Fantasía o realidad
Por Jordi Junca , 5 mayo, 2014
Metamorfosis es una exposición temporal que inició su andadura en el CCCB de Barcelona el 26 de marzo del presente año y que tiene previsto terminarla el próximo 7 de septiembre. Una colección que presenta parte de la obra de cuatro de los grandes artistas de la animación y la fantasía, cuya creación poética se vincula con nombres célebres como los de Salvador Dalí, Franz Kafka o Edgar Allan Poe. En definitiva, Metamorfosis promete descubrir al visitante el lugar de donde proviene el mundo fantástico, ofreciendo una muestra de los productos más inquietantes que este género nos ha proporcionado a lo largo del último siglo. La marioneta es, por cierto, el principal protagonista.
Escena de una de las obras de Starewitch
Un corredor espacioso y tranquilo, el silencio apaciguador y respetuoso, la luz del sol de una tarde de domingo. Nada de eso invita a sospechar lo que está por venir y, sin embargo, cuando el visitante ingresa en la sala de exposiciones se da cuenta de que el aire que respira es distinto, como si de repente las leyes físicas hubieran dejado de funcionar para dejar paso a un mundo nuevo e inquietante. La luz es tenue y de fondo se escuchan sonidos guturales e indescriptibles, y finalmente el color verde de las paredes nos confirma que, en efecto, ahora nos situamos en las profundidades de un bosque encantado. Es entonces cuando unas letras blancas que descansan entre la espesura de los árboles nos revelan que el cuento y la fábula tienen su origen precisamente ahí, en el bosque, en las montañas, lejos del mundanal ruido donde todo nos es familiar.
Así pues, en esta primera parte dedicada al artista Ladislas Starewitch (1882-1965), asistimos al nacimiento de ese mundo fantástico (y vinculado con la animación) que luego irá creciendo y haciéndose cada vez más complejo. Es aquí donde se justificará esa relación entre lo fantástico y la naturaleza, un mundo desconocido que proviene de un lugar también desconocido y que al mismo tiempo ejerce de frontera entre la realidad y la ficción. En efecto, la obra de Starewitch es fiel testigo de la eclosión de la animación bajo el influjo de la naturaleza como fuente de inspiración. Sin ir más lejos, la mayoría de sus marionetas representan a animales antropomorfos que protagonizan historias propias de los seres humanos y que, además, empiezan a diluir los límites entre lo posible y lo imposible. Nos encontramos entonces con algunas de estas marionetas, hieráticas, sin vida, y que sin embargo reviven un poco más adelante, en pantallas que nos ofrecen el visionado de esas primeras animaciones. Junto a ellas, se exponen unos esbozos del propio Starewitch en los que se puede presenciar la unión de un búho con un hombre, lentamente sus rasgos van fundiéndose hasta formar un ser único y que solo puede vivir en nuestra imaginación. A grandes rasgos, se abre el camino al sueño y al delirio, a la conexión sin límites y la creación de un mundo ni más ni menos real, sino alternativo.
Entonces el verde de las paredes y la oscuridad desaparecen, para dejar lugar al color naranja y una luz más presente. Los sonidos propios de un bosque siguen acompañándonos en nuestra travesía, aunque ahora ya dejamos atrás el legado de Starewitch para introducirnos en el mundo de Jan Svankmajer (1934-2005), cineasta perteneciente al círculo surrealista checo. Si bien el primero nos presentaba un universo fantástico y algo terrorífico, el segundo nos lleva a una suerte de inframundo, alimentado por el color del fuego que lo acompaña, donde los sucesos y sus protagonistas rozan y a veces incluso traspasan lo grotesco. La sensación que uno tiene, entre las paredes ahora naranjas, es que se encuentra en el mismísimo laboratorio del doctor Frankenstein. De hecho, allí descansan seres horribles que la naturaleza no se ha atrevido a crear y, en su defecto, han sido los hombres los que se han encargado de darles vida. Efectivamente, la obra de Svankmajer es la continuación de ese camino que había abierto Starewitch, donde ya hablar de realidad y fantasía parece una nimiedad, donde uno diría que el hombre empieza a jugar a ser Dios. En este sentido, decía Svankmajer que el sueño es primordial y afirmaba que es lo único que no está contaminado por los sistemas científicos racionales. Dicho de otra manera, la creación artística no puede darse siguiendo las normas de un mundo que ya está creado, y por tanto ésta solo puede entenderse bajo la influencia de un universo separado y que ya nada tenga que ver con convenciones establecidas a priori. Así nace, de hecho, la vanguardia artística y más concretamente el surrealismo, donde prevalece lo onírico como fuente creadora, donde se restringe la consciencia para dar rienda suelta al poder del subconsciente. En este contexto, siempre según Svankmajer, los objetos (por ejemplo las marionetas) son seres más vivos que los propios seres humanos, puesto que son eternos en tanto que inmortales: son capaces, al fin y al cabo, de transmitirnos emociones aún con el paso del tiempo, difundiendo eternamente esa verdad adquirida a través del sueño. De ahí la importancia del arte y por ende de ese mundo paralelo creado por los hombres, que es el único capaz de superar los años sin envejecer.
Figuras grotescas pertenecientes a la zona dedicada al artista checo
Dejamos atrás el mundo de Svankmajer y de nuevo seguimos oyendo sin quererlo los sonidos inquietantes que provienen de las pantallas, y si antes creíamos estar en el inframundo ahora uno cree haberse zambullido en lo más hondo del océano. En este momento las paredes ya son negras, y la ausencia de luz confunde las marionetas (debidamente iluminadas) con peces luminiscentes de las profundidades marinas, el sol, por cierto, ya incapaz de ofrecernos su consuelo. Ello significa que ha llegado el turno de los hermanos Quay (nacidos en el 1947), quienes siguen la línea de sus antecesores en lo que se refiere a la concepción de ese mundo alternativo. En declaraciones parecidas a las de Svankmajer, afirman que las marionetas nos conectan con el más allá y además definen la animación, al menos en su caso, como la oportunidad que tienen dos hombres de crear un universo entero en el espacio que ocupa una mesa en un estudio. En resumidas cuentas, alimentan una vez más esa corriente que concibe la fantasía y la animación como la posibilidad de presentar a los demás un mundo que existe, pero que solo lo hace en las profundidades de la mente del artista, cuya misión consiste precisamente en transmitir esa certeza y hacerla palpable.
Quizás lo que se pueda concluir es que la fantasía se sostiene en el convencimiento de que, cuando se trata de la imaginación, todo es y debe ser posible. O tal vez sea, simplemente, la fascinación ante lo desconocido la que nos lleva inevitablemente a la inquietud y el horror.
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