España: ¿Recuperación o colonización?
Por Carlos Almira , 10 mayo, 2014
El Gobierno (el de la foto y el otro) está contento. Su Majestad el Rey don Juan Carlos, en gira permanente, también. Al parecer, estamos saliendo de la crisis. La receta, contra todos los pesimistas, y contra todos los que ya se frotaban las manos anticipando un proceso constituyente aquí y, quién sabe, hasta la Tercera República, ha tenido un éxito inesperado y contundente: menos parados (ciertamente también, menos trabajadores); incremento del PIB; caída en picado de la Prima de Riesgo; levísimo repunte de los precios; incremento de las exportaciones, etcétera.
¿En qué ha consistido? ¿Cuál es el modelo económico con el que, ahora sí, volveremos a la prosperidad?: 1) sueldos bajos, muy bajos (competitividad); 2) inseguridad jurídica completa del trabajo (flexibilidad en la contratación); 3) activos inmobiliarios e industriales a precio de saldo para los inversores (recuperación de la confianza en España); 4) endeudamiento del Estado (solvencia de la economía española); 5) reactivación del turismo y las exportaciones (productividad asiática); 6) paraíso fiscal (libertad para los grandes inversores y especuladores) combinado con un incremento de la presión fiscal sobre los consumidores (solidaridad responsable); 7) y reducción del gasto público “improductivo” (reducción de costes públicos para el sector privado, que es el que crea empleo).
Resulta que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. El modelo anterior, alumbrado por el SOE y Aznar, basado en el ladrillo y la especulación financiera, tenía esas cosas. Europa estaba encantada con el milagro español. Pero abusamos de nuestra suerte: Quien, se iba de viaje de novios a Cancún; quien, se hipotecaba por 1500 euros al mes (coche y muebles incluidos); quien, organizaba la comunión de su niño como las Bodas de Canaam. Qué tiempos.
Europa, el mundo, miraban admirados a España: gracias a nuestra mala cabeza, las grandes multinacionales inmobiliarias vendían todo lo vendible; los bancos colocaban cualquier producto financiero, incluso a parados y jubilados; nuestros políticos, representantes democráticamente elegidos, ponían su granito de arena, construyendo un polideportivo aquí, un palacio de la cultura allá, etcétera. Todo eran parabienes.
Si hubiéramos sido sensatos entonces. Si sólo hubiésemos gastado lo que teníamos. Si no nos hubiésemos empeñado, hipotecado, hasta el cuello. ¿Qué hubiera sido de esas nobles, grandes empresas, que son las que crean el trabajo y el progreso? ¿A qué tribus de hotentotes hubiesen ido a colocar sus productos maravillosos, invendibles?
¡Ay! Ser empresario, no autónomo sino empresario de verdad: ejecutivo, miembro del consejo de administración de una multinacional, ex-político, ministro plenipotenciario nunca elegido (ni falta que hace) por ningún Parlamento de voceros, es algo muy duro. Es muy duro vender algo para lo que antes no se han puesto en circulación los medios de pago correspondientes, el valor equivalente. Es duro colocar el botín cuando todos lo intentan a la vez. ¿Quién podrá comprar lo que no se ha pagado, si no es con un anticipo generoso del propio vendedor? Es tal la generosidad de estos caballeros de la foto, por ejemplo, preocupados por “su país”, dispuestos a comprar deuda pública sin límites, a contratar sin limitaciones (flexibilidad); a adelantar créditos, que habrán de pagar con crecidísimos (justos) intereses las generaciones futuras, para poder realizar sus beneficios anuales, colocando sus mercancías en un mercado insolvente.
Antes el mundo era más sencillo y más noble: estaban los chinos, los indios, los hotentotes; había que construir ferrocarriles y destruir tribus, sociedades arcaicas, obstinadamente cerradas al libre mercado. Pero, ¿qué pasará cuando todos seamos iguales, cuando por fin podamos disfrutar, el mundo entero, de las delicias del capitalismo, la libre empresa?
«Gobierno» tampoco elegido, de España.
Ya está pasando. ¡Ingenuos! ¡Abramos los ojos! Está pasando ahora mismo, ante nosotros: ahora nos toca ser los hotentotes (aunque ya quisiéramos tener su nobleza, su saber vivir en medio de la naturaleza salvaje): sin casa, sin medios de vida seguros, con hijos sin futuro, cercados por el progreso. Tendremos que producir casi gratis (productividad) para exportar. El botín (las mercancías sólo pagadas a medias) a colocar en el mercado, será cada vez mayor. ¿Quién podrá comprarlo a un precio «justo»? Las mismas grandes Empresas que han de venderlo, sin duda; los “Estados Democráticos”. Es curioso. Es posible que la «democracia» y el progreso nos estén conduciendo a la destrucción.
Los primeros pasos ya están dados.
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