Fotografía de la infamia.
Por Carlos Almira , 3 septiembre, 2015
La imagen del niño sirio ahogado en aguas turcas, ha puesto ante nosotros la verdadera condición moral del mundo en que vivimos. Europa es un ejemplo de la degradación moral, de la falta de humanidad a la que hemos llegado. Las razones y entresijos de esta guerra (pues esto es una guerra, como diría Foucault, es la política, una continuación de la guerra por otros medios) han sido explicados y analizados por activa y por pasiva, sin que ello haya producido el más mínimo cambio en la situación. Es la vieja lucha desigual entre la Razón y la Fuerza.
Europa, y en general el “mundo desarrollado”, está en guerra con el resto de la humanidad. Masas humanas sin futuro se encaminan hacia aquí, como una fuerza de la naturaleza. La mayoría de nuestra sociedad tiene miedo. Teme que las calles, los colegios, los hospitales, los centros de trabajo, se llenen de estos seres humanos, niños incluidos, a los que percibe como una amenaza. Como extranjeros.
El miedo es nuestro cimiento social y nuestro secreto impulso vital. Pero si pudiésemos, lo superaríamos. Lo suprimiríamos. Un niño ahogado en una playa es una razón más que suficiente para salir a la calle y derribar el orden actual: gobiernos, instituciones, cuya sola existencia es la infamia. De hecho, muchos húngaros y alemanes se están manifestando contra la política indigna, terrorista, de sus gobernantes, nuestros gobernantes.
Los refugiados sirios e iraquíes, como los emigrantes africanos, no son extranjeros: son nuestros hermanos. Son nuestros padres, hermanos e hijos. Son de los nuestros. Quienes han establecido este orden, por el contrario, son los verdaderos extranjeros. Se han colocado y se colocan cada día fuera de la humanidad. No tienen nada que ver con nosotros, salvo el estar de este lado de la alambrada tras la que dicen protegernos. Y el tener un rostro y una apariencia humanos, y acaso la posibilidad de cambiar.
Por el pequeño ahogado no puedo dar razones. Valga un poema:
Cuando pasen los años, dentro de pocos días,
volveremos a nuestra rutina cotidiana:
El trabajo sin mar, el amor sin mañana;
con las retinas negras y las mejillas frías.
Nadie se acordará de las calles vacías;
del horror; de la muerte; de la carne lejana.
El olvido, la abulia, la condición humana,
con sus negros ejércitos, tomarán nuestros días.
Cuando pasen los años, con su gesto aburrido;
con su capa de polvo, de no abrir las ventanas;
sin corazón que tiemble, vendrán las estaciones.
Nadie se acordará del hombre estremecido;
del niño muerto en brazos. Serán cosas lejanas:
espejismos negados de nuestras emociones.
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