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Feminismo: la rebeldía necesaria

Por Alonso Barán , 30 octubre, 2014

Por Alonso Barán.

En el siglo XXI todavía hay países en los que es legal que las mujeres no puedan conducir, sean desfiguradas con ácido por rechazar a un hombre o sean ejecutadas porque las han violado y eso supone un deshonor para la familia. Semejante demostración de violencia machista llena de repugnancia a cualquiera que esté en su sano juicio.
Sinceramente, cuando soy testigo de tamañas aberraciones es cuando pienso que la ley del talión es la forma idónea de justicia contra los agresores. No olvidemos que la justicia, como bien definió Aristóteles, es aquello que iguala las cosas desiguales.

Pero como no está en mi mano poder dar su merecido a los cobardes miserables que agreden a las mujeres, haré una defensa de la necesidad del feminismo, del porqué de su rebeldía y su sentido común.

El feminismo está bien estructurado y fundamentado. No es, como piensan muchos, una simple reacción a un acto machista.

Por lo común una ética adviene cuando previamente se ha presentado un momento relativista precipitado por el contacto entre culturas. La ética intenta restañar la situación apelando a la invención de principios más generales de validez universal. Las éticas inauguran un tipo de razonamiento que se establece también en la vida política y da lugar al discurso corriente de la ciudadanía. Y en este punto es donde el nexo entre feminismo y ética se revela con mayor claridad.
El feminismo es un producto del racionalismo aplicado a la tarea de disolver uno de los núcleos normativos más sólidos: el que establece la moral diferencial en función del sexo. Lo hace elevando a la discusión en clave ética y política las pautas heredadas y deslegitimándolas. Esto ocurre cuando se deja de vivir la propia normativa como si fuera espontánea o natural.224095_balanzahombremujer_thumb[1]

La eticidad podemos reconocerla ahora en todos los aspectos normativos tan asumidos por todos que no necesitan por lo común ser explícitos. Varones y mujeres se visten de modo diferente, se expresan y han de expresarse de modo diferente. Ningún grupo humano ha visto con buenos ojos un proceso de aglutinación e indiferencia de estas normas basales. Las relaciones en que estén los sexos y que cada comunidad considere óptimas pueden variar, pero lo que no varía es que la existencia de la comunidad siempre ha implicado normativas diferentes en función del sexo.
Casi todo el repertorio de nuestras ideas se gestó en la Ilustración. En ese mismo momento el feminismo comenzó a operar como una ética política capaz de deslegitimar y disolver los modos de la eticidad heredada. Empezó con la libertad de elección de estado y acceso ilimitado al saber. Se realizaba el paso de la mujer sujeta a la mujer sujeto.

En la filosofía moral contemporánea ha tenido presencia una distinción entre la ética de las normas y la ética del cuidado. Kohlberg encontró diferencias significativas entre la forma en que los varones y mujeres abordaban los mandatos morales: ellos solían fijarse en la noción de derechos individuales y en los criterios universales de justicia, y ellas estaban situadas en un marco emocional caracterizado por ser responsables del mundo próximo: familia, una misma…
Por el contrario, Gilligan sostuvo la existencia de un ética diferencial entre mujeres y varones: la “ética del cuidado”. El argumento de Gilligan es que lo que Kohlberg supone estadios del desarrollo humano son sólo rasgos de la moral masculina. Lo que Gilligan mantiene que es una moral diferente femenina, “del cuidado”, es toda la larga serie de deberes inargumentados asociados además con fuertes sentimientos de responsabilidad y culpa que caracteriza a las morales previas a la libertad de conciencia.
El feminismo es un universalismo y un adherente a la idea de derechos individuales. Por tales rasgos resulta un disolvente para la eticidad y ha convertido en opresión política lo que era sin más admitido antes como buenas costumbres. En el sustrato teórico el feminismo se ha servido de fuentes muy próximas a las del multiculturalismo: el relativismo cultural: contra la idea de que los rasgos que una cultura atribuye a lo femenino son “naturales”, basta con invocar a otra que los sitúe de otra manera.
El multiculturalismo suele utilizar la faz más extrema del relativismo: si cada cosa es simplemente un rasgo de cultura, defendible en su contexto, si todo vale lo mismo, cualquier principio moral o político queda abrogado.
La demanda de respetar la diferencia cultural nos puede llevar a pasar por la violación de derechos individuales inalienables como el derecho a la libertad, el derecho a la integridad física, el derecho a la educación… todo ello avalado por instancias religiosas y políticas, y cuyo resultado es que la mayor parte de las mujeres del planeta no ha adquirido todavía el estatuto de individuos de pleno derecho.03
Para concluir, me gustaría referirme a la relación entre ética y estética.
El vestido ha sido jerarquizado y genérico. Al lado de una rebelión ética siempre se produce una rebelión estética. Si queremos saber la verdadera capacidad de penetración del nuevo trasfondo de ideas, hemos de acudir a los números masivos expresados por la moda.
Un signo se porta estéticamente cuando su anterior carga ética está desactivada. El cúmulo de innovación estética nos avisa de la innovación ética subyacente y nos advierte de que cuando el choque cultural se produce por un signo estético lo que ocurre es que tal signo no es “meramente estético”. Nuestras sociedades ha medida que desmotaban su eticidad heredada, han educido éticas que les sirven de guía, pero también han traducido a estética la carga ética de las identidades previas, es decir, las identidades presentes en las sociedades occidentales son identidades posilustradas. El feminismo puede convivir con este tipo de identidades, pero es imposible que lo haga con identidades cuya carga de eticidad diferencial en función del género no ha sido desactivada por principios que supongan la individualidad y el universalismo. Por ello el feminismo, como parte fundamental de la teoría valorativa de la democracia, tiene abierto el debate del multiculturalismo que no puede ser evitado.

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La ética se afana en incorporar los términos del debate multicultural y realizar con ellos los debidos ajustes y el feminismo se ve en el deber de recordar a la democracia el respeto a sus propios principios.

El feminismo es un universalismo, una ética adherida a las ideas de universalidad y de simetría. Por eso solo puede admitir diferencias asumibles que contemplen el mínimo común del respeto a los derechos individuales.

El feminismo tiene que ser constante, mantener en tensión a la sociedad para que no se baje la guardia. Los derechos conquistados en años, se pueden perder de un plumazo.

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