Eterno reposo y otras narraciones, de Vasili Grossman, el intacto valor de lo humano
Por Pedro Luis Ibáñez Lérida , 22 enero, 2014
Los ocho relatos que componen esta obra, inéditos en España y seleccionados por Tzvetan Todorov, ensanchan el amplio horizonte y rico registro narrativo del autor de Vida y destino.
Gabriel García Márquez ejerció el periodismo entre finales del año 1957 y principios de 1959. En aquella época de «joven, feliz e indocumentado», como el mismo calificó, escribió el artículo titulado Kruschev, estrella de la T.V. Americana. Abordaba la sorprendente retransmisión de la alocución del secretario del partido comunista de la URSS dirigida a la sociedad estadounidense: «Los televidentes de los Estados Unidos acaban de ver en la pantalla doméstica el notiiero sobre los acontecimientos de Formosa, cuando una cabeza completamente pelada hizo su aparición y comenzó a decir en ruso un sartal de cosas ininteligibles que un momento después un locutor empezó a traducir en inglés. Esa vedette desconocidaen la televisión d elos Estados Unidos era el hombre que más dio que hablar en 1957 -el personaje del año-: Nikita Kruschev, secretario del partido comunista de la Unión Soviética (…) la película había sido tomada en el Kremlin en el propio escritorio de Kruschev, quien se prestó a todo lo que le exigieron los periodistas americanos, menos a que lo maquillaran. No es necesario -declaró un portavoz oficial soviético-. El señor Kruschev se afeita todos los días y usa polvos de talco». El máximo mandatario soviético desarrollaba una actividad febril de repercusión internacional en los preparativos del cuadragésimo aniversario de la revolución rusa. La Guerra fría se encontraba en pleno apogeo. La previsión de la caida del Muro de Berlín -Berliner Mauer-, el 9 de noviembre de 1989, y sus posteriores consecuencias, como la disolución de las repúblicas socialistas, no era imaginable siquiera en el más conspicuo pensador o analista.
Eterno reposo y otras narraciones –Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores. Traducción de Andréi Kozinets- son relatos elaborados en el contexto de enfrentamiento político, que supuso el conflicto larvado que mantuvieron, desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945, las potencias soviética y norteamericana y sus respectivos planteamientos ideológicos de socialismo y capitalismo. Fechados entre 1953 y 1962, nos refieren temas y circunstancias que recogen, entre otros, un sentir profundo de los avatares sufridos por el nuevo país surgido en 1917. Desde perspectivas que si bien atienden en un primer acercamiento a la evocación del realismo socialista, conforme abundamos en su lectura observamos una reconstrucción de la primacía de lo humano con toda su carga de matices, para reconsiderar la situación del fenómeno revolucionario y experimentar la mayor contribución de ésta, sin obviar las sombras del despiadado sino del totalitarismo en que se transforma. En las ocho narraciones que componen este volumen, subsiste un rumoroso eco de reflexiva transparencia que el autor jerarquiza con una poderosa voz omnisciente. La conciencia fluye y se incardina al texto. Sin embargo no ensombrece la composición descriptiva de personajes, ambientes y paisajes terrenales y psicológicos. La escritura es hilatura y puntada de una labor mayor que se diluye en ese parsimonioso pero agradecido apunte del natural que es el verdadero rasgo sobre el que el autor asienta su propósito literario. Y que recrea con gusto adusto y contenido para ofrecernos retablos vitales que se vinculan a hechos históricos y de crítica social y política. Éstos son meramente el pretexto para ahondar en el objetivo que verdaderamente persigue, que no es otro sino desvelar la expresión del alma en el fragor incontestable del destino. Un destino condicionado por el Estado y su papel coadyuvante en las aspiraciones de cualquier ser humano. Así en el titulado Tiergarten, datado entre 1953 y 1955, y aun refiriéndose al estado hitleriano, las resonancias también son propias del estalinismo, «Así las cosas, resultaba que no eran las personas sino el Estado el único servivio y libre. La gente era una especie de roca que se podía y debía volar, desmenuzar, tallar o pulir, y los escombros humanos como si fueran ganga o ripio, debían llevarse al vertedero o rellenar con ellos fosas y zanjas (…) Cuanto mayor era la merma que sufría el espíritu, la libertad y el intelecto de las personas, tanto más pletórico, estridente y alborozado se volvía el estado».
Vasili Grossman -Berdíchev, 1905 – Moscú, 1964- recapitula en su figura humana y literaria, el descenso a los infiernos de la revolución socialista a la que fue abocada por el padrecito, tras La gran guerra patria como él mismo la denominó. Y a cuya convocatoria acudió el autor de Años de guerra para participar en su mejor faceta, la de escritor. Fue corresponsal de guerra en el Ejército rojo durante los cuatro años que transcurrieron desde la invasión alemana de la Unión Soviética hasta la toma de Berlín. Durante ese periodo recorre el frente, incluyendo Stalingrado, elaborando crónicas que son leídas con avidez por los soldados. Fue el primer reportero que accedió a un campo de exterminio. Su testimonio reflejado en el artículo El infierno de Treblinka sirvió como prueba en los juicios de Nuremberg. Reconocido por las más altas distinciones en atención a su compromiso durante la Segunda Guerra Mundial, es defenestrado por el régimen estalinista. La investigación que realizó junto a Ilya Ehrenburg -del que acabará distanciándose por su inclinación oficialista, «no dividáis a los muertos», a retocar ciertos datos que implicaban a ucranianos y letones, entre otros, en las matanzas- sobre los crímenes perpetrados por los nazis contra los judíos, y su abnegación en evidenciar cuánto lo fundamentase, contradijó a la autoridad soviética que había revocado, tras la contienda bélica, el respaldo inicial a esta iniciativa, en un claro posicionamiento antisemita del estado soviético. El asesinato de su madre junto a otros 30.000 judíos por el grupo de operaciones germano Einsantzgruppen -escuadrones de ejecución itinerante cuya misión principal era la aniquilación de judíos, gitanos y comisarios políticos- será el estímulo definitivo para no cejar en su empeño de la publicación de El libro negro, que no pudo encontrarse en los anaqueles de las librerías rusas hasta 1993. Fallecía el 14 de septiembre de 1964 a causa de un cáncer de estómago y con la terrible pesadumbre de la pérdida de sus obras, entre ellas Vida y destino, requisadas por la KGB. El espejismo aperturista de Kruschev, tras la muerte de Stalin en 1953, se evaporaba y la maquinaria represiva persistía en su afán de control y negación de la libertad. El Gulag continuaba inalterable. Sólo con la entusiasta y comprometida actuación de la disidencia pudieron salvarse sus manuscritos.
El filósofo Tzvetan Todorov -Sofía 1933- es el responsable de la selección de estas narraciones del escritor ruso, inéditas en España. Con un criterio que fija su atención en el espacio temporal de su último periodo de vida, en el que, según manifiesta su compilador, «decidió que no aceptaría ningún tipo de compromiso, por mucho que las editoriales o los medios se lo exigieran». Denota la actitud equidistante del autor con respecto a otras publicaciones afectadas por las limitaciones de la censura. La atención se centró en «aquellos cuentos que, de un modo u otro, trataban la vida en el régimen totalitario y el papel que la violencia desempeña en la naturaleza humana».
La fortaleza narrativa de las historias que componen este sugerente volumen, prenden paradojicamente de la levedad del ser humano. La espiral de violencia en la que se consagran los propósitos humanos imbuidos por la ceniza y devastación de la guerra, la represión en su grado de psicológico de muerte civil o frío y calculado asesinato, el embaucador principio de que el fin justifica los medios o el plausible horror de liquidar el mal menor, no socava la estancia del desprendimiento. Entendiendo con esta actitud a cuanto somos capaces de regenerar, incluso con la muerte. En la estela del don vivífico que se nutre de la trascendencia de lo ordinario. Gente corriente atropellada por el curso de los acontecimientos, como río sin retorno, que se niega a ser engullida por aquellos, y que muestran la resistencia ante lo inevitable en la esfera más íntima, que no es otra que la del libérrimo pensamiento. Así en Abel (6 de agosto) la tripulación del bombardero Enola gay se encamina a su destino criminal de descargar sobre Hiroshima la primera bomba atómica. El artillero Joseph Connor, el encargado de apretar el boton de descarga de Little boy, vincula el honor de su misión al dolor y sufrimiento inflingidos. Siente que es uno más de los que han sido arrasados por la hecatombe nuclear. Nos hallamos ante la penumbra de la humanidad, en ese permanente estado de zozobra y movimiento pendulante que es la linde entre sombra y luz, «Caín es un chico normal y corriente, y su hermano no es mucho mejor él. La ciudad estaba llena de gente como nosotros. La diferencia es que nosostros seguimos vivos y ellos están muertos». En el ya citado Tiergarten, Ramm, el celador del zoológico de Berlín permanece fiel en su puesto, atendiendo a los animales y muy especialmente a Fritzi, el gorila con el que mantiene una especial relación, mientras la ofensiva del Ejército rojo va cercando la ciudad. Tres hijos muertos en el frente, un cuarto en un campo de concentración nazi y su esposa que no soporta el dolor y corta los lazos vitales con el mundo, «Él, que jamás había considerado la posibilidad de reflexionar por su cuenta sobre la vida en Alemania, empezó a hacerlo empujado por el nazismo. Cada uno escapaba a la uniformización a su manera». La Madonna Sixtina confirma la categórica determinación del autor en su posicionamiento más generoso y universal, «Mientras vemos alejarse la Madonna Sixtina, nos reafirmamos en la fe de que la vida y la libertad no son más que una y de que no hay nada por encima de la humanidad del ser humano. Ella es y será la eterna vencedora». El halo de su difunta madre que lo acompañará hasta su muerte, embarga la imagen del lienzo de Rafael, fecundo regazo que es símbolo de vida en las generaciones que han disfrutado su contemplación. Eterno reposo disecciona el carácter ruso y el régimen soviético, desde la serenidad de los cementerios, «En una ocasión Stalin dijo que el arte soviético era socialista en el contenido y nacional en la forma. En realidad era todo lo contrario». Mamá contiene el amargor de las desapariciones y las adopciones de los hijos de los enemigos del pueblo, «…incluso su propia mujer le había cogido terror. La niñera reparaba en el miedo que se apoderaba de ésta en el momento en que oía llegar el coche que traía a Nikolái Ivánovich, acompañado de dos o tres hombres con las caras tan cenicientas como la suya». En El camino, un joven mulo llamado Dzhu es destinado al servicio de un regimiento de artillería italiano. Uncido al sufrimiento y a golpe de látigo por el hombre que marca su incierto destino. Al igual que el caballo del cuadro de Guernica de Picasso, la guerra alcanza a cualquier forma de vida, «Se volvió una sombra de sí mismo, y esa sombra viva de color ceniza ya no sentía ni el calor de su propio cuerpo ni el placer que proporciona la comida y el descanso». Fósforo, donde la amistad es un canto de complicidad sin débito, que el malogrado David Abrámovich Krugliak, referido en tercera persona por el narrador y receptor de sus desvelos, cumple como un mandamiento a pesar de las restricciones y avatares de su vida, sin la justa correspondencia de aquél, sólo bien avenida si lo es a su coveniencia de ganador, «Y volví a no acordarme, salvo en contadas ocasiones, de aquel hombrecito desafortunado, químico de taller, en cuya casa se habían reunido en los días de nuestra juventud mis brillantes y talentosos amigos». El último relato, En Kislovodsk, la decisión suicida del médico Nikolái Viktorovich y su esposa Yelena Petrovna, tras conocer el dramático final que les espera a los soldados soviéticos que se restablecen de sus heridas en el balneario que dirige, supone un acto de disconformidad con la vida apacible y alejada de la realidad que había llevado hasta ese momento. Obvia el chantaje de las fuerzas de ocupación alemanas «Ante la amenaza de muerte, no había nada que no cediera, se desintegrara, se viniera abajo, bien oponiendo resistencia y resistiendo, bien con una facilidad pasmosa. El resultado final siempre era el mismo; las excepciones sólo confirmaban la regla (…) todos querían vivir, fueran Johann Wolfgang Göethe o un tal Shmúlik del gueto…».
Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores adiciona un nuevo título de Vasili Grossman a su vasto e interesante catálogo. Autor al que ha prestado especial interés como así lo confirman la publicación de las obras citadas en esta reseña y otras como Todo fluye y Por una causa justa. Ediciones que reúnen ese grado de complacencia en el lector y que revierte en el íntimo gusto de su lectura. Con un exquisito trato en cuestiones no menores como la maquetación de los márgenes del texto, la acertadísima dimensión de la letra y la apuesta por la tapa dura que suponen no sólo un sostén físico, también moral y estético que es complementado por una sobrecubierta elegante e ilustrativa. Esperamos con notable interés el próximo libro, previsto para finales de 2014 y coordinado por su hijastro, que reúne cartas, notas personales y otros documentos en los que podremos conocer y apreciar la personalidad del autor ruso en primera persona.
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