Erri de Luca, Premio Leteo 2014
Por Oscar M. Prieto , 19 noviembre, 2014
“Mi padre conoció el misterio de una letra hebrea que, colocada delante de un verbo en futuro, lo transforma en pasado […] El hebreo antiguo trata el tiempo como la aguja de calceta con el ovillo de lana” Así habla uno de los personajes de la última novela publicada en España de Erri de Luca: “El crimen del soldado”. De ser cierto lo que este mismo personaje cree, que en la cábala está ya todo escrito y predispuesto para cumplirse y que el destino es una trayectoria prescrita, que “en la lengua española es también, más sencillamente llegada” -aunque para un napolitano, como de Luca, el destino siempre está a sus espaldas, es un porvenir de allí-, quizás mi primer encuentro con Erri de Luca, hace ya muchos años, no fuera tan casual como me pareció en su momento.
La Providencia o las Moiras se pueden servir incluso de un librero para que se cumplan sus designios, como así debió de ser aquella tarde, en una librería de la Via dei Fienaroli, en el Trastévere, en Roma, cuando pedí que me recomendaran tres libros de autores italianos y uno de ellos fue Motedidio, de Erri de Luca. Siendo que el destino no deja ningún cabo suelto, ahora supongo que también su mano tendría algo que ver en el pequeño accidente de tráfico que sufrí aquel mismo verano y que me tuvo anclado al sofá durante unos cuantas semanas. Fue la manera de poder leer, sin prisas, sin urgencias, palabra por palabra el “Monteedidio” en la propia lengua en que de Luca lo había escrito. A cada página que avanzaba iba notando cómo, al igual que al niño protagonista del relato le salía unos apéndices, alas, en su espalda, a mí me estaban saliendo pero en la cabeza y en la emoción: la auténtica emoción de comprobar los mundos que se pueden elevar y realizar con tan sólo palabras. Es la magia de leer a los grandes escritores, a los que tienen el misterio del verbo entre sus manos.
Tiempo después, Erri visitaba Madrid, el Istituto Italiano di Cultura y allí me presenté, inexorable y libremente, aunque pueda parecer contradictorio. En una especie de diálogo con su traductor al castellano, llegado a punto, tomo el micro en la mano y compartió con nosotros la verdad de la traducción y de la belleza. Me impresionó tanto que con esa reflexión comienzo la novela Berlín Vintage. Aquí les dejo el texto en lo relato:
“Tienen un micrófono para los dos y se lo van pasando. Lo comparten. El traductor habla y gesticula tímida, torpemente, sin atreverse a terminar los gestos. No deja de mirar a De Luca, busca su asentimiento. Posiblemente esté algo nervioso. Erri nos mira a nosotros, a todos nosotros juntos, de una vez. Toma el micrófono y nos dice que él nunca interviene en la labor del traductor. Con un ademán breve y rotundo de la mano, recalca lo dicho. Él nunca se mete en el trabajo del traductor. Mucho menos para aconsejarle o solucionarle dudas. Luego entiendo el porqué de esta actitud, en principio, aparentemente tan inflexible y tajante. De Luca se ha dedicado durante años a traducir el texto hebreo del Antiguo Testamento al italiano. Es fácil suponer que el autor del Antiguo Testamento, Yahvé, nunca se haya inmiscuido en su trabajo, ni le haya dado consejos, ni le haya aclarado el sentido de un término que resulta esquivo. Él hace lo mismo. Me parece bien. Razonable.
El traductor se atreve a fijar los extremos del eterno debate, que oscila entre una traducción bella pero infiel, o una traducción fiel pero fea. Por el modo de decirlo, yo apostaría a que el traductor ha sufrido algún desengaño amoroso. De Luca, hasta ahora ausente y presente como una estatua sobria o una espada, le reclama el micrófono. Algo no le ha gustado. Antes de hablar respira –tiene cuerpo de alpinista y puedo ver como el aire llena sus pulmones-, para que no parezca enfado, ni tampoco injerencia. Algo me dice que va a expresar su desacuerdo con una metáfora. Y por suerte, no me engaño.
Nos pide –a todos juntos, de una vez- que imaginemos a esas mujeres africanas que van hasta el pozo por agua y la llevan sobre sus cabezas hasta sus poblados, caminando kilómetros descalzas.
Puedo ver como el aire sale y vacía su caja torácica. Es montañero, ya lo he dicho.
Traducir es llevar algo, un sentido, de un lugar a otro, caminando, descalzo, despacio.
Esas mujeres –continúa- caminan erguidas con los cubos sobre sus cabezas y no hay reina capaz de dar un paso con más elegancia. Esbeltas y bellas llevan el agua del pozo a su poblado. Toda esa belleza de cuello elevado, de hombros perpendiculares –paralelos al suelo-, de espaldas soberbias y andares serenos, no es trivial ni vanidosa ni vana, toda esa belleza es necesaria para que la columna vertebral, firme, resista y reparta el peso del agua por todo su cuerpo.
Este hombre sabe de lo que habla. La belleza no es negociable ni tampoco un capricho.
Sigue la charla. Pero yo estoy emocionado y ya apenas escucho. Pierdo el hilo, me quedo en lo recóndito del laberinto. ¿Habrá salido el Minotauro? Me recuerda a alguien este escritor, duro y suave como la madera de nogal, de palabra clara e insobornable como un listón de madera, sugerente como un bosque. Cuando termine me acercaré a saludarle. Quiero verle de cerca”.
Bien, pues el círculo se cierra y mañana jueves, Erri de Luca recibirá en León el Premio Leteo. Será el momento justo, prefijado, para que pueda devolverle parte de lo que él me dio. Mañana podré volver a saludar a este escritor tan singular para quien escribir es como calzarse unos zapatos de tacón de aguja, pues avanza despacio, se balancea y se cansa en seguida. Mañana volveré a saludar a Erri de Luca para quien el escritor debe cumplir con la misión: frente a los poderosos, que difunden un vocabulario falso para darse cobertura, “corresponde a los escritores restituir el nombre de las cosas”
Otro día, hablaremos del Premio Leteo, de quienes lo organizan y de lo que verdaderamente significa, que creo que en León, tan cazurros, todavía no lo valoramos en lo que vale.
Nos vemos mañana.
Salud
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