“Fences”. La teoría de las cercas
Por Emilio Calle , 23 febrero, 2017
La siempre bienvenida vuelta de Denzel Washintong a las pantallas se ve doblemente recompensada con este estreno. Por un lado, su condición de gran actor antes que de gran estrella asegura otro de sus incontestables trabajos, incluso cuando protagoniza películas que sólo buscan arrollar en las taquillas. Pero en esta ocasión también es el director, y teniendo en cuenta que sus dos anteriores trabajos demostraban más que solvencia y un alto contenido de denuncia social, este no tenía por qué desmentir sus logros. Y no lo hace. Muy al contrario. Y así mientras su carrera como actor se ha enquistado en títulos sin otra pretensión que la de entretener (como “Los siete magníficos” o “El protector”, de la cual rueda actualmente una inesperada segunda parte), le toca ponerse detrás de la cámara (y hasta detrás de la chequera) para sumar a su fantástica filmografía un nuevo peldaño que le sitúa aún más alto como una de las grandes (y quizás de las últimas) estrellas del cine.
“Fences” está basada en una obra de teatro de August Wilson, quien ahora firma el guión, asegurando la máxima fidelidad al texto original. Y aunque Denzel Whasintong director cae a veces en la trampa de ocultar lo que no se puede esconder por el ya insoslayable pánico que siempre se tiene a la hora de adaptar una pieza teatral al cine (todo lo contrario de lo que le pasa a las novelas, que se adaptan sin recato alguno), buscando en la caligrafía visual toques que rompan ese “molesto” eslabón, no es menos cierto que son minucias que apenas se dejan notar. La historia, los diálogos y el drama que se va gestando de forma despiadada son tan poderosos que Washintong toma la mejor decisión posible: entregar la película a los actores para que hagan suyo el texto. Y así fulminan al espectador. Porque todos están brillantes, y algunos personajes son realmente complicados de abordar, por lo que no deja de ser una broma de mal gusto que Viola Davis, que sigue superándose a sí misma, algo que está al alcance de muy pocos interpretes, haya quedado relegada a posible ganadora como mejor actriz de reparto, cuando es ella, junto a Washintong, el material de combustión que hace que la película avance con tanta fuerza hasta su contundente final.
“Fences” narra la historia de Troy Maxson (que Denzel Washintong interpreta con su extraordinario talento de siempre, como si los papeles los escribieran expresamente para él) que, en la década de los cincuenta del siglo pasado, busca seguir sobreviviendo dentro de una existencia y una vida brutal y desgraciada que han terminado por transformarle en un sujeto extraño y hostil, aunque alocado y que se gana rápido el efecto, y al que su familia teme y ama a partes iguales. Siempre al borde de la extrema pobreza, su día a día es una lucha desigual entre sus posibilidades y las que le brinda el destino, y de ahí sus frecuentes soliloquios sobre sus enfrentamientos personales con la propia muerte pues se jacta, en relatos que oscilan entre la locura, lo cruel y lo divertido, de haberla vencido en brutales cara a cara. Y entrega su alma y su fuerza en el propósito de que su familia tenga la certeza de que él siempre estará ahí para que no les falte de nada dentro de sus más que escasas posibilidades. Es dentro de este entramado de búsqueda de salidas para gente que cree que no tiene derecho a ellas (si los problemas raciales no hacen más que empeorar en este tiempo, los detalles sobre lo que era ser negro antes de los años cincuenta son demoledores) donde el autor de la obra se permite incluir un pequeño detalle que finalmente se alza con la gran metáfora que se agazapa bajo esta historia de miserias y perdedores. El padre está empeñado en construir una cerca en torno a la casa porque así se lo ha pedido su esposa. Loable empeño al que se entrega con toda su filosofía olvidándose de algo fundamental. La cerca sirve para mantener fuera a los extraños, desde luego. Pero también puede se puede construir para mantener a la gente dentro, y sin darse cuenta terminar construyendo una prisión.
Ojalá Denzel Washintong, a falta de papeles a su altura, siga adentrándose en esta peculiar singladura de convertirse en el estupendo director que ya es, y que con su compromiso puede llegar mucho, mucho más lejos, como su alter ego, el genial actor. Cuesta imaginar que pueda perder el Oscar frente a trabajos tan desangelados y planos como los de Goslin o Aflleck. Pero de ser así, la película demostrara su vigencia y que hay muchas vallas que todavía deben ser derribadas.
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