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Estoy desconectado

Por Inmaculada Durán , 13 abril, 2014

MovilA no ser que se sea un adicto al trabajo, lo peor de un empleo es no poder desconectar nunca de él. La sensación de tener siempre una lista interminable de tareas que jamás acaba, aunque se sigan haciendo horas extra en casa, o el temor a perder el control si no se está pendiente constantemente o el tic de mirar cada diez segundo el teléfono móvil, aunque sea domingo, para que te comuniquen una catástrofe que de inmediato has de solucionar, es como una especie de virus invasivo que acaba con los nervios del más templado.

No me extraña que en Francia se haya decidido que consultores e ingenieros con cargos de responsabilidad apaguen sus móviles y ordenadores 11 horas diarias. Y es que, el avance de la tecnología, que de tantos atolladeros nos ha sacado y nos saca, también nos ha hecho esclavos, al convertirse en las cadenas que tienen la capacidad de llevarte la oficina a casa. Ya no se puede decir ‘no puedo recibir el informe hasta el lunes’, ‘no me puedes localizar” o ‘no te puedo contestar a tu correo’, porque podemos responder a un mail desde el funeral de nuestro tío, aceptando la oferta de un proyecto, sin que se nos cambie siquiera la cara de pena por el muerto de cuerpo presente. Y sin que se nos pase por la cabeza que el siguiente sea uno mismo, por infarto o suicidio, que parecen han aumentado por el estado de preocupación laboral permanente. Se me viene a la cabeza que algún empleado estresado pueda decidir quitarse la vida pidiéndole a Miel, la protagonista de la película de Valeria Golino, que le prepare uno de sus cócteles letales, que es lo que hace en la ficción. Pero lo cierto, es que el tema no tiene demasiada gracia porque son muchas las personas que viven cada día casi sin respirar y se van a la cama cada noche con la presión en el pecho que les produce saber que al día siguiente todo empieza de nuevo.

Afortunadamente, también son muchos los que disfrutan de sus ocupaciones, hombres y mujeres que más que un trabajo tienen una vocación a la que dedicarían el día entero si fuera necesario y que llena sus vidas. O simplemente, hombres y mujeres con profesiones de las que viven, pero que sitúan en un lugar secundario, mientras que desarrollan plenamente sus vidas fuera del horario laboral. La cuestión es que como no es así en todos los casos, bienvenida sea la iniciativa de empezar a pensar que todo el mundo tiene derecho a disfrutar de su tiempo libre, sin sentirnos amenazados con perder nuestro empleo.

 

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