Ese Amadeo I de Saboya 144 años después
Por Víctor F Correas , 30 diciembre, 2014
Para verla. De esas escenas que no se olvidan en la vida. De esas caras que darías lo que fuera por verlas.
La de ese Amadeo I de Saboya, Duque de Aosta, hijo de Víctor Manuel II ―que acabaría siendo lo que él no pudo ser, o no le dejaron. O sea, rey en Italia― poniendo pie en el puerto de Cartagena; hollando tierra española, la tierra de ese país que lo había elegido rey. Esa cara. Ese rostro circunspecto, del que aún no sabe dónde se mete aunque se lo hayan avisado de antemano. Esa España, le habrían dicho. Ruido de sables, generales con una afición desmedida por el mando y, cuando se tercia, políticos que se arriman al calor de un poder que no sueltan ni con agua hirviendo. Esa España, Amadeo, es la que te va a tocar reinar. Lo pensaría dando sus primeros pasos por el país que lo había escogido para dirigir su destino. Ese Amadeo de Saboya. Esa cara que tornaría en preocupación en cuanto le dijeran ―acaba de llegar a España― que a la persona que se había dejado el alma por traerlo le acaban de dar un billete de ida para el otro barrio. A Juan Prim. En Madrid. Listo de papeles de unos cuantos tiros. Que así se las gastan en España.
Amadeo I de Saboya suspiraría. Los que le seguirían detrás, a escasos pasos, seguramente irían murmurando también al conocer la noticia. Lo que le espera en cuanto llegue a Madrid, cuchichearían dándose codazos disimulados mirando al susodicho. Esta España, que nunca cambia. Un país con menos estabilidad que las barcas que remaba en las cercanías de su querida Turín. Y caminaría pensando, ahora fríamente, después de saber que no tendría a Prim a su lado, en lo que le tendría por delante. Marchando hacia su destino tras desembarcar en Cartagena tal que hoy hace 144 años. Ese Madrid, ese Palacio Real donde lo aguardaban militares, políticos y advenedizos de toda clase tan habituales en España, y que le regalarían en apenas tres años de reinado todo tipo de levantamientos, conspiraciones monárquicas y republicanas, gobiernos tan fugaces como un soplido en el viento, y atentados. Ese percal.
Normal que acabara marchándose a Italia, a tomar posesión de su Ducado de Aosta, y nos mandara a freír espárragos. Ahí os quedáis, españolitos. Que bastante tenéis ya con lo que tenéis.
Con lo que seguimos. 144 años después.
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