España y Europa: Ahora o nunca.
Por Carlos Almira , 28 mayo, 2014
Aun a riesgo de resultar aguafiestas, no creo que las recientes elecciones europeas hayan hundido el bipartidismo en España (un bipartidismo atemperado por la influencia territorial del voto nacionalista vasco y catalán): primero, porque no rigen las mismas reglas electorales en las elecciones nacionales que en las europeas; y segundo, porque el “espíritu” con que se vota y se abstiene el electorado en ambos tipos de comicios parece diferente. Con todo, y llevando la interpretación más allá de nuestras fronteras, algo sí parece que ha cambiado o puede cambiar, aunque sea aventurado anticipar en qué sentido y con qué alcance. Se me ocurren dos posibles escenarios a partir de ahora: a) si la crisis económica es coyuntural, cíclica, los sistemas electorales y parlamentarios europeos encontrarán, de forma más o menos traumática, mecanismos de ajuste y volverá una cierta “normalidad”; b) si, por el contrario, estamos ante un agotamiento de modelo, ante una contracción histórica del Capitalismo, lo anterior no será posible (porque Europa, antaño metrópoli, se verá abocada por una especie de efecto boomerang, a jugar ahora el papel de un espacio colonizado, para absorber la plusvalía invendible, a base de endeudamiento, sobreexplotación (“reducción de costes); lo que traerá el círculo vicioso del sub-consumo, el endeudamiento, etcétera, sin una posible salida normalizada (salvo la clásica solución de la guerra). En este último caso cabrían dos salidas muy distintas: la extrema derecha (fácil, que sería fomentada por el miedo de todos aquellos grupos sociales y de poder que se aferren a una “normalidad” supuestamente amenazada, no por la lógica del propio sistema, sino por fuerzas supuestamente “externas” a él: los inmigrantes, Rusia, China, etcétera); o la profundización de la
Ahora o nunca.
democracia y la apuesta por el pequeño capitalismo, la ecología, la paz, los movimientos ciudadanos, la justicia social. Esta última opción, más deseable que la primera, resultará si resulta, de un proceso de toma de conciencia difícil, sembrado de trampas y espejismos, que será vivido por amplios sectores sociales desinformados desde el poder, como una amenaza para esa normalidad que, en esta segunda hipótesis de cambio histórico, de todas formas ya está condenada.
Esta solución exigiría amplios acuerdos entre grupos y sensibilidades distintas, de «izquierda” y “centro-derecha”, que aún separadas, acaban de dar una muestra saludable de lo que puede ser otro futuro, de vitalidad. Quizá sea el momento de plantear esto, aparcar personalismos y tics ideológicos, arrumbar cálculos y pragmatismos a corto plazo, y anteponer la democracia. Si el mundo en que vivimos está condenado por sus propias contradicciones internas a un cambio profundo, entonces es ahora o nunca, la democracia o el abismo.
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