Escribir y publicar: un acto heroico
Por José Luis Muñoz , 9 julio, 2014
Escribir y publicar se está convirtiendo en este país en un acto heroico, más desde que la crisis golpea fuerte y el gobierno de turno nada hace por el fomento de la cultura. No voy a marearles aquí con la complejidad del proceso creativo, que es un trabajo arduo aunque gratificante—uno no es masoquista—en el que uno invierte incontables horas, ni de lo que precede inmediatamente antes de que el libro llegue a las manos del lector, que eso sí que no tiene nada de gratificante y es gráficamente áspero, ni del riesgo que corren pequeñas y románticas editoriales que apuestan ciegamente por un texto; lo cierto es que cuando el libro llega a la calle, después de ese vía crucis que es escribirlo, corregirlo, editarlo y publicarlo, se topa luego con la frecuente indiferencia de los pocos lectores que atesora este país, si los comparamos con Francia y otros países al norte—la explicación más socorrida es que en este bendito sur la bonanza del clima invita a estar todo el santo día en la calle, y la lectura exige un cierto recogimiento—, la imposibilidad física de hacerse un lugar en los anaqueles de las librerías copados por las publicaciones de los grandes lobbies editoriales internacionales y la competencia desleal de los escritores mediáticos, porque la nuestra es una de las profesiones con más intrusismo por libro cuadrado. Como colofón, si antes las tiradas estaban en torno a los diez mil ejemplares, hasta hace poco éstas se han reducido a mil y últimamente a la mitad. Eso sin contar con las editoriales que imprimen bajo pedido.
Así es que escribir un libro y publicarlo, y que luego se compre y se lea, es ardua tarea y muchas veces descorazonadora. La crisis, y esto lo vengo constatando entre los allegados, impide a muchos posibles lectores comprar un libro—la barra de pan va por delante de la literatura—cuyos precios de venta al público siguen siendo muy elevados y esperan a que éste llegue a las bibliotecas públicas si están interesados en leerlo. Las revistas literarias, salvo la muy exitosa Qué Leer, son absolutamente minoritarias. Los suplementos literarios de los diarios, en su mayor parte, dan informaciones sesgadas de acorde con el propietario de la rotativa y su adscripción a uno u otro lobby editorial. Programas que promuevan la lectura en la televisión pública los hay contados con los dedos de una mano amputada; en las privadas ni uno. Tampoco ayuda mucho la enseñanza en este país, la postergación de las lenguas clásicas, latín y griego, fundamentales para la comprensión lectora, y su apuesta por el pragmatismo, enfocada casi siempre a una finalidad laboral y no educacional del individuo. Y por otra parte una buena parte de los lectores de libros de este país lo son exclusivamente de best sellers cuyo mérito consiste sobre todo en vender ejemplares. Un millón de lectores, y probablemente el libro sea infumable.
Escribir en este país y en este contexto no puede ser otra cosa que vocación suicida. Llevo publicando más de 25 años, empecé a los 33, la mejor edad, y sigo en ello sabiendo que la literatura es una carrera de fondo en la que tanto hay satisfacciones, pocas, como decepciones, muchas, pero en la que sigo corriendo. Publiqué con grandes editoriales y ahora lo hago con pequeñas pero que se toman muy en serio su oficio. Escribo porque me gusta, por necesidad vital, del mismo modo que como y respiro, y para dar algún sentido a mi vida que sin la literatura perdería uno de sus asideros más fundamentales y de la que, a lo mejor, ya me habría despedido en alguno de mis momentos bajos. Escribo, por fortuna, con auténtica libertad, al menos en la ficción nadie me coarta, fiel a mí mismo, absolutamente lo que quiero, sin que las editoriales que me publican hagan ni siquiera amago de corregir el sentido de mis textos. Pretendo, en cada uno de mis libros, no mejorar al lector, pero si removerlo, que no cierre el libro indiferente al llegar al final. Frecuento la novela negra porque éste es un género que me permite, desde la ficción, desde tramas policiales que enganchan al autor y, por ende, al lector, hablar de la corrupción absoluta de la sociedad en la que vivimos, cada vez más sucia, de la violencia institucional y la cotidiana y de los entresijos del poder que suele ser criminal por su misma naturaleza.
Una editorial pequeña, voluntariosa y, sobre todo, ilusionada, El Humo del Escritor, muy hermoso nombre en una época en que encender un pitillo es casi un crimen, que apuesta incluso por el libro como objeto—la portada, la textura del papel y el tipo de letra también tienen su importancia—, ha corrido el riesgo de publicar Te arrastrarás sobre tu vientre, mi libro 38, como el calibre de las armas más mortíferas, un thriller que habla de traición, poder y pasiones, una versión sangrientas de la Bella y la Bestia ambientada en el Barrio Chino barcelonés y protagonizada por una prostituta refinada y un matón brutal obsesionado por mejorar su estatus social. El libro está en la calle, ha dejado de pertenecerme desde hace nueve días y se presenta estos días en su lugar más natural: la Semana Negra de Gijón. Su padre ya nada puede hacer por él. Es ahora cuestión de que se desenvuelva por su cuenta y vaya encontrando sus lectores.
Semana Negra de Gijón.
Jueves 10 de julio. 18 horas.
Espacio a Quemarropa.
Presenta Carlos Quílez.
Librería Alibri de Barcelona
c/ Balmes 26
Viernes 25 de julio, 19 horas
Presenta Julio Murillo
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