Francis Bacon y el Hombre en azul, un dilema autorial
Por Anna María Iglesia , 11 agosto, 2014
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
“Muerto el pintor, el crítico y el historiador intentan apropiarse de su obra, erigirse como autores”, anotó en el diario que nunca escribió Francis Bacon un 13 de septiembre; el artista desaparece tras estas palabras que, en verdad, nunca escribió, desaparece el artista como también “el crítico y el autor”, mientras que “la obra continúa”. En el diario nunca escrito de Francis Bacon y, sin embargo, editado por la positivamente inclasificable editorial de Zaragoza Jekyll&Jill, la consciencia autorial impregna cada una de las anotaciones: “el autor pervive a través de su obra”, se lee ese 13 de Septiembre, “el crítico casi nunca”. La pregunta se hace inevitable: ¿quién desaparece tras esas palabras? ¿Quién es el autor y cuál es la obra?
“Lo que se ofrece en las siguientes páginas es la transcripción del texto mecanografiado que llevaba por título Hombre en Azul”, nos comenta a modo de introducción el borgesianamente desconocido Andrew Cullers; el texto “fue descubierto”, continúa Cullers – ¿critico artístico, profesor de historia del arte?- “en una vieja carpeta negra enterrada en el detritus del estudio del artista y formaba parte de los cerca de 7000 objetos que se encontraron y catalogaron en él”. Nos encontramos frente a un manuscrito encontrado cuya aparente autoría no suscita dudas: se trata de epigramáticas anotaciones de Francis Bacon. Así lo dice Cullers y así lo certifican las notas a pie de página que acompañan, cuan edición comentada, el texto; sin embargo, el nombre en la cubierta lo desmiente: el título, “Hombre en azul” lleva la firma de Óscar Curieses, un nombre que, como diría el teórico francés Philippe Lejeune, rompe el pacto entre obra y lector, un nombre que contradice, voluntariamente y en un interesante ejercicio retórico, el pacto de ficcionalidad que, sin embargo, se establece entre las anotaciones “de” Bacon y el lector. En su más que discutible ensayo acerca de la autobiografía, Lejeune sostenía que el lector identifica siempre el yo narrativo con el nombre de la portada a través de un pacto indisoluble de ficcionalidad, un pacto que, sin embargo, en Hombre en azul no sólo parece romperse, sino que parece no haberse planteado nunca: si Miguel de Cervantes relataba, en las primeras páginas del Don Quijote, haber hallado en un mercado de Toledo un manuscrito escrito en árabe firmado por un tal Cide Hamete Benengeli; si Cervantes confesaba no ser el autor de la novela, ni tan siquiera su traductor, pues al no conocer el árabe había tenido que solicitar los servicios de un traductor con dicho conocimiento, si Cervantes planteaba el juego referencial desde la primera persona, Óscar Curieses decide desaparecer del corpus textual, tan sólo su nombre inscrito en la portada le revela, le desenmascara como autor de aquellas anotaciones que Bacon nunca escribió. Hombre en azul se presenta como un diario, aunque formalmente se construye con una obra epigramática: las distintas anotaciones diarias realizadas –ficcionalmente- por Francis Bacon son más bien epigramas de trasfondo ensayístico a través de las cuales –esta vez sí- Curieses propone, teniendo evidentemente como referente último la obra pictórica de Bacon, una lectura crítica acerca de la creación artística y, en particular, acerca de la independencia de la obra, no sólo con respecto al crítico, sino también con respecto al autor. A través de las anotaciones, Curieses defiende la idea de obra como la de la única expresión válida a partir de la cual es posible llegar al artista: el artista no se refleja en la obra, es, por el contrario, la obra quien crea al artista. “No tengo nada que decir, todo está en los cuadros”, se lee en la anotación del 10 de Noviembre, en el primero de los cuadernos –en total son tres-: es una anotación que trasciende, como la mayoría, la obra pictórica de Bacon y se convierten en autorreferenciales con respecto al libro Hombre en azul: no es posible decir nada, todo está en el libro. Curieses consigue hacer una traslación, elegante y disimulada, hacia la obra escrita, conviertiendo a Bacon solamente en la excusa, en el sustrato sobre el cual construir una obra de ficción que juega a ser ensayo. En este sentido, Curieses se reapropia con habilidad de la herencia de Jorge Luis Borges: a la invención de referencias bibliográficas –baste pensar en Adrew Cullers, responsable de la introducción- se suma un amplio corpus de notas a pie de página que complementan el juego ficcional del texto principal, escondiendo, tras la forma de un diario anotado y comentado, una obra en la que el verdadero protagonista es el propio Curieses.
Óscar Curieses
“Quien desee saber cómo soy realmente, que observe mis autorretratos”, escribe Bacon y, en seguida añade, “hablan mejor de mí que cualquier entrevista o escrito”. Con estas palabras, la distancia entre el pintor y las anotaciones se confirma, sus autorretratos hablan de él, pero no sus palabras. En los epigramas se empieza así a construir un nuevo “yo”, un nuevo sujeto que, siguiendo la teoría de Lejeune, el lector podría identificar con Óscar Curiese, pero que sin embargo, y como ha demostrado los análisis retóricos más contemporáneos, no es el. Hombre en azul es la construcción ensayística de un yo que, sin rostro y anónimo, pone en discusión precisamente la construcción del sujeto, en primer lugar, del artista y, posteriormente, del escritor. Hombre en azul es una indagación entorno a la mirada, porque es precisamente la mirada, del espectador y del lector, del artista y del crítico, quien crea la obra y el autor; es la mirada la construye una realidad inaprehensible en su objetividad. ¿Qué entendemos por realidad? ¿Acaso mi realidad, mi mirada hacia el mundo externo es más auténtica que la de ustedes?.“La literatura solo me interesa en la medida en que se parece a la pintura”, anota el personaje Francis Bacon, “lugar donde deja de ser narración para convertirse en sensación, donde deja de ser precisa y rompe su contorno”. Con Hombre en azul (Jekyll&Jill), Óscar Curieses rompe con el contorno genérico, rompe con las expectativas lectoras y con el pacto ficcional; con Hombre en Azul, el autor discute la precisión y la identificación, ensaya acerca de la mirada y la creación a la vez que traza los lineamentos de un “yo” que tan sólo verá su reflejo en la mirada del lector, éste será quien, en la intimidad de la lectura, le conceda una identidad. Mientras, enfrentados en un mismo lienzo y en una misma página, permanecen Francis Bacon y Óscar Curieses y, como diría el maestro Borges, el dilema, en su aspecto pragmático –no formal- permanece abierto: ¿quién de los dos escribió estas páginas?
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