Entrevista a Miguel Ángel Real, autor de «Zoologías»
Por David Acebes , 22 agosto, 2020
Miguel Ángel Real (Valladolid, 1965). Es licenciado en Filología Francesa y catedrático de español, lengua que enseña en Francia desde 1991. Muchos de sus poemas, tanto en español como en francés, han sido publicados en diversas revistas de España, Venezuela, México y Francia. Zoologías (Ediciones En Huida, 2019) es su ópera prima.
D.A.- Zoologías se abre con una cita en francés de Les champs magnétiques. En principio, estos versos que has escogido de Breton y Soupault podrían remitirnos al clásico surrealismo francés, que abogaba por un “automatismo psíquico puro”. Sin embargo, me parece a mí que tu poética bebe más bien de la otra vertiente surrealista, la española, que tuvo como principales adalides a Lorca, Alberti o Vicente Aleixandre.
M.A.R.- Me influencian en efecto ambas corrientes. Considero al surrealismo, tanto en su vertiente francesa como en la española, como una fuente inagotable de inspiración y de creación. Sin ser plenamente un libro surrealista, en Zoologías intento huir de una realidad evidente y puramente descriptiva para dejarme llevar por evocaciones más libres: el objetivo es recrear un mundo, ampliar nuestra mirada y proponer un texto que se aleje de un clasicismo que en este caso habría sido estéril. Por eso la inspiración surrealista me acompaña muy a menudo: para empujar el lenguaje hacia un filo que nos permita ir más allá de lo esperado.
D.A.- Como temas principales, yo señalaría el olvido y la desesperanza, aunque, eso sí, siempre acercándote a ellos desde tu característica ironía. Como señaló en su día Homenic Fuentes, en tu discurso la imaginería zoológica “se mezcla con la belleza y el sarcasmo de historias intelectuales que nos competen a todos”.
M.A.R.- La ironía es el punto principal del libro. Es probablemente una virtud que tenemos los cobardes: intentar decir las cosas pero no cara a cara, por si acaso. Bromas aparte, los temas de los que hablas se inscriben en algo que, por mi trayectoria personal, forma parte de mi existencia: la distancia, y no solamente física, sino respecto a los recuerdos y a los deseos. Para luchar contra esa desesperanza de la que hablas, he utilizado a veces ese tono ácido que me permite también burlarme de mí mismo y huir de cualquier pretensión, porque la ironía de los poemas no pretende en absoluto dar lecciones.
D.A.- Y ello sin olvidar la cotidianidad que se encuentra muy presente en tu obra. Dices en uno de tus poemas: «Cuando mi madre descubría alguna cucaracha / sobre las baldosas recién enceradas del pasillo / ella no sentía asco, por mucho que dijera, / sino una vergüenza muy pura / mezclada de alivio / al no tener visita en ese momento.»
M.A.R.- La infancia está muy presente en el poemario, es cierto. No guardo ninguna nostalgia porque creo que es un sentimiento inútil, pero es evidente que nuestra mente se nutre de lo que hemos vivido. Siempre fui un niño lleno de imaginación, y mis padres, sin tener ninguna formación intelectual, me animaron constantemente a que desarrollara mi curiosidad innata. El recuerdo del que hablas revela precisamente esa mirada inquieta.
D.A.- Supongo que no soy el primero en advertírtelo, pero creo que algunos de tus poemas (sobre todo los más breves) son puras greguerías. Frente a la rigidez de los aforismos, que tan de moda se han puesto últimamente, me parece muy bien que optes por esta forma más fresca, a mi entender, de describir la realidad…
M.A.R.- Las Greguerías son uno de mis libros de cabecera y siempre me han parecido una joya, porque definen plenamente lo que para mí ha de ser la visión poética del mundo. Cuando Ramón Gómez de la Serna dice -cito de memoria- que “el violín tiene color de pollo asado”, a mí me maravilla esa manera de no describir la realidad como uno cree que es y de proponernos una asociación llena de sensibilidad y de humor: una postura ante el mundo más que envidiable. Ante la apariencia banal de los objetos, podemos hallar en ellos infinidad de evocaciones, como decía antes. En ese sentido, mi homenaje a las Greguerías es otra manera de huir de una poesía oscura y de mostrar que el humor forma parte integrante del trabajo de un poeta, sin que por ello la escritura carezca de sentido.
D.A.- Leemos en la página 20: «Un caballo naranja / es una definición de lo que esperas». En este caso, tenemos los dos componentes básicos de la greguería (humor y metáfora) pero tú has añadido de tu propia cosecha la “desesperanza” de la que hablábamos antes. ¿Qué podemos esperar de la vida si no un imposible?
M.A.R.- Exactamente. Ese breve poema evoca el pesimismo que me acompaña, y al mismo tiempo invita, como ya he sugerido, a contemplar la realidad de otro modo. No sé si la vida tiene sentido, pero tal vez una manera de hallarlo sea leer poesía para deslumbrarse con nuevas conexiones entre el lenguaje y la realidad. Ese poema sugiere una visión surrealista de las cosas, y al mismo tiempo quiere plantear algo que me gusta mucho: las rebeliones aparentemente inútiles. Si yo quiero que un caballo sea naranja, es para huir de la mediocridad y a la vez explicar que lo que vemos no es necesariamente la realidad, por lo que es indispensable crear (o crearse) una nueva.
D.A.- Frente al realismo sucio tú planteas al lector una suerte de “realismo gore”: «Mi vecina no sabe qué son los zopilotes. / No importa. Prefiero no explicárselo. / A ella ya le arrancarán los ojos / otras alimañas».
M.A.R.- Tiene gracia tu observación. No soy alguien violento en absoluto, no te preocupes: aquí es donde se ve esa cobardía de la que te hablaba; pero el sarcasmo de esos versos, ante los que hay que sonreír antes que asustarse, esconde cierto cansancio. Y lo que me suele suceder es que cada vez más me doy por vencido ante la ignorancia y el dogmatismo de muchas personas, que ante algo que no conocen prefieren cerrar los ojos. A mí a veces no me quedan fuerzas para proponer una versión diferente de las cosas, más abierta, y de ahí ese desprecio silencioso (y muy poético). Es otra vertiente de la desesperanza, tal vez.
D.A.- Me consta que eres también un poeta experimental y que te gusta probar nuevos métodos compositivos. En la página 49, por ejemplo, podemos encontrar una composición que se asemeja, sin llegar a serlo, al manido haiku. Digamos que mantiene su aire, su esencia, pero que aspira a ser otra cosa: «Anochece. / Murciélagos. / Tu encaje negro. / Algo da miedo».
M.A.R.- Zoologías es un librito en el que intento plantear diferentes estructuras, porque siempre busco una manera original de decir las cosas sin dejarme llevar por la monotonía. Como explicaba, huyo de la pretensión y no soy yo el que va a inventar nuevas maneras de expresarse, pero estoy de acuerdo en que hay que experimentar. Es algo, como bien dices, que suelo hacer. En otros proyectos en curso intento enfrentarme a formas tradicionales (sonetos, décimas,…) pero tengo la obsesión de no caer en formalismos inútiles y de evitar los tópicos. En el poema en cuestión la economía de medios pretende aportar un toque impresionista para terminar en una evocación misteriosa que deja la puerta abierta al lector.
D.A.- Para terminar, me gustaría que nos hablaras un poco sobre tus proyectos futuros. Supongo que en estos tiempos de confinamiento te habrá dado tiempo a leer y escribir mucho…
M.A.R.- Proyectos, muchos. Pero no por el confinamiento, que ha sido una etapa en la que apenas he escrito: ya decía que la realidad ni me gusta ni me inspira, y más en estos tiempos. Leer sí, mucho, para seguir aprendiendo, siempre. Y continuar traduciendo, que como sabes es algo que me apasiona. Más bien he pulido diferentes proyectos que estaban en las carpetas: tengo mucho material que necesita aún muchas relecturas. Hay un poemario en manos de editores (crucemos los dedos) en el que aporto un tono aparentemente más “clásico”, tal y como explicaba. Otro en francés, cuyo estilo se acerca más a ese surrealismo del que hablábamos. Y para terminar volviendo a referirse a la necesidad de experimentar, he comenzado otra serie de poemas en los que quiero insistir en lo inesperado: forma, imágenes… Porque lo que busco, como lector pero también como escritor, es una poesía valiente, que le exija al lector cierto esfuerzo pero sin dejarle atrás. Ese equilibrio es muy difícil de conseguir, pero es una meta interesante: terminar descubriendo ese “caballo naranja” que seguramente existe en algún rincón.
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