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Expediente Warren: El caso de Enfield.

Por Emilio Calle , 17 junio, 2016

xaexhvd42pbgly3lqhxlCuando en 2004,  se celebró, gracias a su película «Saw», la aparición de James Wan como un más que prometedor director del género, era complicado adivinar que ese nombre terminaría por resultar una franquicia dentro del cine de terror. El film, por muchas críticas que se le puedan lanzar, estaba filmado con una seguridad poco común, y aunque rebatido ya hasta la saciedad, víctima de mil parodias, el guión (la idea también surgía de Wan), cuanto menos, hacia añicos la previsibilidad, que suele ser la verdadera protagonista en la mayoría de estas producciones. Pero la aparente independencia del film se quedó en nada porque las secuelas, como si estuvieran previstas, se sucedieron con rapidez pasmosa (siete, una de ellas en 3D, y una más en rodaje, y un progresivo exceso en el sadismo que es tan complicado de soportar como de justificar). Wan no era, ni de lejos, flor de sólo un día, como le ha ocurrido a tantos otros bienvenidos y renovadores debutantes en estas aterradoras lides, y cuyos nombres ya nadie recuerda. Y aunque sus siguientes películas no alcanzaron el mismo éxito («Silencio desde el mal» o «Sentencia de muerte»), finalmente retomó la senda de los taquillazos con «Insidious» (dos secuelas, otra en marcha), con su inesperado fichaje para «Fast and Furious 7», y sobre todo con «Expediente Warren» (que recuperaba esos aires de grandes producciones para el género que recordaban a los tiempos de «La Profecía» o «Poltergeist»), y de la que ahora se estrena su secuela.

Este segundo capítulo de las tenebrosas andanzas del matrimonio Lorraine y Ed Warren, dos expertos investigadores del mundo de lo paranormal, es el perfecto compendio de todo lo que Wan lleva haciendo desde «Insidious»: casas encantadas, posesiones, exorcismos… Y le redime del pecado de la repetición su buen hacer como director. Aunque todo empiece a resultar un poco visto. De hecho, el primer susto que se lleva uno es empezar el film justo en el centro de una casa muy conocida, la de Amityville, que ya había dado para otro montón de películas. Pero no. Es sólo un prólogo. De lo que se va a narrar y, y aquí empiezan los problemas, una más que sospechosa manera de introducir una posible mutación, como ya le ocurrió a Annabelle, la muñeca que aparecía en la primera parte, que, cómo no, tuvo secuela, y también tendrá tercera parte. En realidad, la película se centra en los documentados sucesos que tuvieron lugar en Inglaterra, a mediados de los años setenta. Poco le importa a Wan que el conocido como «Caso Enfield» tuviera un desenlace muy determinado (sobran los spoilers). Él se lanza de nuevo a renovar con tanta habilidad como cierta desgana los efectos que se van perpetuando en cada una de sus películas: niños poseídos, chirridos en las puertas, sobresaltos, apariciones fantasmales, soberbias atmósferas, todo tipo de efectos sobrenaturales, un a veces magnífico sentido del suspense (otras veces…), aterradoras cancioncillas infantiles, juguetes que van y vienen, cualquier cosa saliendo de la oscuridad, sótanos y más sótanos, y qué decir de los reflejos… En definitiva, nada nuevo, algo que se esperaría de quien se consideró un renovador del género. Quizás ese sea el gran mérito de Wan. Jugar fuerte (es un director excelente) sin arriesgar nada. Porque tras un metraje desproporcionado para lo habitual en el cine de terror (supera las dos horas), algo que empuja a que la película a veces caiga en baches que rozan lo soporífero, cualquier espectador (siempre que se abrace muy fuerte a eso que llaman «suspensión de la incredulidad») habrá seguido la trama con interés, y seguro que habrá sentido algún que otro escalofrío, puede que incluso miedo, y sobresaltos de regalo los hay y muchos, hasta provocar que el desenlace, con independencia de su conclusión, nos deje con la sensación de que nos han escamoteado algo. Hay rumores (y yo creo que más que rumores lo que hay es un guión ya en la mesa, y un equipo de producción en marcha) de que, al igual que le ocurrió a Annabelle, la continua y pavorosa aparición de una figura con apariencia de monja (y menuda aspecto tiene la monja, y cómo las gasta la monjita) ha despertado tanto entusiasmo que puede que se haya ganado película propia. Por tanto, para terminar de resolver el puzle toca esperar ese estreno, o la tercera parte de estos «expedientes Warren» (¿lo adivinan?, ya anunciándose el rodaje), o la cuarta, o las que vayan cayendo mientras la buenas cifras le sigan sonriendo a James Wan.

De momento, respira tranquilo.

Pero no debería descuidarse demasiado, no vaya a ser que una de estas el susto se lo lleve él, y ni los fantasmones pasen por taquilla para ver una película suya.


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