Entrevista a Fernando San Basilio, autor de ‘Una pequeña reunión’
Por Julia T. López , 25 mayo, 2014
Una pequeña reunión, Fernando San Basilio. Editorial Metropolisiana, Sevilla, 2013. 117 páginas.
Una pequeña reunión es de esos libros especiales, que uno puede releer de vez en cuando por el simple placer de dejar que su imaginación se pierda por el mapa de una cotidianeidad fantástica, que no es realista en el plano literal de su texto, pero sí en la conclusión que se desprende de su irónica visión, tiernamente triste, del ser humano y su sociedad.
El libro está dividido en dos partes: la primera recopila nueve historias cortas de temática variada, que ya habían sido publicadas en periódicos y revistas, entre 2007 y 2012; la segunda parte, titulada Sueltos americanos, corresponde a un mosaico de estampas e impresiones recogidas durante varios viajes que su autor realizó a Estados Unidos a lo largo de una década. El cambio de género y de formato expresivo entre estas dos mitades resulta refrescante, complementario, porque la figurada realidad de los cuentos, con su argumento y su estructura, se acaba transformando, sin otro personaje que el viajero protagonista, en ese minimalista cuaderno de viaje por el sur estadounidense, a un tiempo observador y nostálgico, literario y cómico a su delicada manera, que retrata nuestro mundo con certera mirada, crítica y comprensiva a la vez.
Algo que parece caracterizar la obra de San Basilio, no solo en este último trabajo, sino también en anteriores novelas, es que sus protagonistas son héroes de la absurda rutina, perdedores despistados que se asombran de su desconcierto vital e intentan rebelarse, llegar lejos, alcanzar sus sueños sin darse cuenta de que probablemente nada de todo ello tenga sentido. El estilo de vida de la sociedad del capital, de la clase media entendida como clase consumidora, marcada por sus hábitos y sus deseos, entre grandes almacenes, escaparates y ofertas, se retrata gracias a su pluma, como una entelequia, un universo quijotesco que cobija a sus excéntricos personajes mientras el conjunto se convierte en alegoría de nuestro tiempo.
En cuanto al personalísimo estilo del autor, la narración de San Basilio es un ejercicio brillante de construcción y recopilación de imágenes metafóricas que chispean mientras ilustran la vida con meticulosidad observadora y un finísimo sentido del humor, que evoca a Mihura, a Gómez de la Serna o a Woody Allen.
Hoy tenemos ocasión de charlar con Fernando San Basilio sobre Una pequeña reunión, publicada por la editorial Metropolisiana en noviembre de 2013, y también sobre su labor como escritor.
Antes de nada, me gustaría felicitarte por este estupendo libro de aliento corto, original, divertido y muy bien editado, sobre el que vamos a hablar. ¿Qué te llevó a unir los nueve cuentos de la primera parte con los Sueltos americanos?
La idea de dar más por menos o al menos la aspiración de crear esa idea en el lector y llevarlo a pensar: «ah, dos libros en uno: entonces me llevaré dos y así tendré cuatro». También, hablando un poco más seriamente, me parece que son materiales complementarios y que el viajero de la segunda parte es el narrador de casi todos los cuentos de la primera. Por lo demás, y dado que todo el mundo ha estado alguna vez en Estados Unidos (algunos incluso físicamente), me parecía más honesto dar cuentos además de sueltos, y dar sueltos además de cuentos.
¿Hay algún rasgo común, alguna conexión entre los protagonistas de las nueve historias recogidas en Una pequeña reunión?
Me da la impresión de que abunda el soñador sin escrúpulos, algo ensimismado: rata del Distrito Centro, gran conocedor de los pliegues de su cerebro y perfecto desconocedor del mundo.
¿Qué le pides a un personaje cuando relatas sus peripecias, que hable más de sí mismo o de su entorno? Lo digo porque me he fijado en que el nivel de definición, de individualización de tus protagonistas varía bastante, en ocasiones incluso no tienen ni siquiera nombre propio, como “el hombre que libra”. ¿Crees que tus personajes son realistas? ¿Y reales?
Supongo que preferiría que fueran reales antes que realistas pero eso tampoco importa, creo yo. Lo importante es que sean útiles, creíbles a efectos literarios. Los nombres no siempre son necesarios, me refiero a los nombres propios, y creo que algunos nombres te pueden impedir ver al hombre. Por lo demás, en una narración en primera persona, como es el caso de alguno de estos cuentos y de muchas novelas, me parece que dar el nombre del narrador puede resultar demasiado informativo, poco natural. El caso del «hombre que libra» es excepcional, primero por la brevedad –resultaría artificioso mantener esa ocultación durante muchas páginas– y luego porque, como digo, si le pusiera un nombre propio perdería su atributo fundamental y tal vez único: librar.
En tus novelas anteriores y ahora en estos cuentos aparecen dos espacios recurrentes, con sus correspondientes temas y universos: los grandes almacenes y las tiendas (como en Mi gran novela sobre La Vaguada o en El joven vendedor y el estilo de vida fluido), y el mundo de la escritura, de los cursos de creación literaria, de los libros (como en Curso de librería). ¿Hay algo de tu biografía en estos temas? ¿Por qué te interesan especialmente o han inspirado tus textos?
Igual que ocurre con los nombres, los uso por interés literario y cuando prescindo de ellos lo hago por la misma razón. Las tiendas, más allá de la metáfora de la sociedad de consumo (en realidad no es ninguna metáfora, es un simple ejemplo), me interesan como espacio propicio para la alienación y, también, para la conversación y el intercambio de ideas no elevadas. Los cursos de creación, el mundo de la escritura, me interesan o tal vez me interesaban por todo lo contrario: servían para explicar una manera de estar en el mundo o por lo menos en el Distrito Centro (nunca como espacio para reflexión digamos metaliteraria).
¿Puedes contarnos un poco cómo fueron aquellos viajes en los que se inspiran tus Sueltos americanos, por cierto, una delicia para todos los nostálgicos de USA que quieran ver sus paisajes, sus estaciones, sus calles y a sus habitantes con otros ojos. ¿Escribiste estas impresiones mientras estabas en el país, o más tarde, al regresar, en otro contexto?
Escribí lo que me sugería el paisaje y sobre todo la gente a medida que viajaba y luego le di varias formas, incluso seudonovelada, pero al final me parece que los sueltos (pinceladas o brochazos, según) son la mejor manera de conciliar mi experiencia de entonces, las hendiduras en mi cerebro, con mi gusto de ahora. Los libros de viajes en que un señor nos cuenta el viaje de ida y los muchos contrastes que se encuentra una vez en el destino y una serie de situaciones hilarantes, y luego el viaje de vuelta, me resultan muy aburridos como lector.
¿Cuáles dirías que son tus referentes literarios cuando escribes? ¿Qué te gusta leer?
Bueno, tengo un defecto de brevedad. Ahora, además, tengo problemas de cervicales y me canso de sostener ciertos libros (no intento ser irónico) durante mucho tiempo y eso favorece las lecturas breves, ágiles y chispeantes. Me resulta difícil (todavía) tomarme en serio un libro (una novela) donde no hay nada de humor y el tema de las influencias siempre es delicado y creo que tiene un poco de apropiación indecorosa. Tú dices: «mis referentes son Naipaul, Ibargüengoitia o Joseph Roth», y estás utilizando una marca ajena para vender tu género. Al final, lo más honesto sería decir algo así como «he de admitir que en algunas librerías y bibliotecas hay libros de Naipaul, Ibargüengoitia y Joseph Roth y que este hecho no me ha pasado inadvertido, pero yo no estoy diciendo que me gusten, ni que los haya leído, ni por supuesto que en las cosas que yo hago haya la más mínima huella de esta gente y sólo digo que esos libros existen». Es como si un fabricante de tronquitos de Alaska o de barritas de capitán Pescanova se pasara el día diciendo que adora los percebes y el atún fresco. Alguien dirá: «¿Y a mí qué más me da, si lo que tú me vendes son las barritas y los tronquitos?».
¿Cuál es el proceso que sigues para construir una novela, planificas de antemano lo que vas a plasmar en el papel o improvisas?
Hago planes que no cumplo, o que no soy capaz de ejecutar. También hago presupuestos a la baja (esto me va a llevar tanto tiempo y tantas páginas), sabiendo de antemano que no los voy a cumplir, como las constructoras. Y, claro, una vez metido en obras, ¿qué puedo hacer? ¿Abandonar la obra y dar por perdido todo ese tiempo? Pues alguna vez sí, obvio, y al final ahorras más tiempo del que has perdido (pero me temo que esto es una especie de metáfora del acto de escribir).
¿Qué le dirías a un autor que empieza y quiere aprender a escribir?
Bueno, creo que le diría dos cosas contradictorias o tal vez complementarias: que aprenda a escribir antes de empezar o que escriba mucho para de esta manera aprender, porque es cierto que escribiendo mal se puede aprender a escribir bien, aunque sea por descarte. Y también le diría nada. Me refiero a que no le diría nada en absoluto, eso me parece que sería lo más honrado.
¿Tienes algún proyecto literario entre manos?
Sí, siempre lo tengo y siempre es más o menos lo mismo aunque intente darle nombres diferentes: novela, libro de cuentos, prosa confesional o tesina. Es probable que esto contradiga lo que acabo de decir, pero creo que es algo parecido a los libros que uno lee. «¿Tienes algún libro a medias en la mesilla de noche?» Obviamente sí, tengo algunos libros a medias (proyectos lectores entre manos) desde hace años y me refiero a libros que desgraciadamente son míos y no de la biblioteca y que por tanto siguen allí, en algún lugar de la casa, como obra lectora inconclusa. Los libros de la biblioteca tienen esa gran ventaja: si no puedes con ellos los devuelves y se acabó la rabia. Pero volviendo a la pregunta: sí, una novela.
Muchas gracias por haber participado en esta entrevista y hasta pronto.
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