Esa estupidez humana llamada Heysel
Por Víctor F Correas , 29 mayo, 2015
29 de mayo. Uno de esos momentos cumbres de la humanidad. La estupidez absoluta, que de cuando en cuando se manifiesta en todo su esplendor.
Sólo falta que se den las condiciones necesarias, las adecuadas, para demostrar que somos lo que somos y que siempre nos esforzamos por superarnos. Citius, altius, fortius. Hoy hace 30 años lo logramos. En un estadio de Bruselas llamado Heysel. Se jugaba la final de la Copa de Europa entre la Juventus de Turín y el Liverpool. Un equipo italiano contra otro inglés. A los ingleses los acompañaba su fama ganada a pulso. Eran los 80. Comedidos en su país, o maniatados, era pasearse por Europa los que se hacían llamar hoolingans y dar rienda suelta a sus instintos naturales. O animales, que tampoco existe demasiada diferencia, y siempre con un enorme respeto hacia aquéllos, los animales, que no tienen culpa de que se les insulte así. Y aquel día lo hicieron a conciencia. Los hoolingans, digo. 41 muertos y 48 heridos, y las gradas de Heysel apestando a muerte. Una avalancha de los ingleses contra los italianos. Lo de menos es que la Juventus ganara 1 a 0 ese partido. Aún duele ver esas imágenes. Por suerte no se han vuelto a repetir, Hillsborough aparte ―aunque eso fue otra historia―. Por suerte.
También por suerte, lo de citius, altius, fortius sirve para explicar nuestra querencia por ir más allá, saber dónde se encuentran nuestros límites. Y para bien lo lograron hace 62 años un neozelandés y un nepalí. El límite era la montaña más alta de este planeta, el Everest. 8.848 metros; el neozelandés, Edmund Hillary; y el nepalí, Tenzing Norgay. Cuatro banderas en la cima como constancia de la hazaña. Ese mismo año, a Hillary la reina de Inglaterra lo nombró caballero del Imperio Británico; de Norgay no se supo más ―no era súbdito del imperio. Una pena―, y el Everest desde entonces casi se convirtió en una autopista, y su cima un jardín lleno de banderas, recuerdos y estandartes. Aunque, en ocasiones, se rebela. Para recordar a quienes lo desafían que eso de citius, altius, fortius tiene todo el sentido del mundo.
Y un par de apuntes para acabar: hace 255 años, y con la incorporación de Rhode Island, las antiguas trece colonias americanas se convirtieron en una nueva nación, la estadounidense, aunque cada una conservaría sus características particulares; y hace 562, y tras dos meses de asedio, caía Constantinopla. La soldadesca del monarca Mehmet II, cerca de 200.000 hombres, asaltó la ciudad, defendida por otros 7.000. No hubo color. El equilibrio de fuerzas en Europa quedó alterado, y también las rutas comerciales con Asia, de las que la vieja tierra quedó aislada de manera temporal.
En lo que respecta a nacimientos y fallecimientos, la cosa también viene servida. Buena cosecha la del 29 de mayo, sin duda. En este día nacieron un presidente de los EE.UU ―John F. Kennedy, hace 98 años―, una poetisa como Alfonsina Storni ―hace 123 años―, y un compositor y pianista apellidado Albéniz, de nombre Isaac, hace 155 años. De fallecimientos también está surtido el día. En Malmaison, Francia, hace 201 años, se largó de este valle de lágrimas Josefina, la primera esposa de Napoleón, del que se divorció en 1809; y un premio Nobel patrio. Juan Ramón Jiménez, en 1958. En el exilio. Como tantos otros. Sin volver a saber a qué olía su tierra natal. Cosas de la estupidez humana, que siempre se supera.
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