¿Es el arte la base de la cultura?
Por Eduardo Zeind Palafox , 12 mayo, 2014
No fue necesaria la venida de Thomas Kuhn para saber que uno sólo se hace especialista si cuenta con amigos especialistas y famosos; he escrito “famosos”, sí, pues la fama es el método de comprobación más eficiente con el que cuenta el método científico, o dicho claramente, todo sindicato de científicos. Para entonarme, para escribir este palique científico, al que suelen llamar tesis los avezados, tuve que leer los periódicos y algunos textos de mi siempre preferido Moratín, que se mofaba de los escritores de teatro y de los poetas que no dominaban técnica alguna, pero que eran dominados por el sentimiento. Estar siempre domeñados por un sentir es para los antropólogos rico fenómeno, pues comprueba lo que ellos quieren, es decir, que nada valen las individualidades y que todo se lo debemos al medio ambiente, que a través de nuestras süaves manos escribe lo que tiene que escribir para comunicarse con los pueblos.
Sabed, lector, que todo gran antropólogo o etnólogo o sociólogo es mejor si frecuenta la lectura del libro de Job, quejumbroso que aguantó los exámenes funestos que el Demonio le impuso para probar su porfía. Pero veo que me desvío de mi tema. Quiero charlar sobre un concepto árido llamado “cultura”. ¿Qué es la “cultura”? Los humanistas dirán una cosa y los folcloristas otra; las amas de casa se referirán al señor del café que siempre cita latines y el obrero recordará a su líder sindical, que siempre trae en la punta de la lengua al señor Lenin. Pero para mí valen más las opiniones de las gentes que se han dedicado muchos años al pensamiento, a la “experiencia del pensamiento”, que vale tanto o más que la experiencia turística que cualquiera puede adquirir. La “cultura” es un segundo espíritu, y es lo que es y no otra cosa parecida cuando ha quedado registrada en los anales del arte; hay “cultura”, digo, ahí donde el caballero civilizado conoce las causas, fuerzas, resistencias y efectos de sus costumbres. Un mequetrefe que ignora la casuística que creó su sombrero, su báculo, su `Suma´ teológica y su amor no es “culto”, sino “enterado”, “avisado”, y nada más.
Donde hay odio hacia la individualidad, donde hay amor por la democracia, no hay “cultura”, sino pueril “civilización”, al decir alemán de Frankfurt, pues en tales tumultos igualitaristas se desdeña el heroísmo, la pintura superior, la inalcanzable poesía mística y hasta el humor volteriano. Las sociedades incultas suelen usar mucho el plural de modestia, que según la Real Academia Española es útil para suprimir la pedantería común y corriente en los textos académicos y científicos. ¡Mala política la argentina y no la de Rosas! ¡Mala literatura la peruana! ¡Enhoramala para Arguedas, que no escribió su `Zorro´! ¡Desventurado Borges, ciego títere de Buenos Aires! El determinismo es padre del estructuralismo, que es padre de la incompetencia intelectual, que todo quiere encontrarlo, describirlo, mas no construirlo, narrarlo.
¿Es posible que las obras de arte sirvan para mantener con vida una “cultura”? Notemos que las polcas cantan una fiesta, que las fiestas conmemoran héroes, héroes que son recordados por una pintura que no podría ser entendida sin la hermenéutica ayuda de un soneto, versificación que no sería comprendida sin la ayuda de la filología, que nada sería sin la teología, que nada sería sin la filosofía, que nada sería sin el ocio humano. A toda esta raigambre de obras enlazadas por la ignorancia humana llamo “cultura”. ¿La obra de Arguedas de la que hemos venido charlando es parte de una “cultura” o es una cosa independiente? Si es independiente entonces es cosa de especialistas; si sólo puede ser leía y gozada por eruditos del quechua y del español es obra que exige esfuerzos homéricos, dantescos y monárquicos para ser penetrada. Lo que es “cultura” está a la mano de todos, de niños y abuelos, de Martines de Riquer y de maritornes.
¿Cuántos hombres hay en el mundo que puedan leer la `Ilíada´ en su lengua original? Pocos, tal vez un puñado. ¿Es parte de nuestra “cultura” la obra de Homero? Ya no, aunque sí lo fue. ¿Es la escalera que usó el albañil para poner algunos ladrillos parte de la casa que habitamos? No, pero sí fue instrumento fundamental para hacer posible la construcción. Bien, creo que la obra de Arguedas es una escalera que está en uso, que sirve para construir eso a lo que los instruidos en ciencias sociales llaman “identidad”.
Leamos, buen lector, unas líneas del capítulo III de la supradicha obra de Arguedas: “No saben pronunciar el nombre de su provincia los unos; los otros maldicen a su padre y a su madre; todos se emborrachan como gusanos, pero, sin embargo, cuando se les enseña a manejar máquinas”… ¡Hasta aquí! ¿Qué vitupera Arguedas? La falta de interés de “estos bestias”, como él llama a los indígenas, por su “cultura”, por su “autenticidad”. Podemos vivir auténticamente o sin autenticidad, es decir, podemos vivir como individuos o como meras partes de una masa. El latino, el incivilizado que vivía en los latifundios, tenía que aprender latín y dejar a un lado su lengua materna para poder formar parte de Roma; el alemán de la época nazi, por su lado y en su tiempo, creía que sólo hablando alemán, idioma que creían descendiente directo del griego, era posible pensar la existencia, el “Dasein”, argüía Heidegger desde Friburgo; y el indígena, ¿qué piensa el indígena que Arguedas retrata? Antes de emitir respuesta recojamos tres conceptos que Ángel Rama, agudo comentador de Arguedas, esgrime para explicar cualquier colonización, a saber: “vulnerabilidad cultural”, “rigidez cultural” y “plasticidad cultural”.
El primer concepto, medio glosemos, se refiere a la sumisión total de un pueblo, mientras que el segundo a la resistencia total y el tercero a la mediación. Hay “rigidez” donde hay “cultura”, donde hay qué proteger, sea dioses o mitos; hay qué proteger, diría Rama, donde hay hombres “económicamente fuertes”, donde hay manos y mentes que no podrían dejar de hacer lo que hacen, o por mejor decir, donde el arte se ha hecho artesanía, donde la artesanía ya se hace automáticamente, donde tal automatismo, de ser cambiando, cambiaría todos los usos y costumbres de la población. ¡Qué tragedia la sufrida por los que no tienen arte!
El arte francés, que sí gusta de la técnica, arte al que tanto le debemos en materia literaria, distingue “novela”, “novedad” y “cuento”, o “roman”, “nouvelle” y “conte”, trifurcación que bien usada explicaría las causas que llevan a un pueblo a las cumbres del arte y a otro a sus sótanos. ¿Quién puede hacer una “novela”, “roman”? Un hombre culto, un filósofo con talento literario. ¿Quién una “novedad”? Un civilizado, un periodista de pluma fácil. ¿Quién un “conte”? Un periodista que afana ser filósofo o un filósofo que gusta del periodismo: un crítico.
En occidente no hay filosofía sin historia, y no hay historia sin registros, sin escritura, sin actas, archivos y demás; y no hay “roman” sin filosofía, sin trabazón documental que sistematizar, que ordenar, que sintetizar. Decía Gadamer que la obra de Homero no incrementa su valor poético debido a las excavaciones de los arqueólogos; y del mismo modo nosotros decimos, nota la humildad, lector, que la obra de Arguedas, `El zorro´, pese a la mucha arqueología peruana aún no es “novela”, sino “novedad”, “nouvelle” que será “cuento” y luego “roman”, pieza cultural, el día en que el pueblo peruano, e ignoro si ya lo hace, vea en ella obra fundacional y no obra sensacional, obra propia y no ajena. En suma, admitamos que la “cultura” no es cosa espontánea, ni chacota, ni creatividad, ni improvisación, sino asunto serio que exige la existencia de hombres recios, de héroes, de filósofos y de historiadores.
E. Z. P.
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