectualmente de la generación del “27”, si bien hasta nuestra jubilación, hasta nuestra plenitud, no pudimos vivir, exteriorizar y dar a conocer nuestra poesía, nuestro pensar y sentir, derivada de todo lo leído y acumulado a lo largo de nuestra dilatadas vidas. Por eso, muchos de nosotros, diría que todos ellos, poetas más o menos conocidos, somos por derecho de historia y de merecido reconocimiento el eslabón entre aquella “la del 27” y esta de los “novísimos”, ambas generaciones como la poesía de Bécquer, lo fue para el armónico ensamblaje entre la lírica del siglo XVIII y la que derivó y se fortaleció en el siglo XX. Representamos quieran o no, el eslabón, la transición, con nuestros propios valores, con nuestra forma de sentir y trasmitir la poesía entre aquella forma de entenderla y la que pretende afianzarse con fuerza en este retoño siglo XXI.
Por eso nuestra época, nuestra poesía, necesita un espacio, un tiempo, que bien ganado tiene esta generación a la que indudablemente pertenezco, y a la que denomino con toda justicia más que la generación del 40, “la generación silenciosa emergente”.
D.A.- Percibo en tus versos un poso de desdén, una sutil desesperanza… ¿Es por eso que dices que conoces “de engaños y de penas”?
A.P.- Mira, la vida es la que nos va dotando de la verdadera sabiduría, y ella, nos lleva a descubrir que tras toda aparente felicidad, subyace una amargura. Y que las traiciones, los engaños y las penas, son la moneda común en la relación de los hombres; porque casi siempre, es el egoísmo el principal protagonista de toda convivencia y el que termina trastocándolo todo. Sí que es verdad, lo que detectas en algunos versos míos, y me doy por satisfecho de haberlos escrito, porque su finalidad es enseñar y precaver a quien los lee, que los laberínticos caminos de la vida están plagados de trampas.
D.A.- Algunos de tus poemas tienen ecos del romanticismo español, Bécquer marca registrada… Esa lira melancólica que dormita en un rincón, esa mano [de nieve] que espera tocarla…
A.P.- Para mí, Bécquer, es el poeta de los poetas. Es con el que más me identifico en el pensar y en el hacer. Y es que Bécquer nos ofrece una poesía en la que sobresale la desnudez, la contención, el delicado intimismo, las sugerencias, las leves insinuaciones, con lo que va más allá de un lenguaje que sólo expresa ideas. La poesía de Bécquer, tan clara y transparente, donde todo parece escrito para ser entendido, tiene su encanto sin embargo, al margen de la lógica. Es palabra en el tiempo, lo que la hace eterna y perdurable.
Es algo, que debemos de considerar en la actualidad para recuperar la autenticidad de la poesía, sobran las florituras, las metáforas desafortunadas, las normas que encorsetan, la pompa verbal, la hojarasca retórica cargada de simplicidades e incongruencias, y falta hondura, calado, reflexión, bucear en el “yo” íntimo, en la contemplación armoniosa de la naturaleza, como espejo de lo perdurable, de lo armonioso, sobre lo que siempre predominará el hombre, su ser, su existir, y su destino. Derivar en una poesía de carácter descriptivo y prosaico, atenta al acontecer filosófico, social y político de nuestros tiempos. Éste es, el autentico reto de la poesía actual contemporánea, a mi modesto entender.
D.A.- “Tú serás eternamente mía”, proclamas en un verso atronador… ¿Acaso crees que el amor es eterno y el hombre también?
A.P.- Sí, con toda convicción. Si todo lo que bulle en nuestro cerebro, si todo el cúmulo de sensaciones, de sentimientos, de animosidad, de amor, que atesora nuestro corazón, si todas las vivencias trascendentales de nuestros sueños, si toda la satisfacción y alegría que sentimos por compartir el tiempo y la vida con nuestros amigos, con nuestras familia, ¡con nuestros seres queridos! no tuvieran una perpetuidad en el tiempo, estaría fallando algo. Si la grandeza de esos pensamientos que nos elevan sobre la mediocridad material que nos envuelve, quedasen en meros vapores, sin la fuerza ni la materia que nos hace sentir en ese momento, que somos parte de algo más, de algo sublime que está por encima de nosotros mismos, ¿dónde quedaría la capacidad del ensueño que anida y eleva nuestro espíritu? Si no existiera una eternidad, ¿dónde irían, nuestras buenas acciones, nuestros sacrificios, nuestra entrega, nuestras renuncias, nuestro heroísmo, nuestro amor? Tendría acaso entonces sentido, que se perdiera lo más grande y poderoso que contiene el hombre…, su capacidad de trascender. Pero además, al hombre creyente le queda un argumento más poderoso aún: Su fe.
D.A.- Y es que, al cabo, cuando falten “las frondosas madreselvas / que adornaban los balcones”, ¿qué nos quedará?
A.P.- Para el hombre enamorado muy poco. Porque el amor, es la síntesis de todas las virtudes, es el eslabón en que quedan anclados, aferrados, todos los valores humanos, todos los sentimientos, todos los sueños, las más nobles pasiones y la plenitud del ser humano. Amar y ser amado, es la máxima grandeza y felicidad a la que puede aspirar un hombre. Surge, cual vibrante relámpago de la mirada de una mujer, del hechizo de una sonrisa, de un gesto, de una palabra…, que atenaza nuestro corazón y nuestra alma hacia el máximo bien y felicidad jamás imaginable.
¡Ah, el amor! Pero tristemente en su nombre, se cobijan muchos bajos instintos, mucha superficialidad, mucho hacer…, sin sentir…, que deberían de llevar otros nombres, para no marchar tan sublime palabra, que muy pocos saben vivir y conservar íntegramente con todas sus consecuencias, a lo largo de sus dilatadas vidas en común.
D.A.- Para terminar este diálogo, quisiera enmarcar en un instante esos versos tuyos que dicen “allí, en ese excelso lugar, / donde toda la prosa de nuestras vidas, / se convierte en poesía”… Excelso lugar, ¿no creen? Y, en realidad, un tanto utópico…
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